POR ÁNGEL DEL RÍO, CRONISTA OFICIAL DE MADRID Y GETAFE
El pasado sábado por la noche perdí lo que me quedaba de ingenuidad cuando nos estremecidos con la decisión de los miembros del COI eliminando la candidatura española a las primeras de cambio. Hasta entonces, había creído que el espíritu olímpico consistía en valorar y premiar el mayor esfuerzo y calidad, en reconocer los méritos de los mejores, pero mis últimos gramos de ingenuidad se diluyeron como azucarillo en vaso de agua, o como seriedad en club de comedia.
Eso sí, he aprendido que el espíritu olímpico es una especie de peaje moral que puede moverse de un lugar a otro por fuerzas ajenas a cualquier criterio racional. El espíritu olímpico es votar en primera ronda contra la mejor de las candidaturas, la favorita, en este caso la de Madrid, para despejar el camino a la que no lo es. El espíritu olímpico, como quedó acreditado el pasado sábado en Buenos Aires, es llamar a la cartera y a los intereses oscuros de un lobby, para inclinar la balanza hacia un lado, con independencia de la calidad del proyecto que se presente.
Tenemos que sentirnos satisfechos del trabajo que ha hecho la candidatura de Madrid. Somos los ganadores morales, pero con eso sólo podemos organizar un acto de reafirmación interna y no unos Juegos Olímpicos. Demostramos que sabemos hacer la mejor candidatura, al tiempo que no sabemos hacer la mejor labor de conquista del voto por los medios que sean necesarios, como hacen otros. En esto hemos vuelto a ir de pardillos, aunque mantengamos nuestra pureza de lo que entendíamos como espíritu olímpico.
Los miembros del COI que el sábado votaron de la forma que lo hicieron, no tuvieron en cuenta los informes del comité de evaluación del propio COI, esos informes que puntuaban la candidatura de Madrid por encima de las otras dos. Así las cosas, a los evaluadores hay que mandarles al paro, suprimir este comité cuyo trabajo sobre el terreno y su valoración, no sirven para nada a la hora decidir qué ciudad organiza unos Juegos. Esto se está pareciendo cada vez más al Festival de Eurovisión: casi nunca gana la favorita del público y de la crítica y los votos se emiten en función de intereses y afinidades geográficas. El sábado por la noche perdí los últimos gramos de ingenuidad que me quedaban sobre el espíritu olímpico.
Fuente: http://madridiario.es/