RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE ARÉVALO (ÁVILA)
Hace unos días estaba yo haciendo “recados” y en diferentes puntos de la ciudad me encontré con algunos peregrinos. Sí, peregrinos a los que no hace falta pedir identificación, porque su atuendo y sus modos la evidencian perfectamente.
Y poco después pude encontrarme con alguno de ellos visitando la parroquia, una visita obligada, para rezar y para buscar el sello identificativo de su paso por esta ciudad, y entre ellos, muchos extranjeros.
Gentes que se ponen en camino, hacia una meta, en etapas más o menos largas y establecidas, generalmente con unos motivos espirituales, aunque también hay gentes que además pueden tener otros motivos íntimos, como una experiencia vital.
Inmediatamente recordé la historia de este camino, el del sureste, que una vez recogí en una ponencia de un “Congreso del Camino de Santiago” que se celebró en Arévalo en 2004. Una ruta que naciendo en el arco mediterráneo español, entre los puertos de Cartagena, Denia, Alicante o Valencia, se dirige hacia Santiago de Compostela.
Arévalo está en la mitad aproximada de ese largo recorrido. Un camino que no es el europeo multitudinario, el llamado “camino francés”, pero que también tiene profundas raíces históricas, tan antiguo como el propio pálpito de la reconquista, allá por los tiempos medievales.
Un camino que recogía gentes del sur de Europa que se dirigían a la península por mar y como las varillas de un abanico o las raíces de un gran árbol se iban uniendo peregrinos para engrosar un camino histórico hacia Toledo, la capital hasta el siglo XVI.
Eran caminos naturales desde tiempos de los pueblos trashumantes prehistóricos.
Madrid vendría después, desviando rutas a su favor, y así, en lugar de pasar las sierras por los puertos de la Paramera, o del Pico, lo harían por el puerto de El León o Navacerrada.
Pasos naturales de esa cordillera que es como la espina dorsal que separa ambas mesetas castellanas. Y de Toledo a Ávila pasando por los también históricos Toros de Guisando.
Y tras las cumbres, tantas veces nevadas, se aprecia en la lejanía la ciudad amurallada cual rosario pétreo que nos habla de otros tiempos de caballeros guerreros, Ávila del Rey, y también de conventos y monasterios en torno a una catedral. Y así llegar a las llanuras de la meseta, Moraña y Tierra de Arévalo, tierras del mudéjar, tierras de la mística y de la espiritualidad que, sin duda, impregna todo el ambiente, a sus pueblos, el paisaje, y a sus gentes.
Peregrinos que saldrán de nuestra provincia hacia el norte hasta enlazar con el camino por excelencia, el francés. Este pudo ser el recorrido que por ahora hace 800 años realizara el santo de Asís, San Francisco, cuando peregrinó a Compostela, en busca de la tumba del Apóstol.
Basándonos en fuertes tradiciones franciscanas que hay en varias ciudades en que fundó, pudo venir por un camino y regresar por el otro, pero de cualquier forma, este acontecimiento histórico nos pone de relieve como los “mendicantes” impregnaron a la sociedad de entonces un nuevo espíritu que dio luz a la denominada época oscura.
Dentro de este contexto, también recuerdo que no hace tanto se editó una guía bien presentada y aún con alardes gráficos de los caminos de Santiago que trascurren por Castilla y León, hasta los más insólitos estaban reflejados en ella, pero en la que esta nuestra ruta del camino del sureste no aparecía, ante el asombro de cuantos conocemos otras realidades.
Incluso hubo protestas que fueron papel mojado. Pues pedimos otra sensibilidad. Es lo mismo que la demanda de un albergue de peregrinos digno, que parece ser que no se ve su necesidad, aunque estemos rodeados de ellos.
De cualquier forma es reconfortante cruzarte con tantos peregrinos… en el camino