POR JOSÉ ANTONIO RAMOS RUBIO, CRONISTA OFICIAL DE TRUJILLO (CÁCERES)
Trujillo es el antiguo Turgalium romano, denominación latina del topónimo correspondiente al primitivo castro celta. Desde la época celta hasta nuestros días, incluyendo el esplendor de los siglos XV y XVI, en los que la ciudad se convirtió en cuna de conquistadores y artistas que han pasado a la historia.
La ciudad de Trujillo, localidad situada a unos 50 km al este de Cáceres, se asienta sobre un enorme batolito granítico, en el antiguo camino de Madrid.
Se trata de un importante complejo urbano conformado a partir de diferentes épocas y mentalidades arquitectónico-urbanísticas, cuyos testimonios han ello de ella una de las más importantes localidades de Extremadura, en lo que al patrimonio arquitectónico se refiere.
La población trujillana se reparte entre la ciudad de Trujillo propiamente dicha y las localidades de Huertas de Ánimas, Huertas de la Magdalena, Belén y San Clemente. Con testimonios sobre ellos ya desde el siglo XVI, estos arrabales han estado poblados por un vecindario fundamentalmente agrícola que se asentó sobre fértiles vegas como las de Papalbas, Valfermoso o Mimbreras.
Trujillo es el antiguo Turgalium romano, nombre de raíz celta. Es la denominación latina del topónimo correspondiente al primitivo castro indígena. Los diferentes testimonios epigráficos y funerarios hacen pensar que la Turgalium prerromana se convirtió, durante la ocupación romana, en una población de cierta importancia: Castras Juliae, tributaria de Norba Caesarina; muestra de ello son el elevado número de estelas funerarias romanas encontradas, algunas reaprovechadas por los musulmanes al construir el castillo.
Después de una época paleocristiana y visigoda, como queda constancia por los restos de una basílica visigoda, tras muros de la puerta de Coria, la dominación musulmana hace de Trujillo un importante enclave, que sólidamente fructificado, mantendrá una notable actividad, siendo testimonio de ella el mercado ganadero que se celebrara en la zona extramuros sobre la que después se habría de urbanizar la actual Plaza Mayor. Hacia el año 900 se inician las obras del Castillo y en el siglo XI están definitivamente configuradas las murallas, cuyo aspecto -al igual que el del Castillo- se modificará después de la Reconquista. Hay noticias de la existencia de al menos dos mezquitas, de las cuales se conserva algún resto.
En 1186 se inician con Alfonso VIII los primeros intentos de reconquistar la Villa. Entregada a las Ordenes Militares de Santiago y San Julián de Pereiro, pasaría de nuevo a manos árabes en la última década del siglo XII, hasta que en 1232 la villa es definitivamente recuperada por las huestes cristianas de Fernando III. Data de aquella fecha la devoción patronal de Trujillo a la Virgen de la Victoria que, alojada entre dos torreones, constituye el emblema heráldico de la Villa.
Entre fines del siglo XV y principios del XVI tiene lugar una importante actividad arquitectónica en Trujillo. Se fundan los conventos de San Miguel, La Encarnación y San Francisco; se levanta el Rollo o Picota en el sitio del Mercadillo y se construyen las nuevas Casas Consistoriales, otros inmuebles municipales y privados van configurando la estructura y fisonomía del espacio de la plaza.
El siglo XVI será definitivo para la historia de Trujillo. La población supera abiertamente sus antiguos límites y se expande fuera de la muralla. El desarrollo demográfico trujillano y el enriquecimiento de ciertos sectores como consecuencia de la empresa americana, son las circunstancias que impulsan ahora el desarrollo de la ciudad. Desarrollo que poblará la ciudad de nuevas construcciones nobiliarias, se ampliarán las antiguas fabricas religiosas y proporcionará a Trujillo el aspecto con que la ciudad, prácticamente sin alteración sustancial, llega al siglo XVIII.
Villa y ciudad, separadas por la muralla, mantendrán desde ahora una evolución arquitectónica de distinto signo. Torres, aspilleras, alfices, arcos apuntados y demás elementos arquitectónicos militares y goticistas de los palacios intramuros desaparecen de arquitectura de la ciudad. En ésta se empleará una construcción más abierta en la que elogias y patios proporcionarán una fisonomía diferente a los inmuebles. En el interior de la villa, el aspecto defensivo de alcázares y casas fuertes da paso a otro renacentista.
El Castillo está emplazado en la parte más elevada del promontorio trujillano, y domina visualmente toda la ciudad. Construido originalmente en tiempos calífales y reformado tras la Reconquista, consta de un cuerpo cuadrado al que se adosan diferentes elementos de fortificación.
El segundo cuerpo del Castillo lo forma el albacar construído durante los siglos XIII y XIV, cuyo perímetro irregular alberga en su interior la ermita de San Pablo, edificada en el siglo XVI, que dispone de una sola nave dividida en tres tramos por arcos apuntados y cabecera poligonal. Las murallas, de cuyo origen musulmán apenas quedan restos, conforman un recinto rectangular de mampostería y sillería jalonado por diecisiete torres dispuestas a intervalos irregulares.
Al parecer, el recinto dispuso de siete puertas, de las cuales se conservan cuatro: la de la Coria, la del llamado Arco del Triunfo, la de San Andrés y la de Santiago. En el interior del recinto amurallado se conservan dos ejemplos del sistema de almacenamiento de agua de origen árabe. Nos referimos a la Alberca, depósito abierto destinado a diversos usos (baño, abrevado, etc.) situado en las proximidades de la iglesia de San Andrés, y a los Aljibes de la plazuela de Altamirano.
Dentro de la arquitectura trujillana de la villa, es necesario mencionar las grandes casas fuertes que formaban parte de la fortificación de la ciudad antigua:
• El alcázar de Luis de Chaves el Viejo (s. XIV y XV), una de cuyas torres custodia la puerta de Santiago.
• Casa de los Altamirano, conocida como el «Alcazarejo».
• Defendiendo la puerta de San Andrés se halla la casa fuerte de los Escobar, de finales del siglo XV.
• El Alcázar de los Bejarano, casa fuerte que custodiaba el llamado Arco del Triunfo.
• La casa de Francisco Pizarro de Vargas. El edificio, en el que habría de nacer Gonzalo Pizarro padre del conquistador.
• En la calle de Palomas se encuentra la casa de Francisco de Orellana, recia obra de mampostería que se construye en el siglo XV.
• En la misma calle y haciendo esquina con la de Naranjos se localiza la casa de los Chaves-Calderón, de la que es preciso destacar la portada y el balcón de esquina de la segunda mitad del siglo XVI.
• La casa solariega de los Rol Zárate y Zúñiga (s.XV), conocida popularmente como «casa de las Palomas» por tomarse como tales las tórtolas del escudo de los Rol.
• La casa de los Alvarado, del siglo XV.
• La casa de los Calderón, obra original del siglo XV, cuya reciente restauración ha alterado notablemente tanto la fachada como el patio.
Bajando desde el Castillo en dirección hacia la Plaza Mayor, nos encontramos con la Iglesia de Santiago, obra románica en sus orígenes. Debe destacarse del interior la presencia de altares y enterramientos con estructuras arquitectónicas góticas y renacentistas; el retablo mayor del siglo XVII y el popular Cristo de las Aguas, denominado así ya que es la imagen que la ciudad de Trujillo saca en procesión en épocas de sequias, obra del siglo XIV.
La iglesia parroquial de Santa María La Mayor está situada en la plazuela de Santa María, donde puede verse un busto en bronce de Francisco de Orellana, descubridor del río Amazonas.
Constituye el edifico parroquial más importante de Trujillo. Se trata de una obra conformada a partir de diferentes épocas, comenzada tras la reconquista de la ciudad en 1232. Iglesia alabada por todos cuantos la visitan y objeto de múltiples leyendas, el templo presenta en el exterior una notable variedad de volúmenes y alturas, destacan por su elevación las torres de las campanas y la conocida como Torre Julia, de factura románica.
Es en torno a la plaza mayor donde se localizan los ejemplos más importantes de la arquitectura nobiliaria de la ciudad extramuros.
En la desembocadura de la calle Ballesteros hacia el lado norte de la plaza, se encuentra el palacio de los marqueses de Santa Marta, construido a finales del siglo XVI y reformado en el siglo XVIII.
En el portal alto de la Plaza y junto a otras casas nobles como las de los Cervantes Gaetes, Bejarano. Sobresale la llamada Casa de la Cadena, por la que cuelga sobre la puerta como símbolo de la estancia de Felipe II en 1583 de paso a Portugal.
Un poco antes de la desembocadura de la Cuesta de la Sangre en la Plaza, se halla la casa de los Orellana, obra de sillería del siglo XVI, en cuya fachada se abre un pórtico de cinco vanos de medio punto sobre pilares en cuyas enjutas, además s de blasón de los Orellana, se alojan escudos de diferentes linajes trujillanos.
La casa de los Chaves Cárdenas, conocida popularmente como casa del Peso Real y situada en el frente oeste de la Plaza, ha sufrido diferentes reformas, de manera que en la actualidad la portada es uno de los pocos testimonios de su origen. El edificio se levanta a principios del siglo XVI.
Haciendo esquina con la calle de la Carnicería -hoy de Hernando Pizarro- se encuentra el palacio de los marqueses de la Conquista, uno de los edificios civiles más importantes de Trujillo. Comenzando en la segunda mitad del siglo XVI por Hernando Pizarro sobre las antiguas casas de las carnicerías, el edificio domina visualmente el conjunto arquitectónico urbanístico de la Plaza.
Destaca en el edificio el balcón de esquina y el escudo que lo corona, ejemplos ambos de un plateresco tardío. En el palacio se realizarían algunas obras de conservación en el siglo XVIII, siendo el arquitecto Manuel de Larra Churriguera el encargado de las mismas.
El palacio de los duques de San Carlos, situado en una de las esquinas de la desembocadura de la calle de Domingo Ramos en la Plaza es, sin duda, el edificio civil de la ciudad extramuros de mayores proporciones. Los trabajos de edificación debieron comenzar en el segundo tercio de siglo XVI prolongándose los mismos hasta mediados del siglo XVII sin que el proyecto pudiera ser totalmente concluido.
Son sólo unas pinceladas de lo que el viajero puede encontrar en Trujillo, una ciudad preciosa que hay que visitar despacio, disfrutando de cada rincón, de las maravillosas vistas desde la parte alta del Castillo, de la serenidad que emana de unas piedras que han contemplado tantos siglos de historia y, por supuesto, de la exquisita gastronomía de la zona.