POR EDUARDO JUÁREZ, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA)
Uno no deja de sorprenderse con el curso que toma la historia y el uso que de ella hacemos con el paso del tiempo. De lo que realmente ocurrió a lo que transmitimos y del carácter real de las personas al personaje que caricaturizamos en excelso esperpento, suele distar un mundo incomprensible. En este sentido, no hay ejemplo más palmario que el del único rey consorte en la historia de España, Francisco de Asís de Borbón.
Eternamente ridiculizado por sus problemas congénitos, por la incapacidad para procrear y lastrado por la familia monárquica que más se ha esforzado en extender el republicanismo, la visión de Francisco de Asís como pusilánime títere al servicio de la degradada imagen pública de su señora esposa, la reina Isabel II, ha agarrado de forma irrefutable entre la historiografía y la divulgación histórica de este santo país. Sin embargo, como bien aprendí trasteando acerca del pobre Carlos II, detrás de ese tragicómico retrato subyacía algo más interesante y sorprendente que me llevó a replantear ciertos aspectos sobre la valoración de tan descarnado personaje, gracias, una vez más, a la participación de un buen amigo.
En esta ocasión le tocó a Ángel-Luis Domínguez ponerme en la pista de este nuevo toque de atención. Así, mi querido amigo me remitía hace unos días un viejo artículo sobre uno de los padres de la biología patria en el siglo XIX, el gran Mariano de la Paz Graells y de la Agüera. Conocido especialmente en el Paraíso por haber descubierto una especie singular de lepidóptero, la Graellsia Isabellae o mariposa isabelina, emblema de la Reserva de la Biosfera que integra sustancialmente este Real Sitio, el artículo remitido por Ángel-Luis y escrito por Juan Pérez-Rubín para el IX Congreso de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas profundizaba en otro aspecto no tan conocido de tan excelso Maestro.
En efecto, entre los muchos proyectos desarrollados por tan insigne científico, médico y naturalista, destaca sobremanera el interés que demostró por la piscicultura. A fuerza de catalogar una plétora de especies marinas asociadas a la península Ibérica y de defender la implantación de la piscicultura moderna, acabó por llamar la atención del rey consorte. Como consecuencia, en 1862 recibió el encargo de constituir una estación de piscicultura basada en la fecundación artificial que permitiera repoblar de truchas las aguas de los ríos escogidos, ensayar la aclimatación de especies exóticas de carne exquisita y proporcionar en el futuro huevos fecundados de todas las variedades tratadas. De este modo, Francisco de Asís continuaba la tradición de la Casa Real de preocuparse por la salud de las aguas estantes, manantes y corrientes, iniciada por Felipe II con las viveras de San Lorenzo del Escorial. Valorándose todos los Reales Sitios, acabó por decidirse la instalación de la base para la piscicultura en el Real Sitio de San Ildefonso. De este modo, el 10 de diciembre de 1867 se instalaba la primera piscifactoría del país en las cercanías del estanque superior del Jardín del Rey, el conocido Mar de los Jardines de La Granja.
Iniciada la producción de trucha y otros salmónidos con una remesa traída del laboratorio francés de Huninque, primero de este tipo en Europa, pronto crearon tendencia en la piscicultura nacional con la apertura en el Monasterio de Piedra de otra piscifactoría por iniciativa particular hacia 1877 y en el delta del Ebro, en 1880, con las trece encañizadas para peces, crustáceos y moluscos gobernadas por la Sociedad de Pescadores de San Pedro.
Ya desde la primera campaña, la piscifactoría empezó a abastecer las aguas del río Valsaín y toda su red fluvial, así como a la Escuela de Ingenieros Agrónomos de la Moncloa, de Ingenieros de Montes del Escorial, y preparando la provisión para el río Tajo con truchas comunes desde el Real Sitio de Aranjuez, no dejando de sorprender al bueno de Graells que el Ministerio de Fomento no siguiera el camino iniciado por el rey Francisco de Asís. Para darle la razón, todo el proyecto se fue al garete con la crisis desatada en 1868 tras el pronunciamiento de Cádiz y la consiguiente revolución que habría de llevar a España durante casi un decenio desde una monarquía corrupta y decadente a otra monarquía no menos corrompida, pasando por un régimen monárquico parlamentario y un conato republicano de difícil comprensión.
Aún así, la piscifactoría de La Granja siguió activa hasta la década final del siglo XX, sirviendo de nodriza a millones de truchas autóctonas y deliciosas que habrían de copar en abigarrado transitar todo río, arroyo, corriente y regato que, descendiendo desde las cumbres del Guadarrama, acabaran por alimentar el adormecido y perezoso Eresma. En todos estos años, más de un siglo de actividad, los operarios de Patrimonio, ya fuera de la Corona, República o Nacional, se esforzaron por ascender lomas, cárcavas y cumbres en pos de las fuentes corrientes donde depositar su preciado y escurridizo tesoro, impidiendo que las condenadas especies invasoras acabaran con otro tesoro más de este Paraíso.
Para nuestra desgracia, la piscifactoría de Mariano de la Paz Graells acabó por cerrarse y, como todos los proyectos de aquella España liberal del siglo XIX, cayó en un doloroso e incomprensible olvido, del mismo modo que la memoria de aquel joven rey consorte, amante de la naturaleza y protector de la misma; visionario en el uso de la tecnología y sepultado por una memoria de la historia que solo trasciende cuando destruye. No es de extrañar, por tanto, que nada quede de aquello en el acaso de los españoles, más preocupados por derribar instituciones que en construirlas desde los cimientos apartándolas de lo humano que, por ser perecedero, todo lo corrompe. Esperemos, queridos lectores, que la razón científica, natural y justa vuelva a este país, aunque sea por un instante, y se de uso a una infraestructura pionera en su momento, pues la vida dentro de los ríos depende de ello.
Y, de paso, demos una vuelta a Francisco de Asís, aunque sólo sea mientras nos acercamos a la fuente del Mar, frente a la puerta de la piscifactoría, donde nada recuerda a aquel pobre consorte y al magnífico científico que lo inspiró. Quizás así se pueda decir una palabra buena acerca de Francisco de Asís de Borbón y su trágico peregrinar por la memoria de un pasado áspero y doloroso que no deja de ajustar cuentas.
Fuente: https://www.eladelantado.com/