Y TODO GRACIAS A UN LIBRO, ‘LOS REYES DEL GRIAL’, QUE LA PROFESORA DE HISTORIA MEDIEVAL, NOVELISTA Y CRONISTA DE LA CIUDAD MARGARITA TORRES SEVILLA Y EL HISTORIADOR DEL ARTE JOSÉ MIGUEL ORTEGA DEL RÍO PRESENTARON EL PASADO JUEVES EN LEÓN
El súbito interés mundial desatado en torno al cáliz de Doña Urraca obliga a revisar lo que de él han afirmado los expertos. En respuesta a la llamada de auxilio del califa egipcio, cuyo país se veía azotado por una terrible hambruna, en el año 1055 el rey de la taifa de Denia acordó enviarle un gran cargamento de víveres, pero a cambio le pidió «la copa que dicen los cristianos que es del Mesías», en poder del califa tras los saqueos de Jerusalén. Más tarde, el emir intentaría aplacar al poderoso Fernando I de León obsequiándole con una reliquia que hoy ocupa lugar preferente en el Museo de San Isidoro: el cáliz de Doña Urraca.
Hasta ahora reposaba, tranquilo e imperturbable, bajo una urna colocada en lugar preferente del Museo de San Isidoro, en esa Real Colegiata que ha venido constituyendo su hogar desde hace mil años, pero sólo ha bastado una semana para que su imagen se haya visto reproducida, grabada y repetida como tema de debate o eje informativo en decenas de periódicos, páginas web, noticiarios y programas de radio y televisión: el cáliz de Doña Urraca era un viejo conocido para los leoneses amantes de la historia y para los expertos y aficionados al arte medieval en su calidad de joya máxima del tesoro de la monarquía leonesa, pero nunca se había visto en la tesitura de lidiar con la fama propia de una estrella mediática mundial.
Y todo gracias a un libro, Los reyes del Grial, que la profesora de Historia Medieval, novelista y cronista de la ciudad Margarita Torres Sevilla y el historiador del Arte José Miguel Ortega del Río presentaron el pasado jueves en León y que defiende, con gran despliegue documental, que la vieja copa de ágata u ónice más tarde vestida de oro por los orfebres del reino es la misma que adoraba en el siglo XI la comunidad cristiana de Jerusalén como aquella en la que Jesucristo había bebido en la Última Cena, instituyendo, con aquel gesto, el rito de la Eucaristía. Esto es, el Santo Grial, uno de los mayores símbolos del poder, la religión y el fanatismo en la era cristiana, objeto de innumerables controversias históricas y seudohistóricas, y alimento inagotable para la novela, el arte, la música y el cine.
La noticia de la investigación y la publicación del libro, ofrecida el pasado domingo en exclusiva por Diario de León, ha suscitado un enorme interés a todos los niveles, dado el carácter mítico del llamado ‘vaso del poder’, buscando insistentemente por sociedades y colectivos de todos los tiempos —incluyendo a los jerarcas nazis— y elemento que forma parte indiscutible del imaginario colectivo mundial. Por eso, conviene recordar lo que han dicho algunos expertos, pasados y modernos, sobre la copa leonesa ahora en el ojo de la polémica, en medio de un torbellino de intereses, suspicacias, dudas y perspectivas de gran afluencia de visitantes para el museo isidoriano.
El ilustre historiador y humanista Ambrosio de Morales, en el siglo XVI, fue uno de los primeros en describirlo con detalle. Dijo esto: «Un cáliz de ágata de tres piezas, una para la copa y otra para el pie, y otra para la manzana, con trabazón y engastes de oro de labor harto menuda y muy antigua, y con muchas piedras menudas finas, aunque no preciosas. La copa está por dentro forrada en oro, porque la sangre no toque a la piedra cuando se consagre… Dicen es el con que decía misa San Isidoro (…). Lo que yo hallo escrito es al derredor de la manzana con letras esculpidas en oro: In nomine Domine Urraca Fredenandi Filia (en el nombre de Dios, Urraca, hija de Fernando), y creo que ella dio aquí este cáliz por rica joya, y no más, y puede también ser que haya sido del Santo».
En el libro Real Colegiata de San Isidoro (2007), obra monumental ofrecida en su día a sus lectores por este periódico y que repasa todos los aspectos del templo, Salvador Andrés Ordax, de la Universidad de Valladolid, en el capítulo El tesoro de la monarquía leonesa, escribe, después de analizar el cáliz minuciosamente, y en referencia al trabajo orfebre, que desde que lo indicara Gómez Moreno, «se considera desde luego que es una pieza de la segunda mitad del siglo XI, asociada a talleres de eco germánico». Y prosigue más adelante: «Tan importante obra fue considerada en algún momento como perteneciente al propio San Isidoro, detalle que proporcionaría una especial auctoritas (autoridad), hipótesis que tibiamente recoge Morales en el siglo XVI». También objeta: «Podría decirse eso de las piezas de ágata, los dos recipientes de origen romano, pero en el caso de que así se hubiera creído en el siglo XI la propia infanta doña Urraca lo habría hecho consignar con una inscripción autorizada cuando encargó la formación del cáliz».
Los reyes del Grial invita a una investigación de tintes apasionantes, plena de documentos desconocidos y de hipótesis históricas que encajan, pero también con lagunas importantes (como los 400 años que median entre la muerte de Cristo y la primera referencia escrita sobre la copa) y, en esencia, defiende la existencia del viaje de 5.000 kilómetros seguido por un raro y antiguo obsequio desde El Cairo hasta León. En 1054 o 1055, el califa fatimí de Egipto lo entrega, como prueba de amistad, al emir de la taifa de Denia, quien a su vez deseaba congraciarse con el monarca más importante de la cristiandad hispana del momento: Fernando I El Magno (1037-1065), rey de León y gran azote de los musulmanes ibéricos por aquel entonces. Con su hija Urraca, Fernando fue el principal beneficiario de San Isidoro, lugar de enterramiento de los reyes leoneses, y al templo, entre otros muchos tesoros, ofreció Urraca este cáliz. Y es que tampoco hay que olvidar que siempre extrañó a los investigadores que ‘la zamorana’ entregara a sus orfebres, para que la vistieran de la forma más lujosa posible, algo que materialmente no tenía gran valor y que además era un objeto de uso pagano, una vieja y gastada copa de origen romano o greco-romano. Otros detalles, como el pequeño trozo de la misma que se guardó el jefe de la expedición encargada de llevar el vaso al reino leonés (acto asimismo documentado, según los autores del ensayo), y que se ajustaría con la muesca que hoy puede apreciarse a simple vista, son aún más extraordinarios.
Entre la sorpresa y la controversia, y las noticias sobre el libro aparecidas en medios de comunicación de todo el mundo, quizá no esté de más recordar las palabras de quien fuera durante décadas el guardián de San Isidoro, el abad Antonio Viñayo, su mejor conocedor y divulgador, quien en uno de sus muchos libros, una guía de la ciudad de 1979, dejaba escrito: «¿Qué secreto esconden las piezas pétreas de este cáliz? ¿Por qué la reina Urraca, cuando quiso hacer un espléndido regalo a su iglesia preferida, utilizó esa copa desconchada con patentes y antiquísimas heridas que mal encubre la vestidura de oro y pedrería medievales? ¿Acaso esta copa, destinada originalmente a libaciones en festines paganos, fue consagrada al culto litúrgico y santificada por labios de algún venerable personaje de la Iglesia primitiva? ¿Hubo caballeros que le rindieron honores, como al Santo Grial, con el cual tiene reconocidas afinidades?». Y culminaba, profético: «Esperemos que el azar o la historia nos descubra el enigma».
Fuente: http://www.diariodeleon.es/ – E. Gancedo