POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
El interior de las iglesias y sus aledaños acogían los cuerpos de los difuntos. Se pensaba que los enterramientos en el interior del templo hacían más efectivos los sufragios, al facilitar el recuerdo de los muertos y favorecer la intercesión de los santos. Dependiendo de la posición social, a pesar que la muerte a todos nos iguala, se ocupaban o no lugares preeminentes dentro de estos recintos sagrados.
INTERIOR DE LAS IGLESIAS
Así, los hombres y mujeres de Montijo se enterraron en las iglesias de San Isidro (primera parroquia documentada), la actual de San Pedro Apóstol y ermita de Jesús Nazareno (hospital de pobres y transeúntes). Especificando los anotadores parroquiales en las actas de defunciones, expresiones como: se enterró en la grada de arriba, grada de abajo, en la capilla, en la puerta, en el exterior, etc.
Una Real Cédula, en 1787, de Carlos III prohíbe los enterramientos intramuros, ordenando la construcción de cementerios fuera de las ciudades. Sin embargo, no sería hasta el siglo XIX, al fenecer el Antiguo Régimen, cuando se construye el primer cementerio en Montijo. Las autoridades buscaban con los nuevos recintos mejores condiciones higiénicas y espacios más amplios.
Caso especial es el del convento del Santo Cristo del Pasmo de las hermanas pobres de Santa Clara (religiosas clarisas) que desde la fundación del convento se enterraban en él. Primero en el coro bajo y desde comienzos del siglo pasado en un espacio habilitado colindante con la huerta.
CEMENTERIO CATÓLICO (HOY PARQUE MUNICIPAL)
Fue el 28 de junio de 1807 cuando se inauguró el cementerio de Montijo, del que era propietario la Iglesia, promocionando su construcción la VI condesa de Montijo, María Francisca de Sales de Portocarrero Guzmán y Zúñiga, que pasaba aquellos días de obligado destierro impuesto por Manuel de Godoy en su casona de labranza, vieja casa de la Encomienda, pidiendo que el cementerio tuvieses una capilla para así honrar el lugar y los que se enterrasen en él. Cementerio que se situó en el norte de la población (actual parque municipal) y del que dijo Madoz, en 1848, que “al norte, en una altura, un cementerio que no ofende a la población.
Basta con practicar un rastreo por los acuerdos inscritos en las actas de las sesiones municipales en el último tercio del siglo XIX para ver la preocupación e interés de las autoridades sobre el cementerio y el poco espacio del que se disponía al ir creciendo la población. Cuando llegaba alguna epidemia las carencias se acentuaban. No sería hasta 1914, siendo alcalde Francisco Rodríguez Cavero, cuando los responsables municipales deciden construir un nuevo cementerio, basándose que el que ocupaba el actual parque municipal se encontraba en mal estado, se había quedado pequeño y estaba ya muy próximo a él la población.
CEMENTERIO MUNICIPAL (1914)
El 27/junio/1914 el Ayuntamiento compró 10.643 m2 de terreno rústico a Amparo Lorenzo Codes, que segrega de una finca de su propiedad, sita en el camino de La Roca de la Sierra, ajustándose el precio de la compra-venta en 5.125 pesetas, cuyo destino era construir sobre esta finca el cementerio municipal. Días más tarde, el 10 de julio, fueron adjudicadas las obras proyectadas por el arquitecto provincial Ventura Vaca a Modesto Cabezas de la Riva en el precio de 25.600 pesetas. Ventura Vaca (1855-1938) realizó, entre otros, los proyectos del paseo del campo de la iglesia y el Matadero Municipal de la calle Virgen de Barbaño. Sin embargo, la construcción de los primeros nichos (diecisiete grupos de tres nichos) fue adjudicada el 30/abril/1915 al maestro de obras José Marín Rodríguez. El primer sepulturero fue José Arnela, al que el Ayuntamiento le ajustó un salario diario de dos pesetas.
A partir de entonces comenzaron los enterramientos en este nuevo recinto, el actual, y al traslado de los restos del otro cementerio que desde el Ayuntamiento lo convirtió en una glorieta, iniciándose así las obras del actual Parque Municipal. Junto a ello tres maestros de obras: José Marín Rodríguez, Antonio Cabezas Martín y Modesto Cabezas de la Riva presentaban, febrero de 1927, en el Ayuntamiento de Montijo un proyecto para construir una nueva barriada de casas entre el clausurado Cementerio y el camino de La Roca de la Sierra, casas que acogieron las actuales calles Isaac Peral, Virgen de Guadalupe, Adelardo Covarsí, prolongación de Reyes Católicos y Tentudía.