POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Cuando -hace de estos muchos años- prologué la obra del Coronel Juan Antonio Suárez Robledo Victorero, «DESCRIPCIÓN GEOGRÁFICO-HISTÓRICA DEL CONCEJO DE COLUNGA» (año de 1837) y para ello, entre otras cosas de su historia personal y militar, quise estudiar su «partida de bautismo» para conocer sus antepasados, me encontré esta expresión curiosa al final de tal documento: «Y LA MADRINA NO TOCÓ».
¿Qué quiere decir esto?, pregunté al párroco de Lastres que me acompañaba. La respuesta fue que antiguamente (hablamos del año 1774) la Iglesia entendía que si una madrina, durante el bautismo del nacido, tocaba al niño adquiría un cierto parentesco espiritual con él, lo que suponía un cierto impedimento para, si dado el caso, podía haber un matrimonio entre ambos. Tal circunstancia «de toque» exigía una dispensa eclesial para realizar el matrimonio entre «madrina y ahijado».
¿Recuerdan los bautizos de antaño?
Eran fiestas muy familiares e íntimas, si bien en tiempos muy antiguos (siglo XV, por ejemplo) eran tas fastuosas que las autoridades civiles y eclesiásticas hubieron de limitarlas en sus excesos porque «suelen recrecer muchos escándalos e damnos e roydos e peleas» (Pragmática 14 de octubre de 1493 dada por los Reyes Católicos).
La ceremonia era muy sencilla. Padres, padrinos, familiares y comadrona (partera) llevaban al niño a la iglesia para ser bautizado. En algunos pueblos del occidente y de la comarca vaqueira era costumbre regalar durante «el camino hacia la iglesia» el llamado PAN DEL CHORO, PAN DEL TSORO o PAN DEL LLORO. Algo parecido al CANTELO y también PAN DEL TSORO con el que en las bodas regalaba la novia a los invitados.
Ya finalizada la ceremonia bautismal, y recordando que era deber del padrino responsabilizarse del estipendio que había que abonar a la parroquia, venía la «revolución de chuches a la garrapiña». Padrino y madrina, a la salida de la iglesia, lanzaban al aire caramelos, rosquillas, galletinas («pedos de monja»), pequeñas monedas («perrines», «perrones», «rialinos de a cuatro y de a dos»…), cacahuetes, avellanas…
Lo «prestosu» no era el valor de lo «capturado» sino la «engarradiella» que se originaba para conseguirlo. Toda una fiesta infantil.
El banquete -muy familiar, como apuntábamos- solía hacerse en la casa y «con lo que daba la casa»: sopa de menudos de ave, arroz con pitu de casa en paella, guiso de pitu o de conejo, brazo de gitano o tarta de bizcocho con crema, arroz con leche, café, anís y brandy… y buena sidra casera.
Y FORMIGOS en todas las familias que bautizaban en las comarcas occidentales asturianas.
¿Qué son los FORMIGOS? Pues algo así como las MIGAS castellanoleonesas y extremeñas… pero en dulce.
Se parte de pan asentado de varios días y se trocea en cuadraditos o lonchas pequeñas y finas. Este pan, así cortado, se empapa en huevo batido -o en una mezcla de huevo batido y un poco de leche-, se escurre y se lleva a una sartén con mantequilla derretida y caliente. Se revuelve mansamente para que fría en su conjunto y a la vez vaya desmenuzando y poco a poco se agrega azúcar al conjunto.
Ha de resultar una fritura no rustida, suave al paladar, dulce y no grasienta.
Parece una preparación fácil, pero tiene su arte de experiencia para darle el punto óptimo.
Y para degustar estos formigos nada mejor que un vino dulce, tipo moscatel, de los que antes llamábamos «de misa».