POR ANTONIO BOTÍAS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA
Casi más antiguo que la acuñación de monedas es el arte de su falsificación. Pero tampoco es cosa de tiempos recientes la existencia en la Región de expertos en la materia. Y no solo de monedas. Algunos le echaron imaginación, como Enrique Muñoz, un vecino de Alcantarilla que en 1948 fue detenido por vender décimos falsos del Gordo de Navidad. Lo curioso es que los números que ofrecía eran superiores a los que se incluían en el sorteo. O ‘El Rosao’, el hábil falsificador totanero que moldeaba piezas íberas y llegó a engañar a los conservadores del Louvre.
En mayo de 1885, el diario ‘La Paz’ advertía a sus lectores de la circulación por estas tierras de billetes falsos. Detectarlos no parecía demasiado complicado pues ofrecían «un grabado borroso y su impresión es muy defectuosa». Por aquellos años ya señalaba el mismo diario que «las provincias de Levante son el lugar predilecto de los expendedores». De hecho, en diciembre de 1887, como publicó ‘El Diario de Murcia’, fue condenado un tal José Aguilar a la pena de tres años y seis meses por dedicarse a ese menester.
No era el único juicio. Al año siguiente fue procesado también en Yecla otro falsificador. Y durante la siguiente década, a juzgar por las noticias de los periódicos, la costumbre se extendió. En casi todos los casos se reproduce el mismo ‘iter criminis’: alguien compra billetes falsos por la mitad de su supuesto valor, intenta colocarlos, es detenido y canta.
Las penas impuestas, porque con las cosas de comer no se juega, podían superar los 15 años de prisión. Aunque tampoco resultaban infrecuentes las absoluciones cuando las cantidades aprehendidas eran pequeñas. Eso le sucedió a Jacinto Marín, quien decidió aquel verano de 1898 refrescarse en una heladería cartagenera, donde pagó con un billete de cien pesetas. Era falso y fue detenido. El fiscal pedía para él cuatro años de prisión, que Jacinto no padeció al probarse que había recibido el dinero tras participar en una corrida de toros en Torrevieja.
Del prostíbulo al juez
El mismo susto se llevaron en 1900 dos jóvenes que entregaron dinero falso a unas prostitutas, «a cambio de ciertos favores», según el muy prudente rotativo ‘Heraldo de Murcia’. Pero aquellas buenas señoras tardaron menos tiempo en descubrir el engaño que en proveerles de esos favores. Y todos de cabeza al juzgado.
Las formas de transportar el dinero también eran elaboradas. En 1895 detuvo la Guardia Civil a varios sujetos a quienes sorprendieron con los billetes «dentro de un pan». Allí los habían escondido «de forma muy hábil», según la prensa de la época.
Otros casos revestían menos gracia. Por ejemplo, los humildes huertanos a quienes compraron toda una partida de pimientos y les pagaron con falsificaciones. «Han perdido el producto de su trabajo durante un año entero», lamentaba ‘Las Provincias de Levante’.
Uno de los casos más sonados de la historia, quizá porque los periódicos ya incorporaban fotografías de sus autores, sucedió en Cartagena en 1935. Varios agentes vigilaban a una vecina del barrio de Los Mateos, de quien sospechaban que se dedicaba a ‘colocar’ monedas falsas. Su nombre era Caridad Sánchez Andreu. Tenía 30 años.
El dispositivo policial se centró en celebrar varios encuentros con la sospechosa para «la compra de moneda falsa a cambio de la mitad de buena corriente», según explicó el diario ‘La Verdad’. Y la mujer picó. El 17 de junio, tras varios encuentros, Caridad entregó a un agente, quien se hacía pasar por vinatero, 200 pesetas en monedas de cinco, dos y una, todas de cuño falso. Unos días más tarde consiguió otras 400 pesetas. Pero estaba por determinar de dónde las sacaba.
No fue difícil descubrirlo. Los agentes comprobaron que, con demasiada frecuencia, Caridad se trasladaba a Murcia, en apariencia solo para pasear. En uno de aquellos viajes la siguieron. En colaboración con los guardias de la capital fue detenida en el paseo del Malecón. Pero ni imaginaron la magnitud que alcanzaría el caso.
Pistas perdidas
Caridad portaba en ese instante 250 pesetas en monedas falsas de a cinco. Se las había entregado otra mujer, María de la Paz García Becerro, de 70 años, una vendedora ambulante cuyo domicilio fue registrado. Vivía en la calle Mariano Vergara.
Allí se intervinieron más monedas falsas, como adelantó el diario ‘Levante Agrario’ el 16 de julio, «un trozo de cera en forma de bola, una cantidad de pez griega y unos polvos oscuros, en la cuantía de dos kilos, dentro de una jarra». Los hijos de Caridad, Joaquín y Antonio Rus, también fueron detenidos por considerarlos cómplices de su madre. El total de monedas recogidas ascendió a 750 pesetas.
¿Qué fue de la suerte de estas gentes? Ni idea. El estallido de la Guerra Civil quizá les benefició a todos. Respecto a Antonio Rus, en mayo de 1936, lo denunciaría su mujer por malos tratos. Es de suponer que andaba suelto. Su hermano Joaquín denunció en octubre de ese año que había desaparecido de casa uno de sus hijos.
La cantidad de moneda ‘chunga’ está aún por aclarar. Pero debió de ser mucha, a juzgar por las noticias que recogieron los periódicos de la época. Durante las semanas siguientes irían apareciendo monedas falsas por toda la ciudad. Entre ellas, las que llevaba Juan Pellicer, a quien detuvieron en agosto y en la calle San Nicolás por embriaguez.
Un mes más tarde otros dos tipos pasaban a disposición judicial después de la denuncia de una vecina a la que intentaron estafar con más monedas falsificadas. Y unos días después cayó Encarnación Domenech, alias la ‘Chea’, con más de treinta pesetas de diferente valor. Menos suerte tuvo María Miravete, quien vendió sus dos pavos en Puerto Lumbreras al precio de 12 pesetas. Ni una de ellas era auténtica.
Fuente: https://www.laverdad.es/