POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO SÁNCHEZ Y PINILLA, CRONISTAS OFICIALES DE VILLA DEL RIO (CÓRDOBA)
Después de tantos años, y con la casi total ausencia de melonares en el pueblo, me sorprende que, vengan a mi memoria recuerdos de la relación que tuve con ellos en mi niñez. Seguramente esté relacionado el suceso con este caluroso mediodía de septiembre que he comido de postre melón y estaba taan rico y taan fresquito, que para seguir recreándome en su degustación no tengo más remedio que ponerme a escribir sobre él.
Cuando yo era pequeño, mi tío Juan Madueño Molina “el Palomo”, sembraba un melonar en la Veguilla, en Villa del Río, donde poseíamos unas tierras, y allí me llevaba algunas tardes con mis hermanos, a que le ayudáramos a regar las matas más tiernas y a protegerlas con hierbas secas de rastrojos, haciéndonos observar el crecimiento de los entrenudos y la reptación de las plantas, pues cada día las encontrábamos más alargadas; y cuando ya floreaban nos animaba a que matáramos las cigarras panzonas que aparecieran. Al cabo de algún tiempo divisábamos la parcela desde lejos por las jorobas que le iban saliendo, pues eso parecían los melones a lontananza; entonces les hacíamos la cuna y le dábamos polvo.
También nos llevaba a la recolección, y nos enseñaba a distinguir los melones que estaban maduros oliéndolos y apretándolos, y los que arrancaba de la mata nos los daba para cargarlos en el serón que le ponía a un burro. Cuando terminábamos esta operación en nuestras manos llevábamos el olor del rico melón maduro.
Por los años 1940 y siguientes eran muchas las personas que sembraban melonares en pequeñas parcelas familiares;
Pelenchón, en la falda de la carretera de Bujalance. Garasa, en el huerto desde los postigos de la calle Caballeros a la Vía del ferrocarril. Bartolomé Navarro “Colón” en los pechos del cerro Morrión. Rafael Priego, junto a la barca a la derecha, pasando el puente de hierro. “Guiñapo” en los llanos de la Anguijuela. Jordán, en la ribera del río Guadalquivir. Francisco Borrego López, en el Prado Grande etc., y fabricaban en el campo con palos hincados en la tierra y techos de paja, al estilo comanche, adonde en el verano se retiraban a pasar la noche y dormir, mientras velaban su cosecha y las bestias pastaban en los rastrojos. A la caída de la tarde llegaban melones al pueblo porteados en angarillas y en serones de burros, y entonces, en las casas el agradable perfume de los melones se esparcía y acariciaba tu piel, dominando al caluroso ambiente del verano.
Los melonares se siembran en primavera, y las matas donde nacen y engordan los melones, se generan de las pepitas que se crían en el interior de sus frutos. La siembra se hace en líneas depositando dos o tres pepitas juntas, separadas de la siguiente plantación como a un metro de distancia; pues las plantas que nacerán son de la familia forrajeras y en su expansión ocuparán el espacio libre con sus ramificaciones y grandes hojas ásperas nacidas en los entrenudos.
Es planta de zonas cálidas, no resiste las heladas, y hay que regarlas cuando son pequeñas para que alcancen su desarrollo. Los frutos nacen de sus flores, de corola amarilla, y para llegar a su maduración necesitan altas temperaturas, como las que soportamos en nuestra tierra en verano. Sus semillas (pepitas), son aplanadas y lisas, y están dentro de una cápsula de color amarillo claro, que la protege hasta su siembra para la reproducción.
En casa de mi abuela paterna, las semillas las lavaban para separarlas del pericarpo, donde vienen adheridas, y una vez sueltas, las ponían extendidas a secar al sol. Después, por ser un fruto comestible, como las pipas de girasol, aunque algo más simplonas, nos las comíamos.
Los melones en su desarrollo adquieren formas muy variadas; los hay que toman figura esférica, ovoideos, lisos o estriados; su corteza es dura, tienen abundantes pepitas en el centro y su color es variable: blanco, amarillo o de la gama del verde al gris, pasando por el verde intenso, siempre con manchas diluidas en el color, quedándole además, una zona amarilla blanquecina en la parte que ha estado en contacto con la tierra donde descansaba, a donde no penetraba el sol, como el talón de Aquiles, que le desentona en la tonalidad general. Estos matices hacen retar a los compradores para descubrir las mejores cualidades gastronómicas.
La carne del melón es de sabor dulzón apetecible y muy jugosa, debiendo comerse en el momento que en que están maduros; antes son poco dulces y después adquieren el sabor agridulce de fruta pasada. El punto de madurez se deduce por el color, el olor agradable y la fácil compresión en la zona próxima al ojo.
Julio es el gran mes del melón. Cuando marca el mejor momento y produce el apogeo esta fruta, cuya pulpa refrescante, dulce y carnosa coquetea en la mesa con los sabores salados. Es en el mes de septiembre cuando los comerciantes atiborran sus escaparates de melones en las fruterías, y en los puestos de venta callejera exponen grandes montones piramidales. En esta época aparecen los vendedores ambulantes anunciando su presencia con una bocina desde una furgoneta cargada de melones.
Ya no se calan los melones, como se hacía antiguamente en los puestos de venta callejeros para exhibir la dureza y olor del melón, por lo que hay que dejarse llevar de la intuición y por algunos consejos: olerlos y notar sus intensos aromas; aprisionarlos con los pulgares por los extremos; y una vez en las manos sopesarlos para establecer una relación con su volumen. A mayor peso mayor salud y aderezo.
Para que no se abuse de su consumo, el refranero español, como las personas mayores de antaño, nos da unas reglas y sabios consejos, que no estaría de más seguir para gozar de una buena digestión, dicen así: “al melón bueno y maduro, todos le huelen el culo” o “el melón en ayunas es oro; al mediodía, plata, y por la noche mata”.
En España existe un gran número de variedades del melón. Los que se crían en los campos manchegos de Herencia y Tomelloso, (Ciudad Real) alargados y de gran tamaño son riquísimos, y también tienen reputada fama los amarillos piel de sapo de Villaconejos.
En Villa del Río, hay un bar que ostenta el nombre de “Bar Melón”. Su origen está en que, el primitivo propietario Diego Pedrajas, se dedicaba los veranos a llevar esta fruta a los mercados de Madrid y con los sabrosos beneficios que obtenía montó el citado negocio.
Fuente: los propios autores