POR APULEYO SOTO, CRONISTA OFICIAL DE BRAOJOS DE LA SIERRA Y LA ACEBEDA (MADRID)
Hay días en los que la prensa se desinfla y nos resulta anodina como un globo fláccido. Tales son los días borrachos de sol de julio y agosto, cuando el personal laboral se escaquea por montes y playas, y deja a los lectores a dos palmos de narices. No pasa nada. No pasa nada porque no nos lo cuentan los periodistas y el relato de los hechos lo hemos convertido en la auténtica realidad diaria, la que guía nuestros pasos y origina la diversidad de opiniones. Compramos el periódico y nos defrauda, nos deja tan vacíos como estamos. Hojeamos las revistas y no vemos más que la copia en cuatricomía de lo que observamos a pie de mar: chicas bañándose o forrándose de cremas y mozos cachas exhibiéndose en la arena. ¿Es esta la crisis que dicen que padecemos? Bien apañada se encuentra la mayoría, porque si no fuera así, la imagen ostentosa sería diferente. Acostumbrados a los excitantes titulares de la corrupción, todo eso nos parece tema menor, que no nos basta. Hay sobreabundancia de “política” durante los cursos regulares del colegio y el congreso y al llegar las vacaciones predomina la frivolidad. Pero la frivolidad, mejor verla o protagonizarla que leerla por un euro y medio. En ese caso, se prefiere una cerveza fría. Así que la agonía de la prensa y el libro convencional se va a prolongar este verano. Por otra parte, el periodismo y la televisión, más que apostar por la información veraz comentada, se han transformado en un puro espectáculo de masas, en el que las reinas circenses son la vanidad y la banalidad. Esas tienen su público ¿cómo no?, y lo peor es que ha alcanzado los puestos mayoritarios de la videncia y la audiencia. Adiós a los artículos de fondo, adiós a los comentarios racionales, adiós a la sensatez cotidiana. ¿Estamos enfermos? ¿Estamos locos? Un poco sí ¿no creen? Pero diviértanse; no les voy yo a quitar ese gusto, que no es el mío. Lo siento. Debía confesároslo.