LITERATURA O VIDA
Abr 12 2014

POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)

literatura

Literatura o vida. Esa es la cuestión que os propongo. ¿Hay que escoger una frente a la otra? ¿Y cuál de las dos? ¿Cuál es la primordial y fundamental, a la hora de sentirse íntimamente realizado? Dubitaria es la respuesta. Trataré de aclararme y aclararos lo que juzgo positivo.

Esta disertación leída el Domingo de Ramos en el V Seminario Internacional “Silos14”, en el que participamos unos cincuenta escritores, no cumple los requisitos de una ponencia en forma y documentación adecuadas, no es un estudio sesudo y crítico que haya que tener en cuenta del todo sino en parte, no es una doctrina dogmática obligatoria de creer…Pero puede ayudar a comprender el misterio de la creación literaria.

Se trata más bien de una plática un poco retórica, de una divagación de primavera al estilo socrático, de un cuento bocachiano sin aliciente erótico, de una panoplia de sugerencias. En este ancho espacio de debate, lo relativo resulta esencial.

En la literatura como en la vida… el terreno es resbaladizo, se pasa de un lado a otro en un pispás, se integra o se desintegra, se junta o se separa, te pegas trompicones y topetazos…estás casi siempre en el borde, en el filo, en la inopia y en el no sé sabe qué, balbuceando…

Lo que lanzo, pues, a la consideración sosegada de la mente es un borbotón de sensaciones y emociones, un montón de trigo de posibilidades, anécdotas y vivencias, una especie de carta de navegación en el piélago de la existencia del autor…,y no nada reglado por un pensamiento cartesiano, del que, lamentablemente, carezco, no me cabe en la cabeza, por mi educación sentimental a lo Flaubert.

Literatura o Vida, con mayúsculas ambas, me obsesionan desde la adolescencia granadina en que me sentí poeta por primera vez, con catorce años en el cuarto curso del Bachillerato Elemental de entonces, que se cerraba con una reválida de armas intelectuales bien aferradas/amarradas en la memoria.

Poeta es mucho decir; versificador y basta. Yo era ya más pasivo que activo, más interior que exterior; me gustaban los juegos de la inteligencia y las honduras pasionales del corazón, más que el driblar el balón con los pies o encestarlo en la canasta con las manos. Y gimnasia, la mínima. El plinto y el caballo me quedaban a la altura de los testículos y era francamente temible y doloroso saltarlos o más bien asaltarlos. No lo conseguí nunca en mi internado estudioso de La Salle, congregación de frailes dedicados exclusivamente a la enseñanza, los mismos que en el Quito peruano adoctrinaron en las primeras letras y caligrafías al posterior Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. (Volveré a citarlo, sin duda)

Salía yo siempre a los recreos y a los paseos de fin de semana –el asueto caía en jueves- con una libreta en el bolsillo de los pantalones bombachos. Había que redactar, concentrar, tomar nota, recordar… los vericuetos del camino y los aconteceres de la estancia festiva ¡Con qué mimo y dedicación me fabricaba autónomamente esos artefactitos prodigiosos que yo llamaba libritos de uso particular! Partía las cuartillas en cuatro trocitos apaisados más y apretujaba el montón con un par de grapas o una alambre corrediza. Y recogía palabras nuevas en ese minidiccionario y con ellas componía versos, aforimos, refranes y proverbios.

Hoy mismo soy más de despacho que de calle, más de libros que de deportes, más estático que dinámico, soy hombre de mesa y pluma, aunque frecuento los viajes rurales, no urbanitas, por montes, ríos, valles, llanuras y páramos. Amo el andar de pasada, pero suscribiendo lo que advierto en el sendero y conversando con cualquier tipo de gente, ancianos en especial. Para aprender, no dejar de aprender en ningún momento. No soy un hombre de acción ( a lo Baroja) sino de pasión ( a lo Rubén Darío). Romero solo (a lo León Felipe). ¿Novelista? No. Aunque llevo el espejo, y la grabadora, y la máquina de fotos. Ensayista o articulista me definiría mejor. Y poético, lírico, literario, eso sí. Verdad y belleza en armonía conjunta.

Un día en mi vida, que no es la de Iván Ilich, podría resumirse así:

Los días ordinarios me prometo
Seguir desde el levante de la aurora
Un programa, una ruta, y hora a hora
Con disciplina a ellos me someto.
Los días ordinarios soy discreto:
Tomo un par de cafés con la señora,
Pongo al tiento la mano escribidora
Y en la pantalla de internet me meto.
A mediodía paro y, brilladora,
Una copa de whisky me receto
Con el bien parecer de la doctora.
Vuelvo al tajo, corrijo el mamotreto,
Como, leo, paseo entre la flora
Y así se me va el día en un soneto.

Literatura o vida, repito. Pero ¿por qué tengo que elegir? Elijo el binomio completo el sintagma total, sin contradicción en los términos. ¿Amar a una y preterir a otra?, ¿quedarme con la mitad y no asumir la totalidad? De ninguna manera. Como Teresita de Lixieux, yo no me conformo con una parte solo. Recordad. Cuando le dieron a escoger a la santa francesita entre una muñeca u otra, escogió el paquete entero: yo también lo quiero todo: la literatura y la vida, juntas, inseparables, subsumidas. Si no escribo, no vivo, ya lo manifestó por mí Lope de Vega (Volveré a él, por supuesto).

Transcribo con parsimonia uno de sus reveladores sonetos, tomado de mi “Lope para niños (Ediciones de la Torre, colección Alba y Mayo, 1986):

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
Partir sin alma, e ir con alma ajena,
Oir la dulce voz de una sirena
Y no poder del árbol desasirse.
Arder como la vela y consumirse
Haciendo torres sobre tierna arena;
Caer de un cielo, y ser Demonio en pena,
Y de serlo jamás arrepentirse;
Hablar entre las mudas soledades,
Pedir prestada, sobre fe, paciencia,
Y lo que es temporal llamar eterno;
Crear sospechas y negar verdades
Es lo que llaman en el mundo ausencia,
Fue en el alma y en la vida infierno.

El campo hasta el final del horizonte, que se amplía y aleja al andar en vez de acercarse, unido al campo infinito del folio en blanco o la pantalla cristalina universal del internet…son mis querencias favoritas, unidas umbilicalmente.

¡Dichoso soy y somos los que vivimos en la esfera multiexpresiva, multirreligiosa y multirracial de la época presente! También se amplía cada día más.

Viajar estira la mirada tanto como los puntos suspensivos en un renglón como una flecha a la deriva, y al quedarse uno quieto parado surge la reflexión, germinan los pensamientos y los sentimientos.

Unos afirman: literatura es vida, como yo en este caso; otros remachan: no hay vida verdadera sin literatura; otros nos contradicen: hay que vivir y no hacer literatura; la realidad es lo que cuenta, no lo que inventa la ficción; ficciones sobran, nos faltan trabajos útiles, etc, etc, etc.

Bueno, pues depende. ¿En qué estamos pensando: en alimentar y vestir el cuerpo o en recrear y revestir de belleza el espíritu? Porque ahí reside el quid de la cuestión.

La literatura no es verdura de las eras ni hojas de papel que lleva el viento de la historia. Mirad cómo perduran la Ilíada de Homero, las tragedias griegas de Esquilo, Sófocles y Eurípides, las comedias de Aristófanes, las fábulas de Esopo y mi tocayo Lucio Apuleyo y las de Lafontaine y Harzenbuch y Samaniego; o los Discursos y sermones de Bossuet o Fray Luis de Granada.

Pasó el punzón cuneiforme sobre el granito, pasó la tabla de arcilla, pasó el papiro egipcio, pasó la tableta romana (ahora tablet), pasará el papel arbóreo, caduco también, pero las ideas y los sentimientos se aposentarán en soportes nuevos ya en uso, y la Biblioteca de Alejandría cabrá en un disquete o pendrail USB. Parece que hasta volvemos a los grafemas o ideogramas en los móviles, recortando las letras del alfabeto. El caso es entendernos.

Literatura o vida. Crecer o morir. Dormir y además soñar, y estando continuamente despiertos a la novedad. El mundo es nuevo cada día y debemos redondearlo como lo redondea el sol, capitán redondo lorquiano de espadas de rayos flamígeros.

“Luz, más luz”, dijo Goethe al morir, y pidió que le abrieran las ventanas de la habitación, porque no había terminado de leer todo lo que quería ni de escribir todo lo que le quedaba en el alma. El alma es el último suspiro volátil, pero yo creo en la transmigración de las almas: eternas, eternas, eternas.

El autor de los “Los Heteredoxos, don Marcelino Menéndez y Pelayo, dio mil vueltas a Santander antes de bajarse del autobús porque iba leyendo, y cuando su madre le dijo un mediodía “deja de ler, que hay que comer”, puso una sardina asada entre las páginas para saber por dónde debía continuar después del postre.

Yo nunca acerté a vivir como la pazguata mayoría, sino como la inmensa minoría juanrramoniana: “Espacio” y “Animal de fondo”. ¿Los recordáis? ¿Sabéis que este panteísta y andaluz universal poetizó la Anunción del Ángel a María en “Trasunto de cristal, bello esmalte de ataujía? La religión, las religiones están en la entraña de la humanidad…¡Y son religiones del libro, de los libros: Cristo, Buda, Mahoma, Confucio…!Y hasta en la religión del proletariado de Marx, causa de revoluciones…, pero ese es otro cuento, que no me gusta. Lo escrito, escrito está, ínsito en el espíritu de los pueblos de la tierra. Por los libros, por la literatura religiosa, ascienden como mártires a los cielos. Porque hay vida después de la vida, gracias a la literatura, en sánscrito o en geroglíficos faraónicos.

Literatura o vida. Literatura y vida. ¿Quién dijo que no? Vivir, por otra parte, ¿no representa la huella del hombre en la tierra, en lenguaje plástico? ¿Y qué huella más perdurable que Altamira, signo símbolo escrito en piedra, o los inescrutables Documentos bíblicos del Mar Muerto o los cuarenta mil versos de Gilghamesh, la epopeya mesopotámica sumerio-acadia, o los dos mil o tres mil del Poema de Mio Cid, la Divina Comedia, la Odisea, la Eneida y el Libro del Buen Amor? Etc, etc, etc. ¿Dónde está la vida y dónde acaba la literatura que la recoge, envuelve y desmesura?

¿Vive más quien más anda y prueba, gusta y conoce, o quien se enfonda en la bodega alambicada de su cerebro y goza del paraíso que son las bibliotecas para Jorge Luis Borges, y luego escribe, escribe y escribe sentado como el escriba del arte antiguo?

Afuera: sombras, nubes, vientos, ceniza, polvo, nada (¡Oh Quevedo, oh Góngora, oh Pepe Hierro!…) Adentro: la luminaria o lucernaria de la bodega interior, donde se encuentran los vinos más deliciosos de “Los salmos de David”, “o “Los proverbios, El Eclesiastés y El cantar de los cantares” del rey Salomón, el amante de la reina de Saba. ¡Ah, la Biblia, el libro de los libros: la literatura en perlas de seducción universal!

Estoy convocándoos al debate, a la divergencia de opiniones, a la disolución de la uniformidad. Esta es mi manera de ofertaros comunicación sobre el tema del V Encuentro Internacional “Silos 2014: La magia de la Literatura: creación, transformación y prestigio”.

Podría seguir divagando, pero no quiero cansaros. Escritura somos sobre la faz de la tierra. Ella, la palabra, es la que mueve y conmueve a la humanidad, la que no diferencia de los animales y nos sobrepone a ellos.

No se me ocurre pedir peras al olmo: hay en mayoría ágrafos y analfabetos. Quizá sobran escribidores y bardos como nosotros, pero está claro que la literatura ilumina la vida de los mortales, sea oída, leída o manuscrita. En color carmesí, o en rojo, verde y azul como Ramón Gómez de la Serna. Da igual.

Y luego se añade la infinitud de faces y fases del gremio plumífero. Cada cual es distinto que su semejante. Y más vidas vive quien más personajes crea, porque como autor omnisciente, se derrama en cada uno de ellos. No dejéis de leer “La verdad de las mentiras”, el genial ensayo literario de Mario Vargas Llosa. Alucina.

Cada mañana me sumerjo ante un café y una ginebra con hielo y limón en el bar de los jubilados de Guadalix, y los senecos pueblerinos me regalan sus sabias experiencias vividas. Saben que escribo y público y que así su memoria fenaciente renacerá algún día –folclore, bailes, música, costumbres, elementos agrícolas…-Verba volent, scripta manent.

¿Literatura o vida? Termino: literatura y vida indisolubles. La vida es teatro, máscara, coturno, carnaval, pasión sacramental, gloria de resurrección, cielo azul y tierra gris, aire, agua y fuego, realidad e invención. Y es música y pintura y escultura. Bellas Artes.Hasta los fantasmas existen, porque los hemos creado en nuestra fantasía.

Grandes vividores: Lope Zorrilla, Pietro Aretino, Dante, el Arcipreste de Hita… Grandes vividores y grandísimos literatos, empujados por no saber ser ni hacer otra cosa que literatura. Para vivir más y mejor.

¡Quien supiera escribir, señor cura (Ramón de Campoamor)

Adelanté que no adornaría esta plática volcánica con laureles de citas gloriosas, pero glosarlas me ha sido necesario. Me he contradicho. Contradictorio soy y seré: ¿Quién que es no lo es?

Nuevamente me viene a las mientes el monstruo de la naturaleza:

“¿Cómo componer? Leyendo
Y lo que leo imitando
Y lo que imito escribiendo
Y lo que escribo borrando
Y lo borrado escogiendo”.
Y otra vez el indio nicaragüense Rubén Darío:
“El libro es fuerza, es valor,
Es poder, es alimento,
Antorcha del pensamiento
Y manantial del amor”.

“En algún lugar de la biblioteca hay una página que ha sido escrita para nosotros” (Alberto Manguel)

“Lee y conducirás”. No leas y serás conducido” (Santa Teresa, la doctora mística)
San Juan de la Cruz: “Adónde te escondiste…”

A un lector anónimo, quizá un niño, se le llenaron los ojos de lágrimas mientras leía.

-¿Por qué lloras, si todo en ese libro es de mentira?, le preguntó el papá.

-Lo sé, pero lo que yo siento es de verdad.

Pues eso. Que escribir es vivir. Felices de vosotros.

(Ponencia pronunciada en el Seminario Silos 2014, organizado por Basilio Rodríguez Cañada, de Editorial Sial/Pigmalión. 11 al 13 de abril soleados).

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