POR ANTONIO BOTIAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Lo llamaban el Carnaval Sucio, el que se celebraba en el Malecón por el pueblo llano y tan desarrapado que apenas unos cuantos harapos le servían a algunos para disfrazarse. Y luego, a pocos metros de aquél, pero como si se convocara a mil kilómetros, el Casino de Murcia celebraba su histórico baile. Solo una cosa unía ambas convocatorias, así como a otras muchas que impulsaban las instituciones murcianas: el afán por divertirse de los vecinos del común, que en eso nunca hubo castas ni pocas ganas.
En torno a estos bailes de Piñata existió antaño una curiosa figura que incluso era reglada con toda pompa legislativa por el Ayuntamiento de Murcia. Era el llamado bastonero, encargado de seleccionar qué personas accedían al salón y velar por la seguridad.
El investigador Tomás García Martínez refirió en su día un bando del alcalde, fechado el 21 de marzo 1821, donde autorizaban los «bailes de máscaras en la Casa Coliseo las noches de los días festivos hasta el carnaval inclusive». En este bando se ordenó que «al salón de baile no subirán otras máscaras que las señaladas por el bastonero». Era una especie de guardia para evitar los inevitables excesos e impusiera el orden.
Sabido es que a través de la historia no siempre se permitieron estas fiestas. Varios reyes las prohibieron y hasta Carlos III no se conocieron bailes de máscaras. Entonces obtendría el conde de Aranda la autorización religiosa para convocarlos, aunque bajo estrictos controles y ordenanzas. Los bastoneros, como delegados de los corregidores en cada lugar, eran los encargados de que se cumplieran y solían portar, de ahí su nombre, bastones con cintas de colores.
El Baile de Piñata del Romea debía de gozar de gran predicamento entre las clases altas a comienzos del siglo pasado y su convocatoria ya era noticia de interés. El diario ‘El Liberal’ lo anunciaba en su portada como «un verdadero acontecimiento artístico».
El teatro era adornado para la ocasión con una «espléndida iluminación supletoria» y con «profusión de flores». Pero lo más curioso es que incluso se construían «palcos adicionales por ser tan grande el pedido de localidades que hay». El periódico ‘El Tiempo’ también anunciaba aquellos días que el baile había sido organizado por «distinguidos jóvenes del elemento militar y paisano de esta capital». Las entradas, aparte de en taquilla, se despacharon en el Casino.
Cuanto se recaudaba esa noche se destinaba a instituciones de caridad. De hecho, ‘El Liberal’ publicó a finales de marzo de aquel año que el baile permitió «un segundo y último reparto de pan de 870 raciones», que fue distribuido el domingo de Ramos por los diferentes párrocos de la ciudad.
Hasta en el Club Taurino
El Baile de Piñata en el Romea superaría crisis y guerras. En 1936 seguía celebrándose, en esa ocasión a cargo de la Federación de Dependientes de Comercio y Banca, que también hubo una asociación de esta clase. Y se eligió durante aquella velada a ‘Miss Dependencia 1936’, que fue la señorita Pilar de Paco.
Aquel mismo año, solo un día antes, la Asociación de la Prensa también celebró en el Romea su baile de máscaras, que incluyó una tómbola y «una nutrida orquesta, alternada con una instalación radiofónioca amplificadora». No menos divertida era la fiesta similar que preparaba el Club Taurino donde, según mantenían en 1935 algunos diarios como ‘Levante Agrario’, «tienen un mujerío despampanante».
No eran los únicos bailes que se convocaban en la ciudad. Por ejemplo, la Sociedad Centro Ferroviario programó para los carnavales hasta «cinco grandiosos bailes de máscaras» en febrero de 1918, destacando uno «extraordinario» el día 14 y el Domingo de Piñata. Comenzaban, acaso como el resto, a las nueve de la noche y concluían a las dos de la madrugada.