FARANDULEROS
Abr 25 2014

POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA

Reproducción de 'La otra Murcia del siglo XVIII'.
Reproducción de ‘La otra Murcia del siglo XVIII’.

En el teatro de la vida es sencillo ocupar un papel, aunque la mayor parte de las veces éste nos venga impuesto por las propias circunstancias. Sin embargo, no hay que descartar que también haya personas que lo busquen denodadamente hasta encontrarlo. Pero, en esa lucha por localizar el lugar que les corresponde dentro de ese vodevil, comedia o drama, según se mire, es factible que cuando lo hallan no sea el que realmente les pertenece y estén por encima de sus posibilidades, calidades o cualidades. Así, hay algunos o algunas que se aferran con todas sus fuerzas en intentar hacerse un hueco en la vida pública con la sola intención de medrar, o de farandulear en su sinónimo como embaucar, importándole un bledo lo que es realmente importante: el servicio a los demás y no el provecho propio. De esta manera, aunque los espectadores se dan perfectamente cuenta de que a dichos embaucadores en el fondo lo que les mueve son sus intereses particulares; observan, se encojen de hombros, jalean, e incluso antes de descender el telón irrumpen con aplausos y se atreven a solicitar vises, de los que Dios nos libre, por las experiencias anteriormente vividas.

Mas, haciendo uso del dicho popular ‘zapatero a tus zapatos’, que es como decir que cada uno se dedique para aquello que realmente está preparado y no como excusa para poder ganarse las habichuelas, hemos de procurar hasta donde podamos que los actores en ese teatro de la vida sean los que tienen experiencia, los que han sufrido numerosos ensayos y saben amoldarse con honradez al personaje que han de representar.

A pesar de todo ello, muchas veces los términos farándula, faranduleros y cómicos se utilizan en tono despectivo, sin mirar que tras ellos se esconden otros personajes reales de la vida teatral, que con los apellidos de la legua o ambulantes iban de pueblo en pueblo, de corral en corral, representando generalmente comedias, aunque en ocasiones se veían envueltos en algunos altercados y devaneos.

En Orihuela, tal como nos pone de manifiesto José Ojeda Nieto en su trabajo ‘Hospital, teatro y hospicio’, el 30 de diciembre de 1610, por iniciativa de Jerónimo Rocamora mayordomo de la Cofradía del Corpus, con sede en el Hospital del Corpus y San Bartolomé, se adquirió una casa lindera con el citado establecimiento a fin de construir un corral de comedias. Desde la inauguración del mismo hasta su derribo el 23 de septiembre de 1783, según Joseph Montesinos Pérez Martínez de Orumbella, pasaron numerosas compañías de cómicos, haciendo disfrutar a los oriolanos, los cuales tenían gran afición por el teatro según se deriva del gran número de compañías contratadas. Además, con lo recaudado se sufragaban gran parte de los gastos del mantenimiento del hospital que regentaban los religiosos de la Orden de San Juan de Dios, correspondiendo a la Ciudad la autorización para actuar y el pago a los mismos.

Centrándonos en 1777 y 1778, pocos años antes de derribarse el corral de comedias, localizamos a varias compañías que solicitaban permiso para llevar a cabo un cierto número de representaciones. Para ello, fechas antes, un propio se encargaba de solicitar por escrito la correspondiente autorización y posterior escritura. Así, el 11 de abril del primero de esos años, una compañía de cómicos que se encontraba actuando en Alicante deseaba acudir a nuestra ciudad y pedía las condiciones y fechas para poder actuar. Quince días después, a Francisco Torrero apuntador de la «compañía cómica de la ciudad de Alicante» se le concedía permiso para representar en Orihuela y escriturar el correspondiente contrato. Un mes antes, el 17 de marzo, Juan Palomino, en nombre de la compañía formada en Cartagena por Manuel Balladar como autor o encargado de la gestión económica y distribución de caudales se ofrecía para divertimento de los ciudadanos y representar «comedias, zarzuelas, tragedias y otras funciones modernas del mejor gusto», una vez terminada la temporada en aquella ciudad. A la solicitud acompañaba el elenco de su compañía, en la que además de guardarropa y cobradora, formaban parte siete mujeres, siendo primera dama María Teresa Lozano, quince hombres, entre ellos el galán Juan Buzano, Blas de Luque ‘vejete’, Pedro Pastrana ‘barba’, sobresaliente el citado Palomino, Bernardo Palomera ‘gracioso’ y el músico Luciano Quevedo. Con posterioridad, el 12 de mayo, Blas de Luque, comisionado por otra compañía formada en Cartagena, solicitaba permiso para dar cuarenta o más representaciones en el mes de junio, para divertimento de los ciudadanos, «con la confianza de conseguirlo por ser una compañía decente y de unos papeles muy regulares», pero no fue autorizada por tener comprometida la Ciudad esas fechas con otra compañía. En ese mismo año, estuvo actuando también la compañía de Joaquín de Luna. Al año siguiente, el 6 de abril se vio un memorial del cómico y autor, Vicente Sanz que había formado una compañía para actuar en Orihuela en la Pascua de Resurrección y concluir su «año cómico» en ella, empezando su última temporada en el mes de diciembre. Le fue aceptada su propuesta, pero debido a que la Casa de Comedias necesitaba previamente repararla, todo o parte de lo que se recaudase se debía entregar al superior de los hospitalarios para que lo empleara en «lo más preciso y útil».

Pocos años de vida le quedaban a esta Casa de Comedias, que fue sustituida por otra en 1790, y de la que ya nos ocuparemos. Sin embargo, estos faranduleros eran verdaderos cómicos profesionales, a los que no les llegan ni a las suelas de sus zapatos esos otros comediantes de la vida que, incluso se engañan ellos mismos con la representación de sus papeles.

Fuente: http://www.laverdad.es/

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