DON JOSÉ JIMÉNEZ LOZANO, EL HUMANISMO HOY
Abr 21 2020

POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)

Nos ha dejado el escribidor. La gran escritura, la mejor de medio siglo XX y esta parte del XXI, nos ha dejado, un hueco que no se podrá llenar nunca, por la personalidad cultural y humanista, por su pluma de recio castellano que le hace distinto a todos.

Conocí a don José hace bastantes años en una visita que me pidieron unos amigos profesores del instituto, Mila y Carlos, y claro, acudí aún sin conocer a los visitantes. Cual fue mi sorpresa al reconocer al escritor, yo no le conocía personalmente, pero su fisonomía la había visto en la sobrecubierta de su magnífico libro “Guía espiritual de Castilla” que me trajo de Valladolid otro gran amigo Miguel Ángel, porque no era fácil de conseguir. Aquella fue una de las visitas de las que mejores recuerdos conservo, en la que por lo afable de su trato pronto se plasmó en una confianza y cercanía desde el primer momento. Ese era uno de sus valores, su cercanía. Al finalizar esa ruta y ante sus palabras cálidas de agradecimiento, yo le manifesté que el verdadero guía de lujo había sido él, porque rezumaba sabiduría por los cuatro costados, daba gloria escuchar sus comentarios de historia o de arte, ese es otro de sus grandes valores, no en vano le han llamado sabio y humanista. Que, por cierto, entonces, ante la fachada norte de la iglesia de San Miguel disertamos sobre esa conocida estrella de David de su muro, significándola como de la antigua sinagoga, que en muchas ocasiones se ha dicho de este templo, con poco fundamento histórico creo yo, vamos, ninguno, como le manifesté a don José, aunque estaba en la portada de su libro “Sobre judíos, moriscos y conversos”, un librito que le tengo dedicado, un gran tesoro bibliográfico de mi librería.

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Aquella cercanía se plasmó en una visita a su casa de Alcazarén, un día de fiestas y allí fui con idea de saludarle y poco más, pensando en no entretenerle. Pero fue al contrario, una visita larga y muy enjundiosa, en aquella biblioteca exenta, lugar de recogimiento que fue el nido amoroso donde se incubaron tantos textos magistrales… yo entonces jovencillo, me quedé prendado de tanto libro, pero mucho más de aquella densa conversación tan cercana, porque éramos de la tierra, y si Ávila le parecía Costantinopla, como él mismo escribió, Arévalo le resultaba muy familiar, bastante cercana, donde estudiaría bachillerato en el antiguo instituto de la Calle de Santa María. Por aquel tiempo estábamos cuatro amigos y yo embarcados en un proyecto que se plasmó en un libro-guía de Arévalo y su Tierra, sobre todo del mudéjar. De eso hablamos bastante, bueno, él más que yo, y también de periodismo, y de nuestra tierra, y de la vida… aquel oasis se interrumpió con una cerveza fría, esto ya en la pérgola del jardín, que amablemente nos ofreció su esposa. Y continuamos. Él me ofreció una presentación, porque la idea le gustó, lo que para mí fue una sorpresa. Pero con la llaneza y la confianza con la que hablamos largamente le manifesté el agradecimiento mío y de mis compañeros, pero también le dije la presentación escrita y en público nos la había ofrecido el profesor José Luis Gutiérrez Robledo, lo que le pareció muy bien. Nunca olvidaré aquella mañana veraniega en la que se consolidó mi gran admiración hacia él y su obra. Y le llevé uno de los primeros libros, ¡claro!

Desde entonces mi seguimiento como escritor fue mucho más intenso, sus obras y sobre todo lo que la tierra y el idioma representa. Tiene tanto contenido cercano a nuestra tierra… por eso, entre su inmensa obra tan importante en las letras españolas, yo tengo una debilidad especial por la “Guía espiritual de Castilla”, profunda y cercana en sus escenarios, y por “El Mudejarillo”, una descripción preciosa de lo que pudo ser.

Después he coincidido poco con él, pero momentos cercanos, en los oficios de Semana Santa en las cistercienses arevalenses, donde acudía con su familia.

Tenía que estar en el funeral y allí fui, a despedirle con el afecto y la admiración me merecía, a sumarme a una última oración por este “cristiano impaciente”. Adiós amigo.

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