POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
Estamos asistiendo estos días previos a la Semana Santa a dos muestras de arte que llenan dos espacios con obras de gran calidad. Una, en Ávila, la “Passio Salvatoris”, en nuestra Catedral, de imaginería pasional. Una gran exposición, continuidad de aquella que propició la pandemia y que está tomando carta de naturaleza en las vísperas de la Semana Santa. Arévalo ha prestado dos obras muy significativas de nuestra imaginería procesional de devoción, el Cristo de la Fe, una bella imagen barroca de Cristo en agonía, y la Virgen de las Angustias de San Juan, otra bella imagen de vestir con Cristo Yacente que sólo muestra el busto, porque antaño eran cubiertos por sudarios de tela. Ambas son dos buenas muestras de nuestra imaginería que, de regreso, procesionarán los próximos días. Justo cuando remato estas líneas han llegado de regreso para procesionar en unos días.
La otra muestra en Valladolid, en la magnífica iglesia de Las Francesas, espacio municipal de grandes exposiciones, como esta que hoy comentamos, “Juni: imaginario”, sugestivo título para uno de los grandes imagineros castellanos, aunque de origen francés. En esta extraordinaria muestra monográfica, la parroquia de Arévalo también ha prestado otra imagen, el San Andrés del retablo de Juan de Juni de la capilla de Dávila Briceño de la iglesia-museo de El Salvador, antigua parroquia arevalense hasta el año 1911 en que dejó de serlo, y hoy convertida en exposición permanente de arte sacro de nuestra parroquia.
Una exposición organizada por la Junta de Cofradías de la Semana Santa vallisoletana y patrocinada por diversas instituciones. Cómo recuerdo aquellas exposiciones en este mismo y espectacular sitio, la iglesia-sala de exposiciones de Las Francesas que comisionó el inolvidable amigo Alejandro Rebollo que nos dejó tan pronto…
Todo esto es un buen motivo para escribir algo de nuestro Juan de Juni.
Nuestros historiadores locales tuvieron otros valores, pero en el aspecto artístico, dejaban bastante que desear. Y así el magnífico y monumental retablo de la Capilla de Bernal Dávila Monroy y Luisa Briceño fundada el año 1562, y contratado el retablo el año 1573, fue atribuido a los más diversos autores, por desconocer la verdadera autoría. Era una de esas cosas que estaban envueltas en una nebulosa de datos que resultaba casi indescifrable, aunque para mí, Juan de Juni tenía muchas posibilidades. ¡Hombre, algo de arte estudié en mi época de formación como publicista y diseñador gráfico!
Un día, en una librería del aeropuerto de Barajas me topé con un buen tocho. Un libro del gran historiador J.J. Martín González titulado “Juan de Juni, vida y obra” y que se publicó el año 1974 por el Patronato Nacional de Museos. Tengo que reconocer que devoré el libro y en mi primer ojeo, durante el vuelo, descubrí aquello que tanto esperaba, datos definitivos para la autoría de nuestro gran retablo. Era una obra final del gran escultor e imaginero, allí encontré una referencia a su testamento, y nos dice Martín González que “En el momento de ordenar su testamento, a 8 de abril de 1577, declaró Juni que en tal fecha tenía ya labrada más de la mitad de la talla y la escultura, y había percibido 750 ducados”, de los 2.000 en que fue contratado. Fue su hijo natural y sucesor Isaac de Juni el que finalizaría la obra. Esa es precisamente una de las características de la obra, y razón de los ejercicios de interpretación, de ver cuál era del padre y cuál del hijo, cosa por otra parte visible a poco que se mire, y más subió a los andamios cuando se realizó su restauración con ocasión de Las Edades del Hombre de Arévalo 2013.
Una da las causas del despiste para la atribución era la policromía, ya que al ser entregado “en blanco” por Isaac, fue policromado y dorado bastantes años después, y desde luego, de una calidad inferior a lo que Juni nos tenía acostumbrados y venía haciendo en sus obras.
Yo siempre digo que tenemos medio Juan de Juni, pero muchos más que nada… y sobre todo, la evolución última del gran imaginero.
Para la exposición de Valladolid han llevado la imagen de San Andrés, una rotunda escultura de tamaño natural, una de las piezas indudablemente de Isaac, que viene a representar la continuidad de su talles, escuela y seguidores. Allí luce tras del majestuoso Resucitado de el Burgo de Osma.
FUENTE: CRONISTA R.G.S.