REPASAMOS LAS CRÍTICAS AL LIBRO DE MARGARITA TORRES Y LA VALIDEZ DE LA ACUSACIÓN DE LA FALSIFICACIÓN LEONESA DEL ÚLTIMO TRABAJO DE CARLOS JAVIER TARANILLA
La publicación de otro libro sobre el ‘Santo Grial’ pone de manifiesto que en León la búsqueda del mismo es el ‘tener razón’ durante una discusión bizantina, mientras nadie sabe cómo salvar el alma de una provincia que pierde su esencia, su población y su futuro. Repasamos las críticas al libro de Margarita Torres y la validez de la acusación de la falsificación leonesa del último trabajo de Carlos Javier Taranilla.
Es León ese lugar donde la búsqueda del ‘Grial’ se podría definir como el ‘tener la razón sobre todo en una discusión bizantina en la que no gana nadie’. Nada nuevo para los leoneses, que se despachan todos los años con no sólo uno, sino dos debates entre la Iglesia y el poder civil en el que el resultado es desde hace siglos un empate.
Y ojo, con la discordia subyacente entre los propios clérigos. Ya que si bien uno es contra el Cabildo de San Isidoro (las Cabezadas en primavera), el otro es para darle coba al Cabildo Catedralicio (las Cantaderas en otoño). Como se ve, una disputa superlativa para doblemente nada, aunque dependa por dónde se mire si es foro u oferta porque en realidad de allí cada ‘bando’ sale como si hubiera ganado y tuviera toda la razón. «Tablas infinitas» las llaman los leoneses con hastío y bastante sorna.
Por no hablar de las que hay dentro del Ayuntamiento leonés entre sus concejales para coger las ocho plazas de cada mandato para ser ‘síndico’ y lucirse ante los ciudadanos leoneses. Es León en estado puro —una de las primeras ciudades del mundo medieval en tener su propio concejo municipal gracias al Fuero de Alfonso V hace más de mil años, en 1017—, con el debate irresoluble entre bandos como bandera y como esencia de la democracia occidental europea.
El León maquiavélico que si se tensiona al esconder lo que está a la vista de todos pero que no se puede decir, puede llegar a actos innombrables y que atesora en su Historia disputas legendarias. Que en esencia desvela ese bizantinismo leonés. ¿Quién tiene más poder, el Cabildo de San Isidoro, templo consagrado a los Reyes poder terrenal, o el de la Catedral, del Obispo consagrado a Dios? ¿Es el mandatario el que lo hace por la gracia de Dios o porque así lo desea el pueblo? Ay, esos güelfos y gibelinos que no han dejado de batallar subrepticiamente desde el siglo XII.
Es decir, la urbe legionense y su provincia y reino tienen en su propio ADN social la esencia grialística democrática siendo la primera de todo el orbe que llegó a desafiar a Roma al decretar en las Cortes de 1188 que los seres humanos tenían libertad de pensamiento (de Conciencia), lo cual probablemente llevó a su último gran rey al descrédito y a su Reino al ostracismo histórico. Por adelantarse al Renacimiento varios siglos. Una Curia Plena en la que el pueblo votó, de forma estamental, por primera vez en la Historia; por lo que la Unesco ha declarado a León como una de las cunas del Parlamentarismo. Y que se hicieron allí donde, qué casualidad, dicen que se ocultaba a la vista de todos la reliquia del Cáliz de Cristo. Supuestamente, claro.
El ‘Calix Domini’, la copa del señor, aquel objeto que los cristianos veneraban desde el siglo V en la Iglesia del Santo Sepulcro, que los árabes ‘robaron’ y que, según la historiadora medievalista de la Universidad de León —y ahora concejal de Cultura del Ayuntamiento legionense— Margarita Torres, junto al historiador del Arte José Miguel Ortega del Río, conectaron con la Basílica de San Isidoro y el Cáliz de Doña Urraca (no confundir con la primera reina de la Europa medieval, ésta era su tía, la hermana de Alfonso VI e hija de Doña Sancha y Fernando I y señora de Zamora), terminó escondido durante mil años en manos de la monarquía leonesa. Su libro, ‘Los Reyes del Grial’.
El 26 de marzo de 2014 anunciaban una sorprendente y polémica investigación que ha ido incrementándose a lo largo de los cinco años desde que lo desvelaron en rueda de prensa y lo han paseado por algunos programas de televisión de misterio que espantan a los académicos, que secretamente los critican con extrema dureza por «hacer espectáculo de ello». Un impacto multiplicado internacionalmente en 2015 por la versión en inglés de este trabajo, ‘The Kings of the Grail’.
El año pasado uno de sus mayores críticos desde el primer momento, Carlos Javier Taranilla de La Varga, consiguió publicar un libro titulado ‘El Santo Grial’, en el que desmiente todo lo dicho por los dos historiadores. Claro que en 2018 se estrenó la película ‘Onyx. Los Reyes del Grial’, del director Roberto Girault y protagonizada por Jim Caviezel (el Cristo de Mel Gibson) y María de Medeiros, que ha impactado enormemente en las taquillas convirtiendo a Torres y Ortega del Río en ‘héroes’ de la pantalla.
El debate libresco se torna fútil ante el poder del cine. Bizantinismo intelectual en estado puro en una ciudad que necesita todo lo que sea para sostener su economía, incluso convertirse en el Roswell del Cristianismo gracias a la figura literaria y mítica del Grial, evitando la maldición de la despoblación, la pérdida de poder económico y la desaparición política y administrativa de la Historia de España y la de su propia región. León lleva 35 años incluida en una autonomía a la que sus gentes no quieren pertenecer y que llama ‘el Oeste de la Comunidad’ al viejo reino legionense, el más importante de la Hispania medieval hasta el siglo XIII; diluyendo su potencial simbólico en un mundo donde las historias poderosas, aunque sean sólo espectáculo, sirven para generar mucho, pero que mucho dinero.
Más aún en el lugar donde la creatividad literaria e imaginativa es ejemplo mundial con el Filandón como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Donde los escritores salen de las piedras, donde la realidad es muchas veces la propia imaginación del pueblo. Donde lo que prima es la diversión y dejar epatados a los demás con buenos cuentos y mejores historias. León es potencia literaria y con mimbres de aprovechar todo eso para la industria cultural audiovisual como ninguna otra.
Y con un atractor que lo vincula con el cáliz de Cristo y las leyendas artúricas de Chrétien de Troyes —e incluso con Poncio Pilatos del que se dice que era de Asturica Augusta, la actual Astorga— se podría aprovechar enormemente para el mundo del espectáculo y el Turismo. El vil metal es así, no entiende de rigores; pero la ruina sí.
¿Pero por qué esta disputa descarnada? ¿Para qué minusvalorar la potencialidad de un elemento que puede funcionar como atractor turístico de primera magnitud? ¿Y más en una provincia que sufre constantemente de confusiones y errores que revelan las ineficacias de su política turística? ¿Para qué tanto bizantinismo? Por el ego leonés, oigan. La tradición es la tradición y la búsqueda de tener razón como sea por encima de otros es lo que manda. Con un detalle, los defensores de la ‘candidatura’ leonesa no han entrado al trapo.
¿Qué es el ‘Grial’?
El problema de las discusiones bizantinas es que el que quiere provocarla para darse la razón se suele basar en algo que se sale de lo que provoca aparentemente la disputa. Vamos, que suele escoger la parte por el todo o confundir demagógicamente al personal para desmontar la proposición del primero con un truco o añazaga. Lo que no deja de ser en sí mismo un constructo creado para imponerse ante el otro por encima de cualquier lógica.
El problema mayor que existe para desmentir la propuesta original de ‘Los Reyes del Grial’ es poner el grito en el cielo porque «diga que el Cáliz de Doña Urraca es el ‘santo’ Grial». Leyéndose el libro de Margarita Torres y José Miguel Ortega del Río éstos no lo afirman en ningún momento. Siempre se refieren a que el objeto del tesoro de la monarquía leonesa puede ser el cáliz de Cristo o el ‘Cálix Domini’ que se veneraba en la Jerusalem del siglo V al IX, con la premisa de ser «una hipótesis que hay que criticar para continuar investigando sobre su autenticidad» basándose en unos pergaminos que lo conectan con Fernando I de León directamente. Así lo dijeron sin ambages en la rueda de prensa en la que anunciaron el descubrimiento.
En realidad el libro ‘juega’ con el concepto de lo que es el ‘Grial’, que es muy complejo, porque es un constructo literario. Un objeto conceptual o ideal que implica una clase de equivalencia con procesos cerebrales. Y que se refiere a una variada cantidad de definiciones que se imbrican en el mito céltico del caldero de oro, o en la descendencia de Cristo (la Sang Real), o en la fuente de la inmortalidad, o en la búsqueda de la cura de la melancolía del Rey Arturo. Una ‘imago’ que devino tras la adjudicación de los cortesanos medievales primero, y por la fuerte influencia del cine después, en que el pueblo terminara asumiéndolo principalmente con el Cáliz de Cristo, hasta confundirlos en uno sólo.
Sin embargo no es así. El ‘Grial’ como tal no existe, puesto que la mayor definición es «la búsqueda de algo que le falta al ser humano y que calma su sufrimiento». Puede ser la libertad, la Democracia, la creencia, el amor o cualquier otra cosa. Sin embargo la potencia de este constructo literario ha sido fuente de creatividad cultural (y dinero, mucho dinero) en la literatura, las artes audiovisuales, la pintura y la música. ¿Cómo no lo iba a aprovechar la Iglesia Católica para hacer caja tras haber sido adjudicado por la gente en general al Santo Cáliz? El ‘Santo Grial’ es un objeto místico inexistente. El Cáliz de Cristo, una reliquia desaparecida que los Cruzados buscaban denodadamente al invadir los Santos Lugares y que, al no encontrarla, dio lugar a una lucrativa leyenda durante siglos.
Para entenderlo mejor. Un constructo literario similar puede ser ‘La Fuerza’ de Star Wars. No existe. Todo el mundo sabe que no es real, pero si se perdieran las películas y el saber humano durante mil años, se podría creer que ‘algo había’. Y ciertamente algo que tantísima riqueza genera es un elemento de atracción irresistible para el ser humano. ¿Y por qué León no puede aprovecharse de algo como la ‘grialidad’ para hacerlo como todos los demás? ¿Por qué ridiculizarlo y no darle la perspectiva más adecuada asumiendo que no es real pero sí que puede beneficiar a muchos?
‘Los Reyes del Grial’ y sus críticas
En esencia el libro publicado en 2014 por la Editorial Reino de Cordelia es un ‘santo Grial’ en sí mismo tras llegar a la quinta edición. Más la película. Pero su propio nombre indica por dónde va su premisa fundamental. ¿Es la monarquía leonesa la que protege el ‘Grial’, comparando a Alfonso VI con el rey Anfortas griálico; el Rey Pescador? Curioso que el monarca legendario esté cojo por una herida en la pierna y que el rey hijo de Fernando I y hermano de doña Urraca de Zamora (la tía, no confundir con Urraca I de León) sufriera una que le dejó con esa secuela de por vida. ¿Coincidencia? Ni Torres ni Ortega del Río lo creen; precisamente por eso lo titularon así: Alfonso VI de León bien podría ser el mítico Anfortas de las composiciones de los juglares, el rey del Grial.
Pero no todo es un camino de rosas para este libro que ha sido amplia y duramente criticado por «asegurar que en León está el santo Grial». En primer lugar, la redacción es un tanto farragosa al ser un asunto extraordinariamente complejo de explicar, y la lectura se hace bastante dura. Pero es un acercamiento al mito, con aseveraciones que en unos casos pueden cuadrar y en otros se hace un tanto endebles, como al asegurar que en la bóveda del Panteón de los Reyes de San Isidoro (la capilla sixtina del románico) está representado Marcial ‘el Copero’, Marcialis Pincerna (el que sirve la mesa). Algo que es contradecido por muchísimos historiadores y expertos del Arte.
Por último, otro de los agujeros argumentales de la hipótesis de ‘Los Reyes del Grial’ es precisamente por qué la monarquía leonesa no anunció a los cuatro vientos que tenía el cáliz de la Última Cena, en un momento en el que hasta una espina de la corona de la crucifixión de Cristo era un atractor de primera magnitud, aunque fuera más falsa que Judas. ¿La posesión de un objeto así, el Cáliz del Señor, no sería proclamar la primacía de Fernando I, Alfonso VI, Urraca y Alfonso VII ante todos los reyes de la Cristiandad? Parece absurdo no haberlo hecho.
Torres y Ortega del Río defienden que no lo hicieron para proteger a la corona leonesa de advenedizos, guerras y porque el mismo año en que suponen que llegó la copa a León (1054) fue el del Gran Cisma de Roma con Oriente. Resulta algo débil esta cuestión, puesto que aun siendo cierto que la realeza legionense no se llevaba precisamente bien con la protoiglesia católica nadie en su sano juicio dejaría pasar la oportunidad de liderar el poder civil ante ella. Aprovechando al proclamar la posesión de tal objeto místico: el cuenco en el que Jesucristo bebió por última vez en paz. Más cuando las reliquias —que no son un invento de los cristianos, ya que las ciudades griegas vendían como huesos de gigantes los fósiles de dinosaurios—, eran un negocio de espectaculares proporciones.
Ahí los historiadores apuntan a una incoherencia más humana que lógica. ¿Quién perdería la oportunidad de ‘vender’ la posesión del Cáliz del Señor? Es altamente improbable. ¿Entonces qué necesidad había de ocultarla? La lógica indica que la familia real no se tomó en serio lo de ser la copa del señor auténtica… pero que Urraca la recubriera de oro para que no la tocaran ningnos labios al beber de ella, y además engarzara un montón de camafeos y piedras preciosas en su envoltura genera una duda interesante y otro montón de preguntas. ¿Sabrían algo que los demás no o simplemente lo hicieron por si acaso lo que decían del objeto era cierto? ¿O sólo porque era una copa de una piedra preciosa venida de Tierra Santa?
Lo que sí hay una cosa que destacar en todo esto es que sería imposible que vendieran Fernando y Sancha, y su hija Urraca, la posesión del ‘santo Grial’ porque sencillamente ese concepto no se usaba en aquel tiempo para definir a este cuenco de calcedonia (otra forma de denominar al ágata).
Es más, que pasara de Jerusalem a El Cairo y de allí a Hispania y terminara en León sin que nadie lo supiera sería una razón consistente para que se iniciara el mito: al no encontrarlo los cruzados al conquistar la ciudad santa en la Primera Cruzada se crearon historias que terminaron escribiéndose en los tres siglos posteriores, del XII al XIV, comenzando por los mitos artúricos que recopiló por primera vez por escrito en sus poemas el ‘francés’ Robert de Boron e hiciera después Chrétien de Troyes inmensamente famosos entre los caballeros de las cortes europeas.
De todas maneras, otra circunstancia difícil de superar es que aun haciendo más pruebas científicas consistentes es difícil saber si el ‘Calix Domini’ era el que veneraban los cristianos (no fuera que los musulmanes engañaran al emir hispano de Denia) y si, además, era el que usó Jesucristo de verdad en una última cena (si es que ésta existió y no es una parábola literaria) o un engaño para atraer nuevos fieles al templo del Sepulcro. Téngase en cuenta que ‘aparece’ nombrado por primera vez en un documento fechado alrededor del año 400.
¿Es entonces ese cuenco superior de la copa de San Isidoro, que lo contiene recubierto con oro, el objeto que todos desean que sea? Pues por una parte la coincidencia de una marca causada con una gumía (un puñal árabe curvo) que está mencionada en la traducción del segundo manuscrito árabe hace pensar que tiene una gran relación con el que dice que se entregó al emir de Denia. Pero otras consideraciones ya comienzan a ser un salto de fe difícil de asumir por la Ciencia Histórica, si no descalificante.
Eso sí, posiblemente la respuesta esté en la base del Cáliz de Doña Urraca, que se cree que es la tapa de la copa superior. Que venían en conjunto en la vajilla de una cena de Pascua Judía. Es el siguiente paso de la investigación, y hay que esperar a ver qué resultados aporta. Y si consigue aclarar algo.
En todo caso, las investigaciones históricas acaban si una pista termina con la gran mayoría de las preguntas de golpe y éste no es el caso; han surgido más. Aún entre las críticas más aceradas a él.
El lío de los pergaminos de Gustavo Turienzo
Y así llegamos al ‘lío de los pergaminos’. Algunos expertos como el arabista del CSIC Luis Molina advierte de «groseros errores» al interpretar los textos musulmanes encontrados en la Biblioteca Nacional de Egipto en el Cairo. Algo que defiende también el que los localizó y tradujo. Gustavo Turienzo asegura (en la crítica misma de Molina porque no ha hecho declaraciones públicas a los medios) que «del contenido de ambos pergaminos no puede deducirse, en modo alguno, que éste [el cáliz] fuera finalmente trasladado a la Península Ibérica, y aún menos que fuese entregado a Fernando I».
El ataque es durísimo, pero tiene un flanco muy débil: el propio Turienzo no ha certificado que su traducción esté manipulada (cosa que hasta Molina plantea como una contradicción) y se limita a apuntar que la copa de ágata que se menciona en ellos no es suficiente para deducir que sea el ‘santo Grial’. Un tanto de cajón, puesto que, como se ha dicho, los constructos literarios no existen como objetos reales. ¿Está confundiendo Turienzo el Grial místico con un objeto real como si de un común mortal se tratara o juega a la confusión por otros motivos?
Incluso el propio concepto de Cristo es un constructo en sí mismo, puesto que los Cristianos elevan, o transmutan, al hombre —Jesús de Nazaret, del que también es endeble su existencia histórica en comparación con Alejandro Magno, del que se perdió también su cadáver y la figura de Cristo es otro trasunto del faraónico y joven monarca macedonio—, en el hijo de Dios sacrificado (Cristo).
Es más, la clave de la debilidad de esta crítica está en el mismo concepto de reliquia: lo que se ‘cree’ que es, sin importar que no lo sea. ¿Por qué hablan de ‘santo Grial’ si los defensores del candidato legionense no afirman en su libro que lo sea, sino la reliquia del ‘Calix Domini’? ¿Qué interés hay en confundir al público? ¿La posibilidad de ridiculizar mejor? ¿No son capaces de diferenciar una reliquia venerada por creyentes de una imagen literaria y mística? ¿Acaso creen que una reliquia es verdadera por su nombre? ¿O saben que si juegan a la confusión en negativo desprestigian mejor sin tener que hacer esfuerzos en la refutación?
Reproches y ataques aparte, lo que los propios defensores de la ‘candidatura’ leonesa de San Isidoro —como nuevo templo protector del vaso de la Última Cena— reconocieron desde el principio fue que los pergaminos daban la primera prueba histórica para seguir investigando. ¿Se puede determinar con firmeza si la copa leonesa podría vincularse a aquella reliquia que se veneraba en la antigua iglesia del Santo Sepulcro? Esa es la hipótesis y eso es lo que hay que demostrar o refutar. Así se investiga en Historia.
El detalle que la asocia con ella es la esquirla con la que Saladino cura a su hija, que desprendió de un golpe con una gumía el que se la llevó al emir de Denia, que la usó para regalársela a ‘Ferdinand al Kabir’ (Fernando I, el Grande) y congraciarse con él. El vaso superior del Cáliz de Doña Urraca, protegido bajo una lámina labrada de oro, muestra un golpe similar.
Como poco es lógico que se pueda concluir que tiene muchos puntos para ser el objeto del que se habla que pasó de Egipto a Hispania. Otra cosa muy distinta es demostrar que ése sea el Cáliz del Señor que se veneraba en Jerusalem por los cristianos. Incluso los propios eruditos y hombres de ciencia musulmanes dudaban de que fuera milagroso.
En todo caso, la hipótesis planteada es suficientemente consistente para hacerse muchas más preguntas que afirmar de buenas a primeras que se ha pretendido engañar; aún siendo escéptico sobre la imposibilidad de que sea el ‘santo Grial’; algo que en esencia no afirman en el libro… pero que sí ha servido para promocionar el descubrimiento en medios de comunicación que no entienden de constructos y definiciones rigurosas y tienden al espectáculo.
‘El Santo Grial’ de Carlos Taranilla
Y llegamos aquí, bajo esa propuesta de si es falso todo lo que los ‘descubridores’ defienden, al libro de Carlos Javier Taranilla de la Varga; el otro contendiente de la disputa leonesa que desde el principio rechazó con toda rotundidad que fuera el ‘santo Grial’. Sobre todo con toda la contundencia machacona que le dejaron las redes sociales. Es, en esencia una muestra más de la colección ‘Libros que escribe un leonés para poner verde a otro leonés’ tan propia de esta tierra.
‘El Santo Grial’ de la Editorial Almuzara, publicado en 2018 es elaborado por un autor con una erudición apabullante. Como demuestra en este otro ‘Enigmas y Misterios de León’; altamente recomendable para iniciarse en la simbología de los edificios legionenses y publicado dos meses después en la misma editorial creada por el ex ministro de Trabajo del PP, y gran erudito también, Manuel Pimentel. Es un trabajo profuso de casi trescientas páginas en el que ataca sin piedad y desde el principio la hipótesis de Torres y Ortega del Río, apoyándose en el preámbulo de otro de los grandes críticos de «lo que pasó en León en 2014», el medievalista francés Patrick Henriet.
Pero precisamente lo que cree virtud el autor, deviene en su debilidad mayor. Es un libro que muy probablemente no habría salido al mercado de no haberse publicado ‘Los Reyes del Grial’. Y se nota en todo su conjunto, más cuando en su contraportada termina explicando que su lectura permitirá «entender así la reciente falsificación leonesa». Un pecado original que lastrará indefectiblemente sus conclusiones.
En primer lugar destaca que la estructura sea similar a la del libro que critica. Una introducción sobre el mito del ‘santo Grial’ y luego una descripción de gran parte de todos los objetos candidatos a poder serlo. Sin poder serlo, porque en este caso sí que deja claro que el ‘Grial’ es un constructo mítico que no debería ser asumido a un artefacto que se pueda tocar; pero reconociendo que la línea es muy difusa entre lo que es una cosa y otra.
Una lectura amena y estructurada para ir colando aceradas lanzadas (no de Longinos, aunque también aprovecha el libro para hablar de otras reliquias cristianas como la sábana de Turín o el santo sudario de Asturias o el Lignum Crucis, aprovechando que tiene captada la atención del lector) a la posición grialística tanto del Cáliz de Doña Urraca como el de Valencia con un capítulo, ‘El Cáliz que no pudo ser’, dedicado a desmontar por completo la otra disputa española sobre el peculiar y peliagudo asunto.
La traducción de los manuscritos cairotas
Sí merece la pena detenerse sobre las puntualizaciones que Gustavo Turienzo hace sobre la traducción del libro contrario, aportando la suya (que en esencia no se diferencia en prácticamente nada más que en cuestiones estilísticas) en el de Taranilla.
Primero, no se menciona la advocación de la iglesia donde se custodiaba el Calix Domini «ni se ha encontrado ninguna alusión a ese traslado»; segundo, «no se afirma en ese pergamino que la preciada reliquia fuese finalmente trasladada a al-Ándalus, y aún menos que fuese regalada» a Fernando I (aunque sí se lo menciona expresamente, junto al emir de Denia que se lo quería regalar); tercero, sobre los poderes curativos del cáliz «resulta superflua toda especulación basada sobre este pergamino» (en realidad lo dice el mismo documento en su propia traducción, que los científicos y sabios no daban crédito a esa cuestión); cuarto, sobre el encargo de que un obispo custodiara el objeto «no menciona que el obispo recibiera la comisión de trasladar el cáliz sino tan sólo de custodiarlo […] la frase ‘hizo cuanto estaba en la mano por proteger la copa’, aunque ambigua, parece descartar el traslado de la pieza»; y quinto, como conclusión, que «en este pergamino no se afirma que el califa-imam entregase el cáliz al sultán denianense; únicamente se afirma que hubo una solicitud en este sentido».
Es decir, Turienzo no desmiente su propia interpretación del árabe en el libro de Ortega del Río y Torres, ya que la que aporta para el de Taranilla es en esencia muy similar y con todos los elementos que aportan los autores criticados.
Es cierto que tiene razón en que no se puede deducir de esos textos que se entregara al emir de Denia ni que llegara a Hispania ni que el obispo que lo protegía lo llevara allí. Faltan elementos lógicos para hacerlo, salvo hasta el descubrimiento al desmontar el Cáliz de Doña Urraca que el vaso de ágata tenía una mella causada por un golpe.
Y esa es la base de una hipótesis: la posibilidad de que algo pueda ser así por la relación de las pruebas encontradas que proviene de una proposición inicial sin ellas. No hay afirmación bíblica en lo que plantean Torres y Ortega del Río, aunque hasta quienes lo critican lo confundan así, al igual que la masa.
Es indudable que el detalle de la muesca de la copa en León abre la posibilidad a preguntarse si tienen relación y que sería absurdo haberlo afirmado tan contundentemente de no existir esta marca en el artefacto cubierto de oro en León. La mención del golpe de la gumía en la propia traducción de los pergaminos (que ojo, son copia de los auténticos por parte de caligrafistas árabes en prácticas; los originales aún no se han encontrado) da salida a poder defender la hipótesis con mucha más contundencia, dentro de lo que cabe, de que puede ser el objeto que creían los musulmanes que los cristianos veneraban en la Iglesia del Santo Sepulcro.
El estrepitoso fallo cronológico y lógico
Aparte de añadir, no se sabe muy bien con qué criterio, que como en «el segundo pergamino se menciona expresamente una curación de cálculos renales [posiblemente el mal de la piedra citado] con una esquirla procedente del cáliz» el rey Fernando I «si este hubiera recibido el cáliz […] podría haberlo empleado para obtener su curación».
Un fallo argumental de proporciones colosales que sólo puede ser causa de la ceguera provocada por desmontar a toda costa lo que defiende la medievalista y actual concejala de Cultura de León. ¿No se han dado cuenta el autor y el propio Turienzo de que Fernando I murió en 1065, más de setenta años antes de que naciera Saladino? Y casi 130 antes de que muriera. Es difícil que se pudiera pretender curar el rey leonés del «mal de la piedra» con lo que dice la copia de un pergamino que bien podía haberse escrito como mínimo un siglo después de su muerte.
Es decir, han caído en el mismo error que dicen que cometen sus elegidos voluntariamente como contrarios. Deducen que Fernando I debería haber sabido de las capacidades curativas del ‘regalo’, pero los documentos traducidos no afirman para nada ese extremo. Un desacierto descalificante en lo lógico sólo entendible por las ganas de desmentir de Taranilla y las de Turienzo de alejarse como sea de la investigación en que se ha visto metido; con una salvedad, es la versión que da el primero de lo que interpreta que dice el segundo.
No es bueno hacerse trampas al solitario. Se termina confundiendo, si no manipulando, al lector y haciendo mucho daño a la lógica en la crítica. Tanto que un desliz así de grueso puede perjudicar a la validez de otras críticas más acertadas. Está mal intrigar de esta burda manera.
¿El ‘santo Grial’ según Taranilla «es de madera»?
Pero lo que ya hace que la discusión se eleve a las cúpulas de los palacios de Bizancio y termine hundiéndose en las cisternas de Constantinopla es el final del libro.
Tras una extensísima exposición, apoyándose en más estudiosos que no tienen precisamente (por decirlo educadamente) una buena opinión de la medievalista Torres Sevilla —porque en todo este asunto no se percibe inquina al coautor Ortega del Río, que libra por no ser despellejado al no ser leonés aunque se lleve los zarandeos por ósmosis— Carlos Javier Taranilla hace una afirmación tan sorprendente que sólo cabe recordar el gran lema de Pirelli en los noventa: «La potencia sin control no sirve de nada».
Con una erudición tan vasta y con una cultura tan evidente, el llegar al final del libro y encontrarse con la afirmación de que «el ‘santo Grial’ era el de Letrán» y que éste fuera de madera porque ‘así lo confirma el único documento de la Iglesia Católica que tiene validez’ es para quedarse patidifuso.
¿O sea, que los contrarios no afirman directamente que la reliquia de León sea el ‘santo Grial’ sino «la copa de Cristo que se veneraba en Jerusalem» y llegamos a la conclusión de que éste sí es auténtico siendo de un material impuro para la celebración de la Pascua Judía?
¿En qué quedamos, que la razón sobre la existencia de un constructo inmaterial viene dada por un documento no científico de la Iglesia de Roma sobre un objeto desaparecido? ¿Y además de cientos de años cuando ésta ni siquiera tenía la más mínima intención de ser rigurosa y lógica en este tipo de asuntos?
¿De madera? ¿Como parece en la película de Indiana Jones? [Pista: no]. Es imposible, a todas luces, que en la casa de un hombre rico (José de Arimatea) agasajando como invitado a un sabio tan admirado como Jesús de Nazaret, le pusieran en la mesa una copa de madera; más siendo un objeto impuro para la cuarta copa de la cena de la Pascua Judía. Es casi de chiste pensar que el cáliz de la Última Cena (si es que ésta se produjo) fuera de madera, o un insulto a los propios judíos que siguen celebrando ese rito.
Más aún cuando Taranilla mismo apunta en las páginas justamente anteriores «algo que contrasta con las descripciones del objeto observado en el Santo Sepulcro de Jerusalem habían hecho los peregrinos que pudieron contemplarlo: el ‘Itinerarium Antonini Placentini’ (c. 570) dice que era de onix (‘calix onichinus’), la Guía Armenia (625) lo convierte en oro y Adomnán en plata (‘argenteus calix’) con asas».
Es desolador que la conclusión de Taranilla sea que el ‘santo Grial’ haya desaparecido (el del tesoro de Letrán) y que afirme que «los creadores de ilusiones» siguen «teniendo el campo libre para persistir en la búsqueda del mítico objeto» y que «tras la publicación de este libro los candidatos a alzarse con la gloria de haber sido el auténtico cáliz que tuvo en sus manos Jesucristo habrán de cumplir una primera condición ‘sine qua non’: la talla ‘di legno’ (de madera), tal como consta la cédula o ‘authentica’ de su reliquia».
Es, directamente, una incoherencia brutal. Criticar al cáliz de León (y al de Valencia) por decir que son el ‘santo Grial’ —que él mismo reconoce al principio como un constructo mítico religioso, algo que no es del mundo real sino de la creencia—, y terminar con una suficiencia infinita asegurando que él ha descubierto cuál puede ser o cómo debe ser porque algún cura lo dijera en su momento de un objeto que se trasladó a Roma en el siglo IX; y del que se perdió la pista y está desaparecido.
El ejemplo de cómo una discusión bizantina lleva a asegurar cosas fuera de toda lógica más allá incluso de lo que se critica del contrincante. Más grave es darse cuenta en los dos últimos párrafos de todo el libro de cómo se nubla una mente privilegiada al plantear su trabajo desde el principio para destruir una hipótesis factible con pruebas documentales y físicas (los pergaminos y la muesca del cuenco de la parte superior del cáliz de San Isidoro), viniendo de alguien de tal cultura y erudición.
Sobre todo cuando se va a los medios de comunicación a afirmar: «Lamentablemente se han querido hacer pasar por rigurosas fantasías como la del Santo Grial». ¿Qué hay más fantasioso que afirmar que lo es un objeto desaparecido porque lo diga un religioso católico de Roma de hace más de un siglo?
El verdadero Grial de León, su recuperación económica
En todo caso, no hay que desmerecer ninguno de los dos libros por lo que los lectores puedan aprender de una disputa netamente leonesa, si lo consideramos como el espectáculo que es hablar del ‘santo Grial’ leonés: la búsqueda que lleva a encontrar el más oscuro deseo del postulante contra su mayor enemigo del momento. Además se aprende Historia y se genera debate, aunque sea bizantino y algo absurdo en ese tan reconocible «si un leonés dice una cosa que le hace famoso primero, saldrá otro a decir la contraria para intentar conseguir relevancia después aprovechando su estela».
Pero también es cierto que este asunto del ‘Grial leonés’ ha puesto en el mapa a León en muchos aspectos. Incluso con la disputa eclesiástica sobre si es más ‘Grial’ que el de Valencia (también de ónice, otro de los nombres de la piedra preciosa ágata, pero que tiene bula papal de ‘autenticidad’), que ha atraído a miles de visitantes al Museo de San Isidoro… y algunos millones de euros en turismo durante estos últimos cinco años.
Y ojo, en una ciudad donde la tecnología ha podido hacer trascender al Cáliz de Doña Urraca a lo etéreo, aunque sea de unos y ceros electrónicos. Quizás lo más cercano al verdadero concepto de imago de un Grial sea este modelo digital en tres dimensiones que se puede tener ‘en las manos’ gracias a la realidad virtual. Creado por un equipo de informáticos de alto nivel nada menos que de la empresa HP, que tiene sede en el alfoz de la urbe legionense.
Quién sabe si la primera pista griálica del futuro la tenemos en las narices y no la queremos reconocer y es que el Inteco/Incibe de Zapatero atrajera este talento y un polo de industria tecnológica que nos salve en el futuro cuando caigan las demás industrias debido a la robotización.
Lo de este asunto en realidad es muy propio de León, donde todo se esconde a simple vista y sólo se ataca al que lo desvela, aunque todos lo sepan. Porque lo importante es que nadie lo diga no vaya a ser que se descubra el pastel y otro, que no sea el que calla, gane pasta vendiéndolo en vez de él.
Más allá de la Batalla de los Santos Griales de León y Valencia —que comenzó ganando el levantino, ya que hasta cuando se conoció la hipótesis planteada que metía en la carrera al candidato leonés la Procesión de la Cena de León llevaba en su paso una copia del valenciano mostrando lo poco que se apuntan los leoneses a estas cosas de primeras, aunque ya hoy incluya el paso el de San Isidoro—, lo que sí es cierto es que lo que necesitan los ciudadanos de la tierra leonesa es revertir la ruina en la que se encuentran… y la que está por venir.
Porque en realidad esto de los cálices de Cristo no es más que espectáculo y reclamo del vil metal. Casi que lo mejor sería abrir una ruta del Grial entre las dos ciudades para compartir los beneficios de los incautos o de turistas divirtiéndose.
Pero así llegamos a la mayor discusión bizantina, una de proporciones inconmensurables. El verdadero ‘santo Grial’ de León es industrializar la provincia, frenar la despoblación galopante que asusta a todos los que viven (y los que ya no viven aquí) y evitar que desaparezca su aportación a la Historia de España. Conseguir sacar de la melancolía a nuestra tierra como Perceval hizo con el Rey Arturo.
Por no hablar del milagro imposible, la autonomía de la Región de León.
En realidad la disputa leonesa por el ‘Grial’ no está en los papeles ni en los libros, ni en la tele o el cine, ni en los egos de unos u otros expertos en medievalismos, ni en si se debe o no usar el asunto para atraer turismo, o en si es mejor no tener vergüenza de parecer el ‘Roswell’ católico y hacer un espectáculo de todo ello con tal de atraer dinero como sea. O si una hipótesis sobre un objeto literario es más absurda que otra. O si Genarín no y El Encuentro de la Procesión de los Pasos sí (o viceversa). Vamos el «si la Semana Santa de León es mejor porque aparte de ser de Interés Internacional ahora tiene el puente de Triana», que lleva a lo que lleva.
Por desgracia parece estar en la esencia de los leoneses ‘derrotados’ por la que hará siglos y siglos se independizó de ellos, Castilla. Pero eso es otra historia sobre la que discutir hasta extremos tan bizantinistas como el Gallo de San Isidoro para conseguir otra vez lo de siempre: nada.
Fuente: https://www.ileon.com/ – Jesús María López de Uribe