POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
Hoy me van a permitir mis amigos Alfonso y Javier que hable de nosotros, de ellos y de mí. A ellos dedico estas líneas. Alfonso es un viejo amigo, pero que es joven e hijo de otro gran amigo, ambos historiadores, que están en la enseñanza, con los que mantengo una larga y estrecha amistad siempre jalonada de ese tema común que nos apasiona. Javier es aún más joven y ya un nuevo amigo, también por eso de la historia. Un joven estudiante a punto de finalizar sus estudios de historia.
Ya es como una complicidad, cuando algún arevalense o afín y cercano se encamina por la historia, es como un rito que el Cronista de esta ciudad tenga el deseo de conocerles en un afán aglutinador que aúne inquietudes y saberes.
Mi amigo Alfonso me dijo hace unos días, queremos visitarte un nuevo historiador y yo… y claro, la casa del Cronista siempre está abierta para quienes les guste la historia o la estudien, se dediquen a ella o tengan algunas inquietudes en ese ámbito. Todo ello movido por un deseo de aglutinar a los historiadores en torno a un compartir afanes históricos y de unión en torno a nuestra ciudad.
Quién sabe lo que puede surgir de esa unión de las gentes que nos gusta y nos preocupa esta vieja ciudad castellana, tan cargada de historia como de hilos sueltos que hay que seguir para enriquecer el relato actualizado de nuestra historia.
Una larga conversación cargada de ideas y sentimientos, de anécdotas y de recuerdos de tantas personas de la historia, protagonistas e historiadores con vínculos arevalenses. Recuerdos de algunos viejos maestros que nos van abandonando poco a poco, sin hacer casi ruido, pero dejándonos huecos profundos y difíciles de llenar con casi nada… Les recordaba yo a mis amigos la figura de don José García Oro, el catedrático de paleografía de la Universidad de Santiago, que ha muerto no hace mucho, como fue mi encuentro con él y cómo fue su maestría en un trato exquisito de profesor. Como él me dijo en una ocasión: “Todo el que me viene a ver es mi alumno, aunque no esté matriculado…”, expresión que dijo tanto de su talante de maestro vocacional, como de una actitud de vida. Una amistad que
durante años fue muy fructífera. Me ponía deberes, me pasaba datos y notas, y yo con él también he compartido cosas de Arévalo y muchas preguntas que siempre tenían respuestas sabias. Mis libros estaban en su biblioteca, o en la del convento franciscano de Santiago, y muchos de los suyos están en mis estanterías como regalos maravillosos. Contacté con él, por medio de otro amigo historiador buscando el franciscanismo de Isabel de Castilla hará cerca de veinte años.
Yo les decía a mis jóvenes amigos que amistades así son muy importantes en la vida. Y cómo sentí las últimas visitas que le hice, ya postrado en la enfermería de Noia, perdiendo su portentosa memoria y cerrando ya las cortinas de su intensa y fructífera vida de investigador y docente. La última vez que le visité supe que sería la última y uvas lágrimas surcaron mi rostro pensando que estaba perdiendo otro buen amigo, mientras él me miraba inexpresivo con una sonrisa abierta y la mirada perdida en el infinito. La vida es implacable, los tiempos de la vida son enigmáticos y su curso es imparable. También comentamos sobre la reciente muerte de Joseph Pérez, el prestigioso hispanista e historiador que precisamente su tesis doctoral fue sobre “La Revolución de las Comunidades de Castilla (1520-1521)”, que precisamente cumpliremos el V Centenario el próximo año. Hombre de prestigio que ha profundizado y publicado muchos temas muy relacionados con esta tierra.
Por cierto, esos momentos emotivos compartidos, como los de esa experiencia fuerte que mis lectores conocen, creo que fueron los momentos más intimistas de esta tarde de historia y de historias en tan buena compañía…
Bienvenidos siempre los viejos y nuevos amigos a la casa del Cronista que no pretende otra cosa que ser punto de encuentro de unas mismas inquietudes.
FUENTE: RICARDO GUERRA SANCHO Cronista Oficial de Arévalo