POR JOSÉ MARÍA SUÁREZ GALLEGO, CRONISTA OFICIAL DE GUARROMÁN (JAÉN)
Leí el pasado viernes en estas páginas el emotivo artículo que mi entrañable amigo y compañero de Orden de la Cuchara de Palo, Paco Casas, le dedicó a su mujer, María, con motivo de sus bodas de oro.
Cumplir etapas es inevitable cuando se vive y se tiene la suerte de permanecer vivo, y poder reflexionar ante tal hecho. Este mes de julio, concretamente el día 24, conmemoro el medio siglo desde que pisé por primera vez Guarromán. ¡Y aquí sigo! Y como suele decir mi buen amigo y colega cronista oficial, Antonio Garrido ¡Y aquí resisto!
Durante estos cincuenta años, he aprendido mucho de la inmensa mayoría de mis paisanos adoptivos, sobre todo a sentir desde el sano orgullo el poder llamarlos paisanos. Hay, como en todo, nada es completamente idílico, algunos que afortunadamente son minoría, de los que también he aprendido, sobre todo a no ser como ellos. No hay por tanto un solo guarromanense del que no haya aprendido algo bueno en estos años.
Aquellos, mis primeros días en Guarromán de hacen cinco décadas, se celebraban las Fiestas del Olivar. Conocí a los que habrían de ser mis suegros, y ellos me conocieron a mí, lógicamente. Me quedé maravillado del esplendido jazmín que crecía en un patio florido que cuidaba con mucho amor y dedicación la que habría de ser mi suegra. Me dijo que aquel jazmín lo plantó el que habría de ser mi suegro con motivo del nacimiento de su hija, mi novia entonces y hoy mi mujer.
Al día siguiente de mi llegada, por la mañana, en aquel patio de flores, planté a un escaso metro y por acodo una de las largas ramas que salían de aquel jazmín. Medio siglo después aquella ramita se ha hecho un tronco que compite con el primitivo que este mes cumple 70 años. ¡Y resiste!
Los avatares del destino quisieron que en 1981 viviera de forma permanente en Guarromán, y que aquella casa de mis suegros pudiera comprarla en 1984, donde ahora resido y resisto junto a los dos troncos de ambos jazmines, cuyo perfume disfruto cada atardecer como un regalo. ¡He podido saber a qué huele el tiempo que nos pasa o por el cual pasamos! ¡Huele a jazmín!
No se trata de dejar constancia de lo que haya hecho de bien aquí en estos cincuenta años. Le dejo esa encomienda al cronista oficial de Guarromán que me suceda, si así lo quiere.
Llega un día en el que, sin saber por qué, uno toma conciencia de que lo que hasta ahora había sido escalar el puerto que te llevó a las canas, casi sin sentir y sin la necesidad de culear sobre los pedales, una vez culminado, se vuelve cuesta abajo y ruedas a la velocidad precisa en la que el miedo a sentir miedo te hace dar unos leves toques a los frenos con el disimulo y el sigilo del que nunca ha roto un plato.
La caída por esa cuesta es imparable. El sabor de la llamada del tiempo ya es ineludible. Cuando lo has probado es inevitable que cada mañana te levantes con un regusto último a ausencias irresolubles. Los sabores se aprecian o se desprecian, pero no se llega a comprenderlos jamás. Es el Destino, te dicen, pero piensas que sería una putada –no tiene otro nombre– caerte de la bicicleta vital en este preciso momento cuando ya te has enterado de hacia dónde corres.
Es cuando tomas conciencia de que es el momento de “desambiocionar”, de ser consciente de que muchas cosas que has ambicionado en la vida no han servido para hacerla más viva en ti. Llega el momento de decir que no cuando es que no, y saber no estar dónde y cuándo no vale la pena estar. El día que descubres que estás catalogado como prescindible descubres el valor que tienes para los que no lo eres. Ya me lo decía mi contertulio El Caliche: Si quieres saber quién es alguien, fíjate en cómo te trata cuándo ya no te necesita.
Me quedo con una reflexión de Schopenhauer: «No hay mayor consuelo en la vejez que la certeza de haber invertido toda la energía de la juventud en obras que no envejecen con uno».
Gracias a Juana María, mi mujer, de la que aprendo cada día a ser mejor persona y guarromanense de lo que lo era ayer a esta misma hora, bajo el aroma de un jazmín.
José María Suárez Gallego
(Artículo publicado viernes, 11 de julio de 2024, en Diario JAÉN)