POR HERMINIO RAMOS, CRONISTA OFICIAL DE ZAMORA
La decisión de organizar y marcar, según parece y de manera definitiva, la Ruta de las Siete Hermanas constituye un auténtico acierto. Sobre todo en estos tiempos en los que afortunadamente nos movemos con gran facilidad. Concretamente en este caso confraternizamos con unos hermanos que la historia condenó a la categoría de vecinos. Pero los humanos, que tantas y tantas veces nos rebelamos contra la propia historia, lo hizo en este caso concreto. Y a pesar de las marras y las mugas, de los decretos y de las exageradas vigilancias la vecindad saltándose a la torera toda norma, se agarró con fuerza y firmeza a la fe de sus mayores. Y las ermitas y los templos mantuvieron ese espíritu de hermandad en cada una de las fiestas marianas establecidas. Y la convivencia y los ambientes festivos fueron llenando espacios. Y la leyenda y la historia dieron vida a estos acontecimientos aumentando su valor en proporciones que, como en todo fenómeno humano, varían según los tiempos. Pero hoy, y a pesar de los vendavales y tempestades, constituyen auténticos hitos históricos de este mundo de La Raya, en muchos casos y momentos difícil de entender.
Y solo con mirar, ver y conocer esta geografía de Tábara, Alba Aliste y Trás-os-Montes nos encontramos con una auténtica unidad geográfica que marca su determinismo con la fuerza y la tenacidad que la naturaleza lleva. Y arrancando desde Carbajales de Alba bajo la advocación de Nuestra Señora de los Árboles, con ese paisaje de ensueños históricos, con aires templarios, y restos de esa fortaleza. Una fortaleza que la señala como camino histórico de contiendas difíciles de entender, pero muy claras con la visión de los restos del Castillo de Alba. Y seguimos bajando hacia el eje geográfico del Duero y nos encontramos antes de llegar a la meta con Villalcampo. Pero allí nos espera la Encarnación, la hermana que mira al Duero y deja muy cerca los recuerdos de Carbajosa y sus explotaciones mineras de casiterita. Dando un salto llegamos a la villa que hizo posible el nacimiento de un reino y con la Salud de su marquesado expidió la partida de nacimiento de los esperados vecinos. Esta hermana avanza hacia el encuentro con la más atrevida junto a La Raya, La Soledad de Trabazos cargada de emociones y recuerdos tan vivos y tan fuertes que emocionan cuando llegas hasta ella y, a solas contigo mismo, sientes esa llamada de dentro que no siempre eres capaz de interpretar.
Ya dando marcha hacia atrás subimos a la Luz, aún frescos los rescoldos de ese último domingo de abril en la que la claridad brilla con luz propia como primera hermana después de la Pascua que inicia su llamada a la unión y a la esperanza, junto a su ermita la Marra 468. Ello nos va a permitir bajar hacia Nossa Senhora do Naso, a la que conocemos mucho menos pero tiene ese encanto de lo sencillo, de lo humilde y de lo cercano que en aquel bello y acogedor rincón atrae y compensa sobradamente para seguir hacia la última de las Siete Hermanas la Riberiña, junto al viejo camino. Después de pasar el Manzanas esa línea húmeda que desde siempre habíamos de superar desde San Martín del Pedroso dejando en el alto risco los restos lejanos de la prehistoria. Trazar esta ruta no solo es un acierto, es una auténtica vía de encuentro, de acercamiento, que ayudará de manera sensible al ordenamiento de paisajes y datos dignos de conocer y valorar en su justa medida. A margen de ideas y creaciones de otro género, solo nos queda felicitar cordialmente a los creadores de esta histórica ruta dormida y olvidada.
Fuente: http://www.laopiniondezamora.es/