
POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE TORREVIEJA

A las cinco y cuarto de la tarde del pasado domingo, Torrevieja se vio sacudida por un terremoto de magnitud 4,2 en la escala de Richter, volviéndose a repetir, con una intensidad de 3,1, el jueves, a las ocho y treinta y seis minutos de la tarde, según datos del Instituto Sismológico. Los seísmos tuvieron su epicentro en el mar, frente a Torrevieja. Buena parte de los vecinos se sobresaltaron al notar que la tierra temblaba bajo sus pies; aunque no causaron víctimas ni daños materiales. Torrevieja se encuentra ubicada en una de las áreas con mayor actividad sísmica de todo el territorio peninsular y los temblores de escasa magnitud son frecuentes, aunque no suelen pasar de los tres grados. Terremotos como este hace inevitable echar la vista atrás y recordar que, al igual que otros municipios de la comarca, Torrevieja fue destruida por un temblor de tierra de 6,6 grados en la escala de Ritcher, el 21 de marzo de 1829, causando 389 víctimas mortales en la comarca, 32 fallecieron en Torrevieja. Se derrumbaron 534 casas y el pueblo tuvo que ser reconstruido en su totalidad. Otro fuerte seísmo, aunque poco conocida su historia, se hizo sentir el domingo, 3 de febrero de 1867, a las ocho y veinte de la noche, siendo de 5 grados su intensidad en la escala de Ritcher, según el ingeniero y geógrafo Alfonso Rey Pastor. Ese primer movimiento se sintió en la villa salinera del lado noroeste al suroeste, siendo su duración de unos veinte a veinticinco segundos, estando acompañado de un ruido estrepitoso.
En el mar también se dejó sentir este fenómeno y, según la relación del capitán y tripulación de la fragata noruega ‘Scandia’ que se dirigía a la rada de Torrevieja a tomar un cargamento de sal, fue tal el estremecimiento del buque que se creyó que se había deshecho por completo el casco.
Sucedió cuando la mayor parte de las familias estaban preparándose para asistir al baile de máscaras que había de darse en el salón del Ayuntamiento, notándose la primera oscilación con gran fuerza, difundiéndose el pánico y abandonado las gentes sus viviendas que amenazaban hundirse, huyendo precipitadamente a las calles por puertas y ventanas, invocando a gritos el amparo de la Purísima Concepción y llamando con dolorosos lamentos a los familiares que no estuvieran presentes. Las personas que se hallaban lejos de sus casas corrían azoradas a salvar a sus parientes, derramando lágrimas, creyendo que había llegado su última hora. Los síncopes y ataques nerviosos hicieron mayor la consternación; el pueblo entero estaba aturdido, llorando a grandes gritos por las calles.
En tan angustioso estado, la primera autoridad municipal recorrió las calles en unión de algunos regidores y vecinos, dando ánimo e infundiendo tranquilidad, no siendo posible recobrarla porque la triste memoria reciente del 21 de marzo de 1829, aumentó el pánico y el desconsuelo. Algunos se marcharon al campo, lugar donde se diseminó parte de la población, albergándose las familias en barracas que provisionalmente se construyeron, temerosos de ser sepultados entre las paredes de las casas. En aquella tarde noche del domingo 3 de febrero de 1867, sesenta y dos terremotos se sintieron en las siguientes doce horas.
Pasado el pasmo de la primera horrible impresión, todos se ocuparon, ayudándose mutuamente, de formar provisionales chozas en las calles, plazas y paseos públicos donde pasaron toda la noche, construyendo después barracas más cómodas y seguras, como morada del vecindario, encontrándose expuestas a la intemperie, sufriendo todo el rigor de las noches de invierno, frías y húmedas.
Fueron muchos los edificios que se resintieron, amenazando ruina, entre ellos, y en peor estado, la iglesia y la casa consistorial, en los que el alcalde prohibió la entrada; pero, afortunadamente, no ocurrió hundimiento alguno, ni desgracia personal. También quedaron dañados la secretaría de sanidad, el faro y algunos otros, pese a ser muchos edificios nuevos, construidos en la reedificación tras el seísmo 1829, bajo los planos de José Agustín Larramendi. Desgracias personales no se sufrieron, excepto algunas pequeñas lesiones por la precipitada salida de las casas, como la fractura de un brazo y diversas contusiones producidas por el atolondramiento natural en estos casos. También murió una parturienta por los efectos del susto recibido. Al día siguiente, por amenazaban las casas consistoriales, el Ayuntamiento estableció al abrigo de una espaciosa tienda de campaña en medio de la plaza Mayor, constituyéndose en sesión permanente, dictando las disposiciones más urgentes que reclamaban las azarosas circunstancias por las que se estaba atravesando. La iglesia de Torrevieja nunca había inspirado seguridad desde que sufrió los seísmos de 1829, en los que cayó una torrecilla del templo matando al párroco José Peral y a sus padres, aunque había sido reconstruida parcialmente. En 1844 fue de nuevo reparada utilizándose los restos de la Torre Vieja, aunque no fue ensanchada como se pretendía. El templo quedo totalmente ruinoso; el Santo Oficio de la Misa se tuvo que celebrar en medio de la plaza Mayor, al aire libre, en donde se levantó un altar. Las escuelas se cerraron, aunque se hallaban establecidas en buenos locales, temían los padres mandar a sus hijos; y para que las clases no quedaran desatendidas, se ocupó la autoridad en proporcionar locales adecuados a las tristes circunstancias. La mayor parte de las Oficinas de las Salinas fueron establecidas en “cómodas barracas”, porque los terremotos se dejaban sentir diariamente.
Los vecinos pasaban las noches en las barracas, y el día por las calles. El alumbrado seguía ardiendo toda la noche hasta la llegada de la luz del día, y numerosas rondas vigilaban las casas, que se habían quedado completamente abandonadas. La moralidad, honradez y buena fe de los habitantes se halló bien retratado en esos días de confusión y trastorno, pues a pesar de estar despobladas por completo las casas, no ocurrió el menor desmán que castigar; gracias a las disposiciones adoptadas por el alcalde, que con incansable celo continuó vigilando con su ronda particular la población. Desde las ocho y veinte de la noche del 3 de febrero, hasta las dos de la tarde del día 10 del mismo mes, fueron 125 los terremotos que se sucedieron en la población. El día 14 de febrero, cuando se creía que ya habían cesado los terremotos, a las diez de la mañana volvió a repetirse. Ese mismo día, a las diez y treinta minutos de la noche, también hubo otro terremoto, volviéndose a repetir a las diez y treinta y cinco; es decir, en cinco minutos se sucedieron dos.
A partir del día 3 de marzo no volvieron a sentirse en la población de Torrevieja ninguno, volviendo la tranquilidad a renacer en el vecindario, aunque el 25 de abril por la noche, cuando la mayor parte de los vecinos estaban durmiendo, tuvieron que salir a la calle precipitadamente con lo puesto, pues un nuevo movimiento de tierra, acompañado de un fuerte ruido, hizo que el sueño desapareciera; aunque fue más el ruido que el movimiento.
La gente seguía acampada en medio de las plazas y calles, en ligeras tiendas de campaña y chozas formadas de cañas y esteras. A últimos de abril, las viviendas provisionales todavía no habían desaparecido; al contrario, en vista de la frecuencia con se repetían los terremotos, muchas familias pensaron en construir barracas dentro de los patios para poder descansar en ellas con más tranquilidad.
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