POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Al hablar de colectividades y referirnos a su identidad vamos a considerar ésta como aquellas características que las diferencia de otros grupos, de tal manera que, aunque individualmente, cada uno de sus miembros puede tener o tiene sus rasgos propios sin renunciar a ellos, se identifica con los que caracteriza al grupo. Así, una persona que tiende a ser ella misma, al ser un ser social por naturaleza, colectivamente, pasa a formar parte del citado grupo y asume los atributos de éste.
Para llegar a esto, el ser humano como grupo necesita de signos o símbolos que lo identifiquen y que forjen su propia identidad, aportándole un talante que lo caracteriza frente a los demás, llegando, incluso a definirlo como tal en la búsqueda de sí mismo. Signos o símbolos que deben ser respetados por todos, pues a todos los representa, haciéndome pensar algo que algunas veces he dicho; el hombre es un ser simbólico por naturaleza.
Me vienen a la cabeza dos ejemplos en cuanto a la necesidad y el respeto a los símbolos. Por un lado, la carencia de letra oficial del Himno de España, circunstancia que no sucede en algunas comunidades autónomas o provincias como en el Principado de Asturias que hace suyo el ‘Asturias Patria querida’, o en la provincia de Jaén, en la que el poema ‘Aceituneros’ de Miguel Hernández está al servicio de su Himno, como un elemento más junto con la música para definir su ‘identidad sonora’. En referencia al respeto de los símbolos, en muchas naciones la bandera es inviolable, lo cual nos produce sana envidia. Mientras que en algunas comunidades españolas se la menosprecia y ningunea.
Dicho todo lo anterior pongamos nuestros ojos en nuestras señas de identidad y en su origen foral, así como en las que se han mantenido a través de los siglos a excepción de la lengua. Hoy en día en que los rasgos identitarios son manipulados, incluso políticamente, trivializados o adulterados a veces en beneficio de una incultura, dotándolos de poco rigor, debemos ahondar en nuestras propias raíces, a pesar de que muchas veces se han visto forzados a cambios por decisiones de carácter político o personalista, sin tener en consideración la realidad del contexto en que se dieron.
Con origen foral en nuestra Orihuela, existen varias señas de identidad que perduran, llegando a estar plenamente asumidas por el pueblo. De hecho hoy en día, no podríamos entender el carácter del oriolano sin la presencia de la Gloriosa Enseña del Oriol que, durante siglos ha sufrido saqueos, reconstrucciones, mutilaciones y restauraciones. El Marqués de los Vélez, durante la Guerra de las Germanías sabía perfectamente el daño que causaba a los hijos de Orihuela al sustraer uno de sus signos de identidad, como era el pendón de la ciudad junto con las banderas de los nobles que eran atesoradas en sus capillas. Sabemos lo que supondría de contrariedad para los oriolanos el separar en su escudo el Oriol y las Barras de Aragón que, aunque siempre los hemos visto y aparecen por separado en todos los monumentos, está plenamente asumido este abrazo como signo de identidad y como muestra de la fusión en el ámbito foral de lo propio (el Oriol) con la pertenecía a la Corona de Aragón.
Pero continuando con elementos que definen nuestra identidad de origen foral que han calado de generación en generación y que perduran, encontramos a la Cruz de la Muela. Si bien la tradición nos hace remontarnos a la primera década del siglo XV, es en pleno siglo XVII cuando empezamos a tener documentación de su existencia y de su construcción. Con anterioridad datábamos su presencia en 1663 y aportábamos datos sobre la construcción de alguna de ellas, en 1715. Sin embargo, gracias a José Ojeda Nieto nos remontamos a años anteriores, concretamente a 1628, y obtenemos datos sobre la fabricación de una cruz en 1664, por un carpintero llamado Sánchez. Este símbolo, al margen de las connotaciones religiosas ha terminado por ser un elemento más definitorio de la identidad del oriolano, y que cuando se pretende o se ha pretendido atacarlo, al margen de lo puramente religioso, el pueblo se ha sentido agredido en lo más íntimo de sí mismo. De ello hemos tenido en pocos años dos pruebas recientes, el derribo a que fue sometida en 1985 y la propuesta de su eliminación por parte de un colectivo que, en ningún momento se ha parado a pensar de que más que un símbolo religioso, es una seña de identidad de un pueblo.
Existen otros elementos dentro de identidad de Orihuela que tienen su origen en la época foral. Uno de ellos más avalado por la tradición que por la historia y que el oriolano lo ha hecho suyo. Me refiero a la figura y gesta de la Armengola, que arranca en los albores del siglo XVII, muy próxima a la expulsión de los moriscos. Por último, dentro del ámbito festivo religioso, señas de identidad como las celebraciones del Corpus y de la Reconquista, desde 1400 han perdurado. Así como la invención como sinónimo de hallazgo de la imagen de Nuestra Señora de Monserrate, en 1306, casi inmediato a la incorporación a la Corona Aragonesa. Y dentro de esas grandes devociones populares, las referidas a Nuestro Padre Jesús, al Canto de la Pasión y al inicio de las procesiones de Semana Santa; arrancan de nuestra Oriola foral.
Sin embargo, qué es lo que ha acaecido con la lengua que recibimos como herencia foral. ¿Por qué el oriolano no la ha mantenido? Son muchas las interrogantes que se nos plantean y todas deben tener su respuesta. Lo cierto es que dicha seña de identidad de origen foral, que no debió y no debe perderse, únicamente perdura en nuestro Municipio en la pedanía de Barbarroja.
Fuente: http://www.laverdad.es/