POR DOMINGO QUIJADA GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE NAVALMORAL DE LA MATA (CÁCERES)
En mi infancia, dado que vivía rodeado de paisanos muchos de ellos con los ojos garzos, especialmente en mi familia, como a otras muchas cosas no le daba importancia. Es natural.
Pero, he aquí que con 11 años apruebo una beca y marcho a estudiar Bachillerato, como alumno interno, en el famoso colegio “San Calixto” de Plasencia, regido entonces por los Hermanos Maristas.
Y fue allí donde, conviviendo con medio millar de colegiales (internos, externos, mediopensionistas y “calixtos”), pronto observé que los de ojos celestes representábamos una notable minoría respecto a los demás (ahora mismo, para asegurarme de nuevo, abro las fotos de mis correspondientes cursos, lo compruebo y era cierto: media docena de 35.
Y ahí se acabó la primera etapa.
Otra media docena de años en Cáceres (Magisterio y mis tres primero años de docencia en dicha ciudad, que compaginaba con los estudios de Geografía en Historia en la Universidad como alumno nocturno). Pero el tema en cuestión continuaba similar y, respecto a mí, larvado.
Un trienio en El Puerto de Santa María (Cádiz), y en esa hermosa bahía los “nórdicos” sí que éramos contadas excepciones (si exceptuamos a los turistas…), porque predominaban los ojos azabaches y marrones.
El 24-8-1977 (día de San Bartolomé, por cierto) me asiento definitivamente en la capital del Arañuelo. Donde existen ojos azules, claro está pero, como en mi tierra de nacencia, no.
Y, por el momento, mi curiosidad sobre este tema iba “in crescendo”, pero no hallaba respuestas: a pesar de que todo tiene su explicación (como después justifiqué con los cuantiosos pelirrojos de la Vera, relacionados con la estancia de Carlos V y su escolta en Yuste; donde, por cierto, también hay bastantes ojos azules…).
Pero en los años noventa se me encendió una vela, porque comenzaron a llegar al IES Zurbarán (donde, desde 1992, era profesor titular por oposición de Geografía e Historia, hasta mi jubilación) numerosos –y buenos– alumnos del hermoso pueblo de Navezuelas (ubicado en pleno corazón de las Villuercas, concretamente en el valle del río Almonte) que, curiosamente, destacaban por los mencionados ojos azules de Montehermoso; y porque ese bello y laborioso pueblo ha estado incomunicado hasta hace poco, algo similar a lo acaecido con mi pueblo natal. De donde extraje la primera conclusión: la influencia de la repoblación medieval y el prolongado aislamiento eran evidentes; e, incluso, pudiera haber antecedentes previos. Pero me faltaba lo fundamental porque, cuando estudié Ciencias Naturales en Bachiller, mi profesor nos explicó que, de acuerdo con las “Leyes de Mendel”, el color azul de los ojos es recesivo, y no dominante como el negro o el marrón…
Por entonces andaba yo –entre otras cosas– investigando el origen del léxico del noroeste cacereño (en el que destaca mi pueblo de origen, como ya he mostrado en otras ocasiones); así como el folclore y otras peculiaridades, casi todas ellas de raíces asturleonesas.
Y fue entonces cuando, además de la citada influencia en el “habla” y aprovechando mis numerosas investigaciones en el tema de la prehistoria, conocí que en los años setenta del pasado siglo XX excavaron tres tumbas prehistóricas en la cueva de Los Canes (Cabrales, Cantabria), de unos 7.000 años de antigüedad, entre cuyos restos destacaba el de una mujer de unos 50 años: morena, menuda y con los ojos azules, a la que los antropólogos pusieron el nombre de “Covadonga” (caso similar al “Miguelón de Atapuerca, Burgos)
Su fenotipo no coincidía con el de la mayor parte de los astures, sino con los últimos cazadores del valle del Danubio (centroeuropa). Y que guardaba mucha semejanza con otros dos esqueletos hallados en el yacimiento de La Braña-Arintero, en Valdelugueros (León). En este caso se trataba de dos varones, uno de los cuales era morenos y de ojos azules; que, como el caso asturiano, igualmente se basaban en una economía cazadora-recolectora (aún no había llegado a esos parajes la agricultura, aunque sí al Valle del Ebro.
Esto último reforzaba la tesis que más adelante expondremos, así como lo que ya he publicado varias veces y mencionado antes acerca del origen astur-leonés del “habla” montehermoseña.
Así que hurgué en los archivos leoneses y me encuentro con un escrito del naturalista inglés, de origen prusiano, Hans Friedrich Gadow quién, en 1897, publicó “In Northern Spain”: un curioso diario de los viajes que realizó junto a su esposa por Asturias, Galicia, Cantabria, País Vasco y León. De los numerosos datos que aporta, a mí me interesó sobremanera la siguiente aseveración acerca de los leoneses: «Hay bastantes personas con ojos azules y cabellos rubios, sobre todo entre los niños de León”…
Entonces recordé la novela “La esfinge maragata”, de Concha Espina (que mi añorado profesor de Lengua y Literatura en la Universidad de Extremadura, don Ricardo Senabre, me aconsejó leer): uno de cuyos personajes, Rogelio Terán –el poeta que enamoró a Mariflor–, nos dice sobre la señora Concha que “tenía los ojos azules, o zarcos”.
Y ya he comentado otras veces la influencia que los maragatos leoneses ejercieron sobre nuestro rincón extremeño…
Fui descendiendo a través de Zamora y Salamanca, donde se reiteraban la presencia de numerosos humanos a lo largo de la historia con los rasgos señalados.
Dado que ya conocemos la Reconquista y Repoblación de nuestra comarca por el Reino de León, asentando en el Valle del Alagón a un elevado número de asturleoneses (como lo demuestra la historia, los apellidos, habla, folclore, tradiciones, etc.), parece que el tema se puede dar por finiquitado.
Sin embargo, los que me conocen bien saben que no me rindo fácilmente, que no me gusta dejar las cosas a media. Continué indagando, porque tenía aún tres preguntas sin rematar:
1.- ¿Cómo y dónde surgieron los primeros ojos azules, no siendo dominantes?
2.- ¿Cuándo se desplazaron hasta aquí?
3.- ¿A qué se debe su proliferación posterior?
1.- Tras investigar por varios derroteros, ¡eureka!: hace una década encontré lo que tanto tiempo llevaba buscando, gracias a la investigación que durante diez años llevó a cabo el profesor danés Hans Eiberg, de la Universidad de Copenhague: un solo gen fue el responsable de la mutación que originó este rasgo. La causa de los ojos azules fue una única mutación genética sufrida por un solo individuo hace unos 10.000 años (en los inicios del Neolítico).
Según el citado catedrático, ese hecho sucedió –curiosamente– al noroeste del mar Negro (actual Ucrania). Quien explica que «dado que es un gen recesivo, no fue hasta varias generaciones después cuando nació una persona con los ojos azules«, lo que redujo en los nuevos «mutantes» el riesgo degenerativo de la endogamia.
Hoy en día, los 150 millones de personas con este color de ojos demuestran el éxito genético que la nueva tonalidad obtuvo; y que su posesión, originalmente exclusiva de la raza caucásica, ha trascendido gracias a las migraciones y conquistas posteriores.
La clave, según sus estudios, está en el ‘OCA2’, un gen relacionado con la producción de melanina que, originalmente, puede dosificar su cantidad dentro del espectro entre el marrón –el color predefinido para el ser humano– y el verde, pero nunca para el azul.
Pero una mutación en un gen adyacente al ‘OCA2‘ provocó que éste, puntualmente, viera condicionada su acción y, en consecuencia, su capacidad para producir la melanina que se traduce en los ojos marrones, según Eiberg. Es decir, que los ojos de color azul, o celeste, contienen bajas cantidades de melanina en la parte anterior del iris.
Esta «desconexión», como el estudio dice, del color marrón hasta convertirlo en azul se produjo en la zona caucásica mencionada, donde la población agrícola comenzó a emigrar hacia el norte y oeste de Europa: como en los dos casos mencionados de Asturias y León…
2.- ¿Cómo y cuándo llegan a Montehermoso?
Pudieron llegar en una o varias fases históricas:
– A) Con las mencionadas migraciones neolíticas, como en los casos citados de Cantabria y León; o posteriores, caso del Megalitismo del Calcolítico, como se demuestra por los Dólmenes de la Dehesa Boyal de nuestro pueblo (si aquí no hay restos humanos es debido a los suelos ácidos, que impiden que se calcifiquen y conserven).
– B) Milenios después (hace unos tres mil años) cuando, en la Edad del Hierro, los pueblos celtas prerromanos (cántabros, astures, galaicos, vacceos, vetones, lusitanos…) invaden y pueblan las distintas regiones españolas, procedentes del centro y este de Europa (donde ya proliferaban los ojos azules, con cabellos y piel más o menos rubios y clara, según la insolación y la genética, como en el resto de Europa). Y en Montehermoso estuvieron los vetones, como lo refleja el “verraco” de piedra hallado –y desplazado– en el siglo pasado; aunque no instalaron “castros”, sino que practicaban la ganadería itinerante.
– C) Con la conquista de la Hispania romana por los pueblos “bárbaros” (suevos, vándalos, alanos y visigodos), que también procedían de la Europa Central y Oriental. Tribus con caracteres similares a los anteriores.
– D) La más probable y abundante: con la repoblación asturleonesa tras la Reconquista en el siglo XIII, que habían recibido antes los genes de las poblaciones ya reseñadas.
3.- ¿Por qué, siendo el color azul de los ojos recesivo, se ha conservado y prolifera tanto en Montehermoso, como si fuera dominante?
Por una sencilla razón –igual que otras singularidades de la localidad, caso del habla, folclore, indumentaria, etc. –: debido a nuestro secular aislamiento, lo que favoreció la endogamia (matrimonios entre familiares, linaje o personas que portan genes similares; en este caso, de ojos celestes). Yo lo he comprobado muy bien en mi familia, o en otras cuyos ascendientes y descendientes conozco bien… Y, cuando se mezclan con otros (negros, castaños, verdes, etc.), los descendientes portarán lo fijado por las citadas Leyes de Mendel; que, a su vez, serán dominantes o recesivos para sus sucesivas proles.
El que los cabellos asociados a esos ojos sean más o menos claros está fundamentado en lo ya comentado: la influencia ancestral de nuestros antepasados y el clima de la localidad.
Y ya para ir finalizando, el que mis hermanos y yo mismo tengamos los ojos azules (uno de ellos algo verdosos) está bastante claro –de acuerdo con todo lo explicado–: mis padres eran portadores de los mismos –como podemos ver en la fotografía–, al menos mis dos abuelas (a ellos no tuve la dicha de conocer) y puede que varios o muchos de mis antecesores: los Quijada (de origen vallisoletano), González (castellano), Garrido (castellano y salmantino), Bueno castellano, burgalés), Franco (gallego y zamorano), Jiménez (de origen general), Retortillo (salmantino), Alcón (salmantino), Ruano (salmantino), Mateos (origen general), Clemente (salmantino), Domínguez (castellano), Carpintero (salmantino), Martín (salmantino), etc.
Por cierto, según las encuestas, el poseer ojos garzos proporciona cierto atractivo a sus portadores, ya sean masculinos o femeninos; pero no es una bicoca porque, si además nuestra piel es muy blanca, somos más propensos a sufrir cáncer de piel, concretamente melanoma, por la insuficiencia de melanina en la misma…