POR JOSÉ ANTONIO MELGARES GUERRERO, CRONISTA OFICIAL DE LA REGIÓN DE MURCIA Y DE CARAVACA
En una comarca como la nuestra, donde se ha vivido tradicionalmente de la agricultura y la ganadería, dependiendo aquella en gran parte del apoyo del animal de carga y tiro, la figura del veterinario ha sido trascendental en la sociedad local. Uno de ellos: Desiderio Piqueras Ruipérez desarrolló su actividad profesional en Caravaca durante gran parte de la segunda mitad del pasado siglo cuidando de la salud de la cabaña local y logrando una nueva raza de oveja, la SEGUREÑA, de gran rendimiento en carne, elogiada y premiada en numerosas ocasiones durante los últimos años.
Oriundo de Cañabate, en la provincia de Cuenca, nació en mayo de 1909 en el seno del matrimonio formado por Secundino Piqueras y Catalina Ruipérez, quienes también trajeron al mundo otras dos hijas. Huérfano de padre a los dieciséis años, cuidó de su formación su tío Eduardo, quien lo envió a Madrid a estudiar el bachiller y, dadas las facultades que demostraba, a León donde hizo Veterinaria en la prestigiosa facultad allí ubicada.
Tras concluir los estudios obtuvo su primer destino en la localidad albaceteña de El Salobral al cuidado de su prima Teresa, transcurriendo allí los años de la Guerra Civil sin ser alistado para ir al frente alegando ataques epilépticos. Los lugareños lo arroparon, protegieron y escondieron ante el temor de quedarse sin veterinario.
Desde El Salobral llegó a Caravaca en 1942 como inspector veterinario, alojándose durante años en el desaparecido Hotel Victoria, donde coincidió con otros profesionales, solteros también, destinados en la ciudad, como el juez de primera instancia Pedro Álvarez Castellanos, el último juez militar de Caravaca Eduardo Fabián Vacas y el registrador de la propiedad Enrique Bergón, entre otros. En el transcurso de una corrida de toros en la Plaza del Egido, conoció casualmente a quien, con el tiempo se convertiría en su esposa, la moratallera Isabel Moro Rueda, con la que contrajo matrimonio en abril de 1946, estableciendo el domicilio familiar en la C. Canalejas donde nació Mari Carmen, la primera de sus hijas. En 1952 la familia se trasladó a vivir al chalet edificado sobre solar de su propiedad, adquirido a la familia Aroca en el Camino del Huerto, a continuación de las casas baratas, donde nació Isabel, la segunda y última de sus hijas, y donde estableció su propia clínica veterinaria hasta la que llegaban a diario los más insospechados animales, cuyos dueños se interesaban por la prevención de enfermedades a base de vacunas o buscando la salud de los mismos.
Allí, también, instaló el triquinoscopio municipal, dos microscopios y todo el instrumental necesario para el diagnóstico de enfermedades animales y también para detectar la entonces temida enfermedad de la triquinosis, aún frecuente en los cerdos, de fatales consecuencias para quienes consumían carne infectada. Todos los matachines locales que intervenían en las matanzas domésticas de cerdos, los industriales cárnicos y los responsables del Matadero Municipal estaban obligados a entregar las oportunas muestras, que el veterinario analizaba, autorizando, o no, su consumo humano.
Así mismo atendía partos de animales en la ciudad y en las pedanías del campo, donde era requerida diariamente su presencia, también, para operaciones quirúrgicas que llevaba a cabo in situ. Cuidaba de los caballos de la Guardia Civil de la comarca y vacunaba a la totalidad de la cabaña local durante los periodos legales.
También atendía granjas locales como la vaquería que, en la Casa Muso de la huerta, teína Gonzalo López, El Francés, y cuadras como la del célebre gitano El Rono. Las operaciones quirúrgicas más frecuentes estaban relacionadas con fístulas, obstrucciones intestinales y fracturas, utilizando como principal desinfectante para ello el aguasal.
En cuanto a las vacunaciones, ante las que el campesino solía mostrar serias reticencias, las había genéricas y estacionales dirigidas, sobre todo, a la erradicación de la temida brucelosis. Las épocas de mayor trabajo coincidían con las ferias de ganado celebradas en mayo y octubre, de renombre en toda España, en las que tenían lugar abundantes transacciones en las que, obligatoriamente era preciso la figura del veterinario, encargado de redactar las guías, o historial sanitario de cada animal, donde se hacía constar la edad del mismo, procedencia, capa o color, enfermedades padecidas etc. preceptiva en la compraventa.
Las plazas locales de veterinarios se cubrían mediante oposición a un cuerpo de profesionales de carácter municipal, siendo compañeros de oficio José Muelas, José García y José Cuevas, a quienes se sumó, con el tiempo, Patricio. Ayudantes no cualificados se encargaban de trabajos de menor envergadura como la castración por motivos de engorde, tarea en la que era muy conocido Ginés el Capaor.
Aficionado a la caza, contaba con una muy buena colección de perros galgos que su viuda vendió a una empresa cinegética de Ciudad Real. Muy versado en la compraventa de tierras, fue propietario de una finca en La Mancha y de otras más pequeñas en Caravaca y Moratalla; y en el campo de la investigación científica logró la raza de la denominada Oveja Segureña, de la que se puede afirmar fue el padre, haciendo cruces entre el animal de la tierra y el manchego. Disfrutaba, junto a su mujer, de la tertulia en la cafetería Dulcinea, en el cine y en reuniones domésticas, en el seno de una nutrida peña de amigos entre quienes se encontraban el profesor D. José Moya y Carmen Mira, el médico otorrino José Juan parras y Rafi, su mujer.
Los hermanos Luís y José Jiménez Jaén, los doctores Alfonso Zamora y Ángel Martín (con quien fue concejal durante su mandato como alcalde), además de Paco Zapata y Antonio Guerrero. El contacto continuado con los animales acabó por contagiarle las Fiebres de Malta, enfermedad que comenzó a mermar sus energías físicas.
Fumador empedernido primero de picadura y luego de Ideales, Caldo de Gallina y, finalmente Ducados; además del mucho polvo tragado en el campo, le produjeron una bronquitis obstructiva crónica que paulatinamente le llevó a la tumba. Su jubilación tuvo lugar, muy a su pesar, a los setenta años, en 1979, no pudiendo cumplir con la ilusión de vivir sus últimos días en Madrid, cerca de sus propiedades en Cuenca. Sin embargo, sí que pudo apadrinar las bodas de sus hijas y conocer a tres de sus cinco nietas: Pilar, Mercedes y Ester, falleciendo en su casa del Camino del Huerto el 19 de octubre de 1983.
Pasados los años, sus descendientes presumen orgullosos del mejor legado que de él heredaron: la honradez; y sus contemporáneos vivos el haber convivido con un gran profesional, vocacionado y entregado a su trabajo, que elevó a la categoría de pasión, junto a la familia, los negocios y los amigos a lo largo de toda su vida.
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