
POR JUAN GONZÁLEZ CASTAÑO, CRONISTA OFICIAL DE MULA (MURCIA)

Me gusta reciclar. Me siento a gusto cuando termino de introducir los respectivos objetos en sus recipientes. Sé que con tan sencillo gesto he ayudado a disminuir los residuos en los contenedores de basura al uso, donde, cuando levanto sus tapas para depositar los materiales que no tienen cabida en los demás iglús, observo la cantidad de botes, latas y botellas susceptibles de entrar en el ciclo de reciclaje que otras personas consideran desechos y vierten en su interior sin detenerse a pensar en el daño infligido al medio ambiente y, por tanto a ellas, sus ascendientes y descendientes. Lo curioso es que los de diversos colores suelen estar al lado de aquéllos y apenas consume energía cumplir con un deber ciudadano básico.
Seguramente, muchas de ellas tranquilizan sus conciencias con la manida frase ¿Para qué separar, si todo va al mismo sitio? o les parece una molestia añadida guardar en el hogar receptáculos distintos, destinados a albergar los objetos que, debidamente reciclados, tornarán a la sociedad en forma de otros nuevos, sin meditar el inimaginable daño que están ocasionando a nuestro mundo (y no tenemos otro) los plásticos, especialmente los microscópicos, en las tierras fértiles y en las aguas desde hace unas siete décadas.
Qué decirles a ustedes de los envases abandonados en plazas, calles, jardines y alrededores del pueblo, caso de las inmediaciones de un lugar tan emblemático para los muleños como es la fortaleza de los Fajardo, junto a mascarillas muy poco usadas en noches de farra. El otro día tropecé con una en la calle, en la cual, encima, alguien, sin duda un niño, había depositado una piruleta, de fresa por más señas, que endulzaba el desaguisado, indudablemente peligroso para los trabajadores que debían recogerla.
¿Y el disparate de lanzar por la ventanilla del coche los botes o las botellas consumidas en una alegre comida campestre o durante un largo rato de juerga, que yacen en las orillas de caminos y carreteras de todo el municipio, y las ensucian y afean?
De estas y de otras cosas, entre ellas del desinterés de muchos por cuidar del maltrecho medio ambiente que vamos a dejar en herencia a las generaciones venideras, solemos hablar las personas que coincidimos junto a los contenedores, porque, pese a lo dicho, en la ciudad de Mula y sus pedanías se recuperan cantidades significativas de plástico, papel, metal y vidrio, como he observado con mis propios ojos.
Creo que en el presente caso se necesita una educación ambiental en sentido amplio, pues la pedagogía debe ir por delante del castigo. Que sería conveniente que la incivilidad fuera penalizada con multas es algo que muy pocos pondrán en duda, aunque sería mejor no tener que llegar a eso si el convencimiento de que no hay más planeta que el que habitamos (por lo menos durante unos cuantos siglos) calara entre sus habitadores, es decir entre todos nosotros. También sería pero que muy bueno pensar que sus recursos son finitos, mientras los que los usan no paran de crecer y dentro de unas décadas llegaran a ser 10.000 millones. La teoría de Malthús se verá cumplida con creces, para desgracia de los seres humanos que moren en él por entonces.
Entretanto, la biodiversidad va disminuyendo por todas partes y los bosques, los pulmones del Mundo, arden en extensiones nunca vistas ante la preocupación de pocos y la indiferencia de la mayoría, ¡como si los árboles crecieran en quince días! El Apocalipsis bíblico estará servido antes de tiempo si no cambiamos la manera de pensar y de obrar.
Voy terminando. Todas las reflexiones anteriores están dictadas por el coraje y la pena que dan observar como cientos de toneladas de materias reciclables usadas por los muleños son desaprovechadas cada año en contenedores de basuras, como si lo fueran. Para tal desafuero existe remedio, hay una vacuna, según he apuntado más arriba, tomar conciencia de que lo que se vierte en los depósitos de colores posee segunda vida y será devuelto a la sociedad en otra forma, mientras lo que se tira por ahí o se destruye para nada y a nadie sirve, salvo para ensuciar la hermosa porción de España en la que vivimos y dar mal ejemplo a los más jóvenes.
Fuente: http://lnx.elbuitrago.com/
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