«EL NUEVO CINE CARMONA DE VERANO SE CONSTRUYÓ EN EL AÑO 1964 Y TENÍA UN AFORO DE 824 LOCALIDADES», DETALLA GUADALUPE MORALES, LA CRONISTA OFICIAL DE MADRIGALEJO (CÁCERES)
La película más autobiográfica del director de cine español más premiado sería distinta sin Extremadura. La historia que cuenta ‘Dolor y gloria’, estrenada anteayer en salas de medio país, no sería la que es si en la vida de Pedro Almodóvar no se hubiera cruzado Madrigalejo (1.759 vecinos, 45 kilómetros al noreste de Don Benito). Quizás él no lo sepa, o tenga otra idea, pero lo cierto es que fue un afortunado. Tuvo la suerte de disfrutar la edad de oro del pueblo. En 1960, cuando el famoso cineasta era solo el hijo de ‘la señora Paca’ y ‘tío Antonio gasolinero’, Madrigalejo sumaba 5.749 habitantes, o sea, el triple que ahora y la cifra más alta que ha conocido en su historia. Y lo que es más importante en este contexto: en esa época llegó a tener cinco cines (tres de verano y dos de invierno).
«Íbamos a ver películas todos los días. Nos lo pasábamos pipa. Éramos los más gamberros de la provincia». Paqui Velarde, todo ternura, hace memoria y ríe. Se le alegran los ojos al recordar a aquella pandilla: Mina García Carranza, Cati Loro, Toni Loro, Aniti Carmona, Luisi la del teléfono, Luisi Sierra, Maruja Sierra, Luisi Naharro, Félix Sojo… Y Pedro. O Almodóvar, como le llamaban otros.
En ‘Dolor y gloria’, su película número 21, hay una escena en la que un grupo de mujeres lava la ropa a la orilla de un río, y luego se ve a alguien extendiendo una sábana blanca sobre la vegetación crecida. Ese río es el Ruecas, y una de las mujeres es la madre del director. Él lo explicaba hace unos días en una entrevista para la Academia de Cine. «En el río Ruecas, en Madrigalejo, mi hermano jugaba con los pececillos. Ese recuerdo de mi hermano Tinín me fue llevando a otros, como el de mi madre en el río cantando y lavando las sábanas que olían a poleo porque las tendían sobre los juncos».
Además de jugar con los pececillos, Tinín veía cine. Su hermano Pedro le llevaba de la mano al Carmona o al Albéniz (o Carranza), que son los nombres clave en la historia del cine en Madrigalejo, donde el director llegó cuando tenía nueve años, procedente de otro pueblo extremeño, Orellana la Vieja.
Lo que llevó a la familia Almodóvar al completo hasta la localidad cacereña en la que murió Fernando el Católico fue la construcción del canal de Orellana, un acontecimiento que revolucionó el municipio. La mayoría de los trabajadores que levantaron esa infraestructura -una red de más de dos mil kilómetros de conducciones de agua en las Vegas Altas del Guadiana- se instalaron en Madrigalejo, que multiplicó su padrón. Llegaron al municipio asturianos, gallegos, canarios o manchegos como los Almodóvar.
Antonio, el padre del cineasta, empezó como arriero (trajinaba con bestias de carga), pero no tardó en dejar ese empleo para hacerse cargo de la gasolinera de la localidad, donde María Jesús y Antonia, las dos hermanas Almodóvar, conocieron a sus maridos, y donde son muchos los que recuerdan a la familia. «¿Que si le conozco yo a Pedro Almodóvar? ¡Pues cómo no! ¡Y a su padre, el tío Antonio! ¡Anda!», contesta entre sorprendido e indignado -la duda ofende- un paisano a las puertas del bar El Tola, que antes fue el bar Eloy. A dos pasos de ahí estaban los cines de la familia Carranza. Los que fueron sus accesos principales son hoy dos puertas de cochera, aunque junto a ellas aún se ven las antiguas taquillas.
«Mi padre consiguió traer al pueblo ‘¿Dónde vas Alfonso XII?’ y también ‘¿Dónde vas triste de ti?’ (su secuela), y aquí se vieron esas dos películas antes que en ningún otro sitio de toda la provincia de Cáceres», cuenta Ana Carranza (72 años), la única hija de Alonso Carranza Parralejo, y la nieta de Simón. «’El baile del simonero’ le decían en el pueblo a la pista de baile que regentaba mi abuelo -recuerda la mujer-. Él murió, y a los dos años, una vez pasado el luto, mi padre recuperó el negocio», recuerda Ana, que era una de las fijas en la pandilla de Almodóvar en sus años en Madrigalejo.
Alonso Carranza, labriego reconvertido en empresario del ocio, reabrió la pista de baile de su padre, la rebautizó como ‘Albéniz’ y le añadió el cine . «Le puso ese nombre -explica su hija Aniti, como la conocen todos- porque él era muy entusiasta de la música». Hasta el punto de que se hizo músico. Estudió en Guadalupe, aprendió a tocar la trompeta y el saxofón, y junto a otros (Alejo, Paco Mateos, Rafael maquinista) montó una orquesta que amenizaba las noches madrigalejeñas en la pista y cine Albéniz que él mismo regentaba, y por donde pasaron algunos de los grandes nombres del momento, como Juanito Valderrama o La niña de la puebla.
Dos sesiones casi a la vez
Eran los años en los que la gente hacía cola a la puerta del cine para comprarle a Sabino alguna de las chucherías que llevaba en su famoso carro, hoy convertido en pieza del museo local. «Llevaba pipas, cacahuetes, caramelos y si era verano, también helados, pero no mucho más», recuerda la hija de Alonso Carranza, el hombre que hacía de proyeccionista, y al acabar la película, de músico.
En la competencia, los cines Carmona, tiraban de ingenio para ofrecer el mismo filme en dos sesiones que comenzaban con treinta o sesenta minutos de diferencia. «Una película tenía a lo mejor cuatro o cinco rollos -rememora Cele Carmona, nieto, hijo y sobrino de los Carmona que llevaron el cine al pueblo en los años 20-, y lo que hacíamos era que cuando ya se había proyectado el primer rollo en la sala en la que la sesión había empezado primero, lo llevábamos a la otra, que estaba al lado, y lo mismo cuando se terminaba el segundo, y el tercero y así sucesivamente». De ese modo, la misma película se ofrecía en dos salas distintas con horarios diferentes.
«Y las dos se llenaban», apostilla Cele Carmona, que vive en una casa con un patio enorme que hasta hace unas décadas era parte de uno de los cines que llevaban el apellido familiar, que ocupaba también parte de la farmacia que hay al lado. Él tiene las llaves de otra de las salas históricas, la del llamado nuevo cine Carmona de verano, que hoy es mitad cochera y mitad oficina de Correos. «El nuevo cine Carmona de verano se construyó en el año 1964 y tenía un aforo de 824 localidades», detalla Guadalupe Morales, la cronista oficial de Madrigalejo, en un texto que leyó en un congreso. «Pedro Almodóvar fue asiduo a él», añade la historiadora, que también aclara que mientras que el nuevo Carmona de invierno cerró a principios de los setenta, el de verano funcionó hasta 1988.
Ocho años antes se fueron los Almodóvar del pueblo cacereño, tras morir el padre del cineasta. En total, el director pasó en Madrigalejo casi una década, «salvo los periodos lectivos en los que estuvo interno en el colegio de los Salesianos de Puebla de la Calzada (Badajoz) y en el colegio San Antonio de Cáceres», amplía Morales, que recuerda que en aquellos años felices del pueblo «había en la zona gente que a Madrigalejo lo llamaba Las Vegas». «Aquí teníamos piscina cuando no la había ni en Don Benito ni en Villanueva de la Serena», añade la cronista oficial, que no llegó a conocer a Pedro Almodóvar.
Quienes sí le trataron en esos años de su primera adolescencia, como Paqui Velarde, le recuerdan como «una persona con una inteligencia fuera de lo común, muy imaginativa, que siempre estaba pensando en pasarlo bien». «Toda la familia era así, gente especial -sigue recordando su amiga Paqui-. La madre (Francisca Caballero), que vendía aceite y vino en su casa, ayudó a muchos en el pueblo. Había gente que le pedía que les escribiera las cartas. Era una mujer muy amena y con una gran desenvoltura. Y él, Pedro, se pasaba el día en mi casa, entreteniéndonos a mí, a mi madre y a mis tías. ¡Cuántas películas habremos visto juntos! No se me olvidará un día que fuimos al cine y la gente abucheó. Salió el dueño de la sala y dijo en voz alta: ‘Se acabaron los tostones en mi casa’, Mañana, ‘El jinete negro’». Y Paqui se ríe. Y se le vuelven a alegrar los ojos.
Fuente: https://www.hoy.es/ – ANTONIO ARMERO