POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA(ASTURIAS)
La Historia, «mater et magistra», se repite. Pueden cambiar los protagonistas, pero no los sucesos y por eso hoy les voy a contar «dos sucedidos que sucedieron» (frase redundante que yo solía repetir en mis clases) en dos municipios asturianos: uno, costero, en 1620; el otro, de tierra adentro, en 2019. ¡Cuatro siglos los separan!
Verán ustedes.
En los primeros años del siglo XVII los pescadores candasinos veían dificultadas sus labores de pesca a causa de las «visitas turísticas» que realizaban a la costa unas buenas manadas de delfines (también llamados «calderones») que no sólo «embayaben» (asustaban, espantaban) la pesca sino que además rompían las redes que utilizaban los pescadores.
Y, claro, si la pesca era mala, la supervivencia de la marinería era peor.
La solución al problema fue idea del entonces párroco candasín don Andrés García de Valdés: DENUNCIAR a los delfines ante un tribunal eclesiástico para impedirles su acercamiento a la costa. Hubo «juicio» en el que actuaron el abogado defensor de los calderones, Juan García Arias de Viñuela, y el acusador de los mismos Martín Vázquez.
El «juicio» fue ganado por los pescadores candasinos y un Notario y testigos, además de un sacerdote Inquisidor, experto en exconxuros para ahuyentar animales nocivos, «entraron mar adentro» para leer a los encausados la prohibición de su presencia en las costas candasinas.
Parece ser que los delfines, mamíferos muy nobles y educados, cumplieron tal sentencia.
Han pasado 400 años desde el sucedido de los delfines juguetones y ahora, en circunstancias muy análogas, se repite con «los gallos cantarinos de la quintana».
Sabido es que los gallos son «embajadores y pregoneros de los amaneceres».
Lo dicen el refranero de la siega:
«El primer marallu (maranu, marañu), col cantu el gallu”
El que describe su alegría al cortejar a la gallina:
«Cuando el gallu «pica» a la gallina, ¿qué anuncia al cacarexar?
Y el que pregona el madrugar para empezar los trabajos:
«Ye una hora bona si el gallu canta.»
¿Qué sucede?
Pues que nuestros turistas visitantes, aquellos que buscan el disfrute de la vida campesina de Asturias (esa vida que muchos llaman «rural») no gustan del olor a boñiga («moñica») ni del olor a estiércol («cuchu»); les molesta el canto mañanero de los gallos de la quintana y el «tolón-tolón» de las vacas pastando («pastiando) en los prados.
La solución, ¡qué cosas!, fue que hoy, en «casi» 2020, un juez dictara sentencia prohibiendo los gallineros en una zona campesina en la que existen establecimientos de «hostelería rural».
No se si en esa providencia ordena sacrificar a las aves cantarinas o simplemente imponerles silencio en horas de amanecer.
Dícese que Jesús de Nazaret, antes de su Pasión, advirtió al apóstol Pedro de que éste le negaría varias veces, y que a la tercera negativa cantaría un gallo. Lo dice la Escritura : «Iterum negavit Petrus et statim gallus cantavit».
Los asturianos adoptamos esta escena bíblica y la trasladamos a nuestros «amores y amoríos»:
«Tres veces que quisiste,
tres me has negado.
¡Qué buen San Pedro hiciste!
Mas no has llorado.
Pero aunque callo,
puede que algún día
te cante un gallo».
A lo mejor, entre tantos dimes y diretes, en estas próximas elecciones van a cantar más gallos de los previstos.
Al tiempo.