Y MURCIA FUE «UN MAR TRANQUILO DE TURBIAS OLAS» • SE CUMPLEN 140 AÑOS DE LA MÁS TERRIBLE RIADA, QUE CAUSÓ CENTENARES DE VÍCTIMAS EN TODA LA VEGA DEL SEGURA
Nov 17 2019

POR ANTONIO BOTÍAS SAUS, CRONISTA OFICIAL DE MURCIA

Terrible. Instantánea de los efectos de la riada en el barrio de El Carmen, publicada en la obra del periodista Rodolfo Carles ‘La riada de Santa Teresa’.

Setecientos muertos, según algunos autores, con sus setecientas historias de vida truncadas. Por no citar las pérdidas en bestias, cosechas, propiedades y futuro, hipotecado y aplastado durante décadas en la huerta. Esas son las cifras de la terrible riada de Santa Teresa, de la que se cumplen estos días 140 años y que, por suerte, aún no ha sido superada en víctimas.

La primera noticia que ‘El Diario de Murcia’ publicó sobre la avenida se incluyó en su edición del miércoles 15 de octubre de 1879 bajo el titular ‘Día de luto’. Su propietario y director, José Martínez Tornel, aseguraba: «Día de luto, sí, día de luto es para Murcia el día de hoy. En esta noche pasada, la avenida más terrible del río que se ha conocido, ha destrozado con sus negras, rugientes y pestíferas olas inmensas riquezas».

Tornel adivinaba la situación: «Las últimas noticias son más graves de lo que presumíamos». De hecho, la Guardia Civil, cuyo destacamento se había dirigido hacia el barrio de El Carmen para socorrer a las víctimas, tuvo que retornar. «La huerta de un lado y de otro, vista desde la torre de la Catedral, es un mar, no se ve más que agua. El hospital y la cárcel están inundados. El telégrafo está roto por todas partes», añadía Tornel. No había luz eléctrica. Ni tampoco salvación.

En la ciudad se dio en vano la voz de alarma, empleando la campana de Santa Catalina, que sonó con «un repetido toque de arrebato». Esta campana era desde antiguo la elegida para tales menesteres por el Concejo. Los ciudadanos se dirigieron hacia el cauce del río Segura. Sin embargo, «el agua los detenía en el mismo fielato, sufriendo la incertidumbre y la pena más amarga», publicó el ‘Diario’.

Tornel también se aventuró hasta el Puente Viejo, donde contempló las labores que iniciaba la Guardia Civil y que, en muchos casos, se convirtieron en acciones heroicas, como la que protagonizó el sargento Azcárate, quien con el agua al cuello en la calle de la Greña, logró salvar a muchos.

La crónica de ‘El Diario’ registró que la oscuridad «era completa, solamente la llama de algunos hachones contribuía a dar un aspecto más pavoroso al terrible cuadro». Entretanto, la fuerza del agua reventó las alcantarillas y quedó anegado el barrio de San Pedro, pese a los esfuerzos por apuntalar El Malecón. La riada, en apenas unos minutos, alcanzó la Catedral y cubrió las calles de San Juan y San Andrés. Otros diarios informaron de la catástrofe, como ‘La Paz de Murcia’, que ofreció en los días siguientes más información que ‘El Diario’, aunque la historia atribuya a este toda la gloria.

Un aciago amanecer

El nuevo día reveló la magnitud de la catástrofe. ‘El Diario’ anotó algunos ejemplos de las intervenciones de los bomberos. Otros murcianos, como uno apodado ‘El Torrao’, improvisan barcas de zarzos para rescatar a más afectados mientras resultaba necesario horadar con las manos los tejados para rescatar a quienes demandaban ayuda.

En aquella jornada se emplearon las artesas de amasar el pan como improvisadas barcas para prestar ayuda a los acorralados. Numerosas tartanas se concentraron en el Puente Viejo, cargadas de afectados. «De aquellas tartanas salen mujeres envueltas en mantas, llorosas, desnudas, llenas de barro; los niños lloran, las madres lloran, los hombres están aturdidos, no saben lo que les pasa».

En un primer momento, los rescatados advierten de que el número de ahogados es muy elevado y que «la huerta es un mar». De hecho, más allá de la estación de tren de El Carmen «nada se oye, no hay más que un mar tranquilo de turbias olas que tiene como la tranquilidad de una tumba». Algunas de las víctimas fallecieron ahogadas en las moreras donde se habían atado para evitar que las arrastrara el agua.

«Ya no habrá huerta»

En estos primeros momentos de confusión surgen ejemplos de la tragedia. La crónica de ‘El Diario’ incluyó detalles que permitirían a sus lectores hacerse una idea, aunque vaga, de lo que ocurrió. Así, el redactor anunció que el agua «ha llegado al altar mayor» en Aljucer, que en Nonduermas «han perecido familias enteras» o que entre los cadáveres depositados en el hospital y los que se habían divisado en las primeras inspecciones «se contaban más de cuarenta víctimas».

Desde el primer instante, ‘El Diario’ convocó a los murcianos a que colaboraran para mitigar en lo posible sus efectos. De hecho, Martínez Tornel propondrá a sus lectores que le remitan a la sede del rotativo «la ropa vieja que tengáis de hombre, de mujer y de niños, que nosotros nos encargaremos de dárselas a los pobres».

‘El Diario’ comunicaba en sus páginas al presidente del Gobierno que las aguas habían destrozado el trabajo de muchos siglos, convirtiendo toda la huerta en un lecho fangoso. «Ya no hay, no habrá por muchos años, huerta de Murcia, única fuente de riqueza de esta población: pues las aguas, con una incomprensible rapidez, lo han arrasado todo, árboles y sembrados, casas y chozas, animales y plantas, enterrándolo todo bajo su soberbio oleaje y dejando a más de diez mil labradores en la más horrible miseria. Todas las cosechas del verano, todos los ahorros del granero, todo el pan del invierno, el trigo de las sementeras, la leña, la ropa, los aperos de labranza, todo lo ha perdido el pobre labrador de la huerta».

Héroes anónimos

De igual forma, continúan las informaciones centradas en actos heroicos. Uno de ellos, narrado también en la portada del periódico de aquella jornada, relataba cómo una murciana, esposa de un empleado del ferrocarril, logró salvarlo «llevándolo sobre sus hombros, y salvó también a muchas personas que estaban próximas a perecer en el paseo del Marqués de Corvera, que atravesó varias veces con agua hasta la cintura y con inminente peligro de su vida».

No apunta el redactor el nombre de aquella valiente mujer. Como tampoco el resto de los periódicos añadió en sus informaciones las identidades de los cadáveres que se seguían rescatando del fango. En ocasiones se citan algunos nombres propios. Es el caso de la popular recovera, encargada de la compra de huevos para su reventa, conocida por ‘La Pepela’, en cuyo cuerpo se encontró «un bulto en la cintura en el cual había guardado 4,908 reales, la mayor parte en oro. Aún no se había extendido la noticia cuando apareció una prima reclamando la herencia». Hay cosas en el ser humano que, incluso ante la más grande de las tragedias, no cambian.

Fuente: https://www.laverdad.es/

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