POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
El deporte es una reducción incruenta de la guerra donde casi nunca llega la sangre al río, el conflicto sólo aflige el orgullo y la cartera, las víctimas no suelen morir en la pelea, los triunfadores tienen restringido abusar del laurel y a los vencidos siempre se les concede la revancha. Pero a lo que voy: Nadal. ¿Habrá en España embajador que (al margen de sus emolumentos) luzca el nombre de su patria con más ética, estética, estática, dinámica y cívica que él? La pasada semana asistí desde el sorteo hasta el último match ball de la Copa Davis, una guerra cuyo teatro ocupó algo menos de 450 metros cuadrados; en ese escenario, España derrotó a pelotazos al resto del mundo, con el Rey en la grada, Nadal en primera línea de fuego y varias bajas, entre ellas la del asturiano Carreño, que cayó herido en combate. Cuando Nadal se retire, ¿qué luz le quedará a él, qué sombra a nosotros?
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