POR MARÍA VICTORIA HERNÁNDEZ, CRONISTA OFICIAL DE LOS LLANOS DE ARIDANE (CANARIAS)
El Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane acuerda el 29 de septiembre de 1919, hace 100 años, manifestar su condolencia por el naufragio del VALBANERA y muy especialmente al secretario de la corporación municipal José Agustín Benítez por el fallecimiento de CINCO familiares.
EN MEMORIA DE LOS NAUFRAGOS DEL VALBANERA
La noticia y los relatos corrieron por pueblos, pagos, lugares, cumbres, valles y barrancos. En La Palma Isabel Perdigón, joven y guapa mujer, lloraba la trágica perdida de su esposo Ezequiel Benítez Rodríguez. Isabel, con 19 años y Ezequiel, con 21, habían contraído matrimonio en la iglesia de El Salvador de Santa Cruz de La Palma el 24 de enero de 1916, cuarenta días antes del fatal naufragio del Príncipe de Asturias. Ante la crueldad de los hechos las lágrimas manaban de sus bellos ojos y cuentan que de manera obsesiva decía: «mi mayor felicidad sería morir ahogada en el mar y de la misma forma en que falleció mi esposo».
Su deseo de sumo y trágico amor se vio cumplido. Tres años después desde Santa Cruz de La Palma embarcó, Isabel, en el célebre Valbanera, destino a Cuba donde le esperaba su hermano Juan Perdigón. La acompañaba su cuñada Francisca Benítez Rodríguez con tres hijos, Juan de seis años; Carmen, de dos, y María del Pino, de uno. Estos últimos iban a encontrarse con Diego Martín Pérez, esposo de la primera y padre de los menores.
El puerto palmero se llenó de alegría con la bella estampa marinera del Valbanera. Se agitaron pañuelos despidiendo a los 106 pasajeros emigrantes, que subieron abordo en el último puerto europeo, de un total de 1230. Cuenta que al salir de Santa Cruz de La Palma el Valbanera al mando del capitán Ramón Martín Cordero perdió un ancla. Para los viejos marinos fue un mal presagio.
Recordaba Pilar Perdigón Benítez que por esos años se había repartido las piezas de una antigua vajilla familiar. Una de las piezas mayores les había correspondido a los emigrantes que ya estaban embarcados en el Valbanera cuando se percataron que la habían dejado en la casa, a pocos metros del muelle. Desde la ribera de atraque corrieron a buscarla y cuando el barco ya estaba soltando amarras y se despejaba lentamente del muelle la arrojaron por los aires hacia la nave. La mala fortuna hizo que cayera al agua. El mar de la bahía palmera atrapó la bella sopera de cerámica fina, y nunca llegó a su destino. Más tarde sería visto como otro mal presagio.
Y el presagió se convirtió en un fortísimo ciclón tropical que azotó la costa norte de Cuba, entre los días 9 y 10 de septiembre de 1919. La familia Benítez y Perdigón, lamentablemente, no bajaron en Santiago de Cuba y decidieron continuar hasta La Habana con 488 pasajeros más. Eugenio Carballo contaba que en el último momento una mujer de la familia se decidió y bajó del Valbanera en Santiago, mientras los otros parientes siguieron hacia La Habana. La mala suerte también le esperaba a esta. Su esposo, ya residente en Cuba, fue a buscarla a Santiago y no se encontraron. Este regresó a La Habana y cuando se enteró del naufragio del Valbanera el disgusto le llevó a la muerte, cuando en realidad su esposa estaba viva.
Y fue aquí en las costas del poniente del Atlántico, el mismo océano que tres años antes había sido la tumba de otros miembros de la familia Benítez, donde la fatalidad quiso que encontraran la muerte estos otros miembros de la misma familia.
El periódico tinerfeño El Imparcial el 20 de septiembre de 1919 publicaba en su primera página un corto dramático: «Noticias de Cádiz acogen el rumor de haberse ido a pique en su travesía de Puerto Rico a la Habana el vapor «Valvanera», de la compañía de Pinillos, el que hace poco zarpó de esas islas para la de Cuba. Ha sido extraordinario la impresión que estos rumores han producido». La fatal noticia llegó a La Palma. De nuevo el dolor dejó huella en la familia palmera.
En 1992, cuando contaba 80 años de edad, Pilar Perdigón Benítez, escribió, a su nieto Álvaro Fernández Martín, los recuerdos del hundimiento del Valbanera, diciendo:
«Hoy cuando leía -Proyecto Valbanera- sentí gran emoción, volvió a revivir en mí, aquella tragedia que ocurrió cuando yo apenas tenía 8 años y que ahora remotamente los recuerdos me vienen en bandadas. Si, recuerdo aquellos días, de los rumores de si era, o no, verdad del hundimiento del Valbanera. Entonces los medios de comunicación, no eran tan rápidos como los actúales. Por este motivo la familia Benítez Rodríguez, tuvo unos días terribles de incertidumbre, pero siempre con la esperanza de que hubieran saltado por Santiago de Cuba. Pero no fue así.
Por fin llegó la trágica noticia de la verdad del naufragio. Todavía tengo en mi mente la desesperación de la familia, sus llantos, lamentaciones, toda aquella barahúnda me daba pánico, ahora pienso que sin duda sería porque era muy niña, pero sin embargo se me viene a la imaginación un presagio que mi prima Carmencita auguró unos días antes del viaje. A media noche se despertó llorando desesperadamente y gritando. ¡Mamá, mama, no quiero irme para Cuba, que estaba soñando que el barco se hundía y me estaba ahogando, ahogando! La madre trataba de consolarla, pero la niña insistía «¡Que no me voy que tengo miedo!». Esto lo presencié yo porque dormía a su lado y me despertó su amargo llanto.
¡Qué cosas tiene la vida!».
Así termina su vivencia y relato Pilar Perdigón Benítez.
En un aparte Pilar Perdigón hace constar los nombres de los familiares directos fallecidos en los dos naufragios: «Otra catástrofe ocurrida en «El Príncipe de Asturias» en marzo de 1916. Viajaban para Argentina, mi abuela María del Pino Rodríguez Torres, viuda de Benítez, con sus dos hijos María del Carmen y Ezequiel Benítez Rodríguez. Perecieron víctimas del naufragio del vapor «Príncipe de Asturias» en la madrugada del 5 de marzo de 1916, frente a Santos en las costas de Brasil» y en otra nota recoge: «Los que perecieron víctimas del naufragio del vapor «Valbanera» en septiembre de 1919. Mi tía Francisca Benítez Rodríguez de Martín y sus tres pequeños hijos, Juan, Carmencita y Pinito (mis primos) y mi hermana Isabel Perdigón Álvarez -viuda de Ezequiel Benítez Rodríguez».
El cruel deseo de «mayor felicidad» de Isabel Perdigón se cumplió encontrando la misma tumba que su amado esposo. La loza azul del océano Atlántico tapó para siempre los cuerpos sin vida de Ezequiel e Isabel y de otros familiares que esperaban encontrar fortuna en América, Argentina y Cuba. Leyendas y realidad de la mar tenebrosa que recuerdan, aún con lamento y dolor, las nuevas generaciones de la familia palmera de los Benítez-Perdigón. Y el fatal destino de la mar creó la leyenda.