POR BIZÉN D’O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA DE LA HOYA DE HUESCA
Los Solsticios de “sol-state”, el sol se detiene, son los dos momentos del año en los que el sol parece detenerse en un punto fijo de su órbita, para a continuación reiniciar su marcha en sentido inverso. El solsticio de verano, es el momento que señala el inicio de la fase descendente del ciclo anual y está presidido por San Juan Bautista, “el que debe mengar”.
La llegada de este solsticio de verano está ligada a tradiciones ancestrales, celebrándose en diversos puntos del planeta entre el 20 y el 25 de junio. Su protagonista suele ser el fuego o el agua, con una serie de rituales asociados como puedan ser las hogueras de San Juan o las abluciones en fuentes y ríos. Tradición plenamente arraigada en España donde el solsticio de verano llega con una noche mágica por excelencia, en ella, la Naturaleza nos brinda su magia que podemos aprovechar como lo hicieron nuestros antepasados, para pedir deseos a las aguas, curar nuestras dolencias por medio de las plantas, aumentar los conocimientos acerca de la Naturaleza, acrecentar el amor, y sobre todo, caminar hacia el tiempo de los estrojamientos, es decir, recogida de las cosechas, cerrar los estudios y disponerse al descanso para cerrar un ciclo de trabajo que se volverá a reiniciar con el equinoccio de otoño.
Los hombres primitivos creían que el sol no volvería a su esplendor total, ya que veían como los días eran cada vez mas cortos. Siendo por esto, que recurrían al fuego, a las fogatas que encendían en las cumbres de las montañas para simbolizar el poder del sol y sobre todo, para ayudarle con el fuego a renovar su energía. Posteriormente, se encendían las hogueras en los poblados y especialmente junto a los ríos o fuentes, y las gentes caminaban en procesión portando antorchas, se bañaban a la luz de la luna y recogían las plantas que habían recibido el rocío de aquella noche, adornando con estas las entradas de sus moradas, es decir, con ramas de pino y fresno cortadas en esa noche y mojadas en el agua, en un rito invocativo para proteger su vivienda de los rayos.
Las Plantas.-
La dendolatría o culto al árbol juega un papel muy importante dentro del ciclo solsticiar y por lo tanto en la vida de las gentes del Altoaragón, pues como imagen del cosmos, es igualmente la imagen de la fecundidad, de aquí que se tenga al árbol como signo de vida y cuando llega la romanización, ese culto al roble como árbol sagrado, se cambiará dedicándolo a Júpiter, después, tras la cristianización, cruz y árbol tendrán el mismo significado, y será bendecido con numerosas apariciones, desde esa cruz que aparece sobre sus ramas y anuncia la victoria a Garcí-Jiménez en Ainsa, a las numerosas apariciones Marianas, sobre árboles, y son muchos los lugares donde se veneran estas Vírgenes a cuyos pies han acudido desde la antigüedad las gentes en romerías, pero también el día de San Juan a ofrecer su pequeño ramillete de las siete hierbas o flores y beber el agua de las fuentes próximas a los templos
La hernia en los niños fue una quebradura muy habitual en la antigüedad, ya que era muy fácil que la criatura se herniara de llorar, siendo en esta noche en la que podía curarse por medio de la magia transmitida por el árbol, a tal efecto, se pasaba la criatura por una horquilla abierta en la rama de un árbol entre dos personas, repitiendo: “Tómalo, Juan. Dámelo, Pedro. Roto te lo doy. Sano te lo vuelvo”. Acto seguido se procedía a ligar o atar los dos brazos del árbol vendándolos muy fuerte y cubriendo con barro la herida del árbol.
Una noche en la que las plantas reciben todo el influjo y poder generatriz de la Madre Tierra, por ello, se recogían borrajas esta noche ya que adquieren poderes fecundantes y eran consumidas en la cena del día siguiente por la mujer que deseaba quedar embarazada.
Quemar siete hierbas recogidas la noche de San Juan cuando la tormenta se avecinaba con riesgo de piedra, fue costumbre usual desde tiempos ancestrales, ya que con ello ahuyentaban o exconjuraban el peligro de quedarse sin cosecha. Un ramillete de siete hierbas colgado hacia abajo en la chimenea o la cocina, protegía toda la casa y a sus moradores contra las tormentas y tempestades. Es creencia generalizada que si se coge la hierba “Verbena” entre las doce y la una, con ella se podrá curar todo mal. Así mismo, esa hierba loca, o beleño común, que crece en los cantos de los caminos y escombreras, es cogida en esta noche y con ella se frotaban las verrugas para hacerlas desaparecer.
Por todo el Altoaragón las representaciones del sol tienen un valor profiláctico, siendo muy variadas sus representaciones y existen algunas flores que están en estrecha relación con este astro, por ello, se recogen en esta noche los cardos corredores, que clavados después sobre las puertas de las casas el día de San Juan, protegen a los moradores de las brujas.
El Agua .-
La tradición milenaria nos habla de cómo el agua adquiere en esta noche poderes curativos y mágicos, pues revienen todas las aguas con fuerzas generatrices, de aquí el que las fuentes, ríos y pozos sean los principales protagonistas. Quien se lave con rocío de esa noche queda protegido contra numerosas enfermedades de la piel, o bien, el entrar en el río o en una balsa de espaldas, mirando a la luna, siempre se dijo que proporcionaba ciertos poderes a la persona que lo hacía.
Al pozo de la casa en esta noche, arrojaban las mujeres recién casadas, una piedra, si deseaba tener un hijo, o bien, un trozo de teja si deseaba que fuera niña. Los hombres por otra parte, colocaban botellas de agua recogida en esta noche debajo de las tejas para prevenir y ahuyentar las pedregadas, de aquí que cuando los albañiles reparaban un tejado y encontraban una botella, decían que era vino que hacía tanto tiempo estaba allí que se había convertido en agua. Una costumbre arraigada en las zonas urbanas es que las mujeres disponen antes de las doce, un barreño de barro o recipiente de cristal, nunca uno metálico, con agua al sereno, pues con la rosada de la amanecida, cuando ya era rayada el alba, queda impregnada de poderes y con ella se lavan cara y ojos toda la familia. A mediados del siglo pasado y hasta bien entrados ya los años sesenta, los edredones de lana que habían dado calor sobre la cama en invierno, eran sacados y puestos sobre la barandilla de los balcones, con la creencia de que al recibir el rocío de esta noche, no se apolillarían al ser guardados hasta el invierno siguiente, costumbre que se acentuó en las ciudades altoaragonesas al hacerlo también con las mantas y alfombras.
Claro está que el exceso de estas prácticas mágicas solsticiares desde tiempos remotos, provocó que la Iglesia en numerosos Concilios prohibiera el culto a las fuentes, pero son prohibiciones de Concilios tardíos, porque en principio, la Iglesia Católica, en su fase de captación, es permisiva: “las fiestas deben de permitirse, aunque vayan acompañadas de orgías” nos dice San Gregorio, por ello, desde las romerías a las ermitas con grandes celebraciones litúrgicas, se suceden la bendición de las aguas y las abluciones, prácticas que siguen vigentes y adquieren en esta noche solsticiar gran importancia.
A la fuente sagrada que brota en la Ermita de Cillas, próxima a Huesca, acuden a Sanjuanarse, gentes de La Hoya, Somontano, Monegros, Jacetania y Cinco Villas, llenando recipientes de agua para hacerla llegar a las personas que no pudieron desplazarse. Por otra parte, en muchos lugares atoaragoneses, antes de que amanezca, se llevan los ganados a que abreven y sobre todo, se procuran que entren en el río, ya que esto, los preservará contra la sarna.
Fue costumbre muy usual en todos los pueblos de esta provincia, recoger la llamada “Flor del Agua”, llamada así la que cae durante los primeros momentos después de las doce por el caño de la fuente del pueblo, agua que era tomada por las mozas con la esperanza de encontrar pareja y por las casadas para tomarla con el primer mareo del embarazo, pues ello las preservaba de mareos y vomitinas durante los nueve meses de gestación.