POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Hay muchos pasajes bíblicos que por el aquel del chiste «no irreverente ni grosero» se les da una interpretación humorística y simpática.
Así, por ejemplo, en el Libro del Génesis, cap. 22, se nos narra cómo Dios-Yahvé quiso probar la fidelidad de Abraham pidiéndole que sacrificara a su hijo Isaac.
Era una prueba de obediencia que Dios supo premiar con creces al bueno de Abraham.
El «chiste» lo cuenta así: Cuando Abraham alzó el cuchillo para degollar a su hijo Isaac, se oyó una voz del cielo que dijo: ¡Detén tu brazo, Abraham; porque Dios conoce tu obediencia y el te premiará por ello!
A la bajada del monte, Abraham rezaba y rezaba dando gracias a Yahvé.
Isaac, por su parte, comentaba por lo bajo:
¡Meca! ¡Si no llego a ser ventrílocuo mi padre me acicharra!
Seguimos con el Génesis. (25-2934)
Era Isaac de cuarenta años cuando casó con Rebeca, hija de Batuel el arameo.
Rebeca quedó embarazada de dos gemelos y el primero en nacer fue Esaú; después sujeto su pie por la mano del segundo, nació Jacob.
Fue Esaú hombre rudo, cazador y poco amante del trabajo en el campo; Jacob, en cambio, era apacible, familiar y cuidadoso en su trabajo.
Y se cuenta que un día Esaú, viniendo fatigado de cazar y hambriento, llegó a casa y vio a Jacob degustando un apetitoso «GUISO ROJIZO· de lentejas. Tal era su hambre que Esaú vendió sus derechos de primogenitura a su hermano a cambio de tan suculento manjar.
En realidad, fue algo así como lo que hacen algunos de nuestros políticos que por no decir que se venden por un plato de lentejas los llaman «TRÁNSFUGAS».
Me entienden, ¿verdad?
Bueno, bueno… Pues en recuerdo del pasaje bíblico son muchos los pueblos donde el NUEVO AÑO se festeja tradicionalmente con guisos de lentejas pues, en cierto modo, vienen a simbolizar trabajo, humildad, sencillez y a la vez fuente importante de alimentación.
No deja de sorprender el hecho de que Luis Lobera de Ávila, médico del emperador Carlos V no aconsejara el consumo de esta legumbre porque «las lentejas comidas en su corpulencia en mucha cuantidad y mucho tiempo, no se excusa de ser cuaternario el que las comiere, y esta apto a ser leproso. Son de complexión melancólica».
No crean a don Luis. Un buen guiso de lentejas con su guindillina y hojina de laurel, con su choricín y un «cariño» de jamón tiene, como los clavelitos del cuplé, «la esencia, presencia y potencia que ya sabé usté».
Yo las preparo estofadas siguiendo este proceso.
Uso siempre lentejas pardinas, que dejo en remojo de agua durante una noche.
Las escurro y echo en una cacerola junto con cebolla y pimiento picados muy menudos, una buena cucharada de pimentón, una zanahoria y un chorro de aceite. Rehogo brevementa al fuego, revolviendo bien, y añado un chorizo de buen tamaño y un trozo de jamón con su tocino. Incorpora agua hasta cubrir y, al fuego, dejo que «la cosa» vaya hirviendo a fuego medio y continuo. De vez en cuando añado más agua y revuelvo suavemente para evitar que peguen al fondo de la cazuela.
Ya casi finalizada la cocción rectifico de sal.
A mi me gusta aromatizar con una hojita de laurel y regalar el picantín de una guindilla. Esto es opcional.
Ya bien cocidas, que no desechas, reposan en sitio caliente durante una o dos horas; debiendo quedar el guiso ligeramente espesín.
Hay gentes que lo adornan con un espolvoreo de huevo duro picado.
Cuestión de gustos y de costumbres.
Pues nada más. Hoy, lentejas. Alimentan y quitan el frío invernal que padecemos.