POR AGUSTÍN DE LAS HERAS MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE VALDEPIÉLAGOS (MADRID)
Aquella tarde donde disfrutamos de la exposición «Mujer» y donde me dieron las pistas para descubrir que nuestro vecino alemán, el Tío Loco, era un colaborador de la Gestapo, Frits Knipa, conversaban conmigo valdepielagueñas. Pues entre ellas coincidían algunas conmigo en ser de la misma quinta. No será el cronista esta vez quien informe de un año que de pistas de la edad de estas dulces damas. Sólo diré que además de ser la fecha del fallecimiento de Winston Churchill con seguridad las cosechas y el vino de aquel año fueron excelentes. Y que quinta nuestra es la creadora de Harry Potter, J. K. Rowling. Y que en ese año se publicó Dune.
Hoy nos hemos reunido en una tertulia donde hemos reído y me han proporcionado datos para seguir escribiendo páginas de nuestra historia. Aunque ha sido caótico por las risas, ellas y él, me llevaban ventaja al referirse a la tía menganita o el abuelo fulanito. Yo les paraba para no perderme. Me han llevado al interior de la casa de Knipa sin pisar en ella, a sus pastores alemanes, a su relación con el pueblo, a su pozo y directes. Pero hemos desembocado en nuestro pasado, cuando iba yo al pueblo y éramos mucho más jovenes. Pasando luego a hablar de nuestras vidas.
Pero vuelvo a la palabra quinto que ha sido el origen y define que uno de cada cinco mozos de España debía dedicarse a la vida militar.
Y quintos fueron muchos en la historia de Valdepiélagos. Algunos no deben ser olvidados como nuestro héroe de Filipinas, Julián González Frutos, que murio en el Hospital Militar de Manila, en 1897, después de ser enviado a ultramar con la quinta de 1877.
Los españoles varones que nacieron con el siglo XX se vieron envueltos en una tormentosa contienda en 1921, el Desastre de Annual y los meses posteriores de guerra en África.
A principios de 1920 el gobierno había fijado el cupo de reclutas necesario para mantener el ejército activo. Los ayuntamientos facilitaban las listas de los mozos que habían cumplido veinte años el año anterior, para el sorteo de quintos, que por su edad y salud correspondía meter en la caja de reclutas. El ruido de las bolas seleccionaba la suerte. Al final de cada destino algunos rostros rebosaban alegría y otros una profunda tristeza. Pero todo un pueblo, en esas épocas de desdichas y tiempos de guerra, quedaba herido por la sombra de la muerte.
En Valdepiélagos, dos amigos, Paulino González, padre de Anatolio y Emigdio de las Heras, mi abuelo, fueron llamados a filas, pero antes, lo que podía ser una desdicha de un futuro, el espíritu joven de los que habían conseguido llegar a esa edad lo convertía en una celebración y, por tanto, en fiesta.
Tanto los que entraban en la caja de reclutas, que eran los quintos de ese año, como los que entrarían al año siguiente se reunían junto a primos, amigos y hermanos. Cogían una cesta grande e iban por todas las casas pidiendo huevos. Con ello se comía y cenaba un par de días. Había alguna fiesta de quintos que hasta se mataba un cordero. Por el día los quintos con guitarras rondaban a las mozas y por la noche había baile para todo el mundo, que lo pagaban ellos mismos.
Después de aquella fiesta Paulino y Anatolio viajaron a Madrid. Su destino fue el Regimiento Número 6, de Saboya.
Una mañana, tras el toque de diana el coronel del Regimiento Saboya mandó formar en la plaza. Y les comunicó que un batallón de ese regimiento iría a luchar a África. Paulino y Emigdio se estremecieron. Sabían que aquel destino era una posible muerte anunciada. El coronel dio órdenes a un capitán, que junto a un sargento que llevaba un libro en blanco, como los que usan para apuntar los servicios los furrieles, se colocó delante del primer soldado de la primera fila y empezó a contar, un, dos, tres, apunta a este, un, dos, tres, apunta a este otro, y así pasó frente a Paulino y más tarde, frente a Emigdio. Pero ambos, naturales de Valdepiélagos, no fueron ninguno múltiplo de tres. Y al menos, de aquella, se salvaron.
Hoy a las quintas y quintos de un año del siglo pasado se nos ha hecho la tarde muy corta.
No sólo no nos hemos emplazado para otro día sino que hemos pensado en quedar más pronto.
Intentando completar crónicas sólo he cogido información dispersa, entre risas, que tendré que completar el próximo día.
Agradezco a mis quintas, MariAngeles, Merce, Elena y a mi quinto Jose Manuel el instante que me han regalado.
No hemos ido a pedir huevos, se nos ha olvidado y pendiente queda que me expliquen cómo bajaban por las cuestas, por qué apagaban la luz en los aseos del colegio para jugar en el suelo a la güija, quién era la vidente y sobre todo el nombre de la valdepielagueña que decían haber quemado por bruja y no, no era Maria de Espolea.
Un pueblo de buena gente es ideal en la distancia corta para compartir conversación y pasado.
Gracias, muchas gracias por ser como sois.
FUENTE: https://cronistadevaldepielagos.blogspot.com/2024/03/cronica-quintas-y-quintos-valdepielagos.html