POR JOAQUÍN CARRILLO ESPINOSA, CRONISTA OFICIAL DE ULEA (MURCIA)
En los pueblos pequeños, en los grandes y en las ciudades, los niños, que aun no tenían edad de trabajar en el campo, o de ayudar en las tareas domésticas, se dedicaban a holgazanear por las callejas empinadas y estrechas, de nuestro pueblo, en el siglo XVIII, no era una excepción. La inacción les llevaba a estar correteando y “apedreando perros” como se decía vulgarmente.
Suponía el caldo de cultivo adecuado, para, llegada su adolescencia y juventud, cayeran en el pozo de la delincuencia, alcoholismo, prostitución, etcétera; hábitos que arraigaban con más frecuencia de la deseada.
En nuestra localidad hacía en el año 1730 el párroco con el cargo Juan Pay Pérez, se ilustró con las enseñanzas del prócer Pedro Hernández Salas que, previa autorización del Ilustrísimo Obispo de la Diócesis de Cartagena, y no solo se dedicó a enseñar, sino a dotarles de buenas costumbres y mantenerlos alejados de los peligros callejeros.
Pues bien, el insigne sacerdote Juan Pay Pérez, buscó en el pueblo dos personas que fueran idóneas y tuvieran la integridad moral, así como la capacidad intelectiva, como para reunir a un buen número de chicas y chicos y proceder a su educación y enseñanza. Los elegidos fueron: José María Carrillo Palazón, para los niños y Milagros Abenza Turpín, para las niñas.
Este sacerdote que colaboró activamente con los maestros idóneos, en la formación y enseñanza de las buenas costumbres, pidió previamente, como era preceptivo, autorización a su Obispo de la Diócesis de Cartagena- Murcia, explicándole las vicisitudes por las que pasaban los niños y jóvenes del pueblo.
Nuestro osado sacerdote, fue más ambicioso y llegó más lejos, al solicitar de monseñor introducir la enseñanza de las letras, que él llamaba gramática, lo que supuso una gran revolución en la comarca., una revolución, sí; pero revolución cultural.