POR MIGUEL A. FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS)
¡Qué difícil resulta después de cerca de medio siglo de convivencia familiar, hacerse a la idea de no poder seguir compartiendo amenas charlas con mi suegro! Charlas relativas a la Noreña que conoció cuando desde su Colloto natal se vino a vivir a Noreña.
Primero a trabajar al garaje Condal en la avenida de Langreo propiedad de José Ramón Blanco Sotura y Francisco Rozas; luego en el mismo taller cercano al cruce de El Berrón. Comenzaba la década de los 50 cuando el material rodante escaseaba y aquellos camiones al que no le faltaba la caja de cambios, le faltaba el motor, el eje partido o la transmisión desaparecida.
Eran los restos desguazados de la guerra civil. Contaba Tino que estaban especializados en esos trabajos una serie de mecánicos como Luis Blanco, Natalio Vázquez, Wilson, el propio Paco Rozas y su hijo Paquito; Cornelio y quizás alguno más. Las piezas que no había en el mercado había que fabricarlas en la fresadora o en el torno y en esas máquinas mi suegro tenía conocimientos de su aprendizaje en la fábrica de Armas de Oviedo.
Al contraer matrimonio con mi suegra Belarmina Nicieza Junquera, decidió establecerse por su cuenta en un pequeño local de la calle La Iglesia e instalar el primer torno. Allí comenzó con sus arreglos para la rústicas fabricas de chacinería donde los motores de movían por bobinas y cintas empujadas por un eje adosado a las paredes. Las picadoras de carne eran de madera sujetas a mostradores, donde había que darle al manubrio para su funcionamiento hasta acoplarles pequeños motores eléctricos. Fue sustituyendo la madera por el hierro y posteriormente acoplando el acero inoxidable, único material que resistía la corrosión que provocaba el castigador salitre que atacaba materiales, suelos o paredes.
Diez años más tarde construyó el taller en La Campanica con vivienda familiar en la primera planta según diseño del doctor arquitecto Rodríguez Bustelo con un tejado sin chimeneas lo que sorprendió al vecindario. En el nuevo taller contaba con Gabino y Corsino, jóvenes aprendices que desarrollaron con él toda su vida laboral, colaborando también Luis de Marcenado y Berto de Proaza.
Comenzó la fabricación de maquinas que picaban cien kilos de carne por minuto según me recuerda el Chacinero Mayor, Aurelio Cuesta, y con ello, elevadores que subían los carros cargados para las embutidoras, elevadores que despertaron la curiosidad de alguna primera marca catalana que lo adquirieron para “fusilar” ya que su ruidoso modelo funcionaba por cadenas y en Noreña ya lo hacían con tornillo sin fin. Recuerdo que nunca ocultaron su deseo de copiarlo, al igual que un intermediario cántabro que envió unas picadoras de cebollas para China y aún deben de seguir la producción de ellas porque nunca más volvieron a comprarlas en Noreña.
Máquinas para trocear quesos de pasta blanda o dura en cuñas; cortadoras de callos en trozos siempre de la misma medida al igual que otra para compangos para fabadas o cocidos enlatados que le había encargado su amigo y buen cliente Pepe “Sará”, todo tenía su solución en aquel pequeño taller donde cada cosa estaba en su sitio y el poco sitio disponible era para muchas cosas. Los hermanos Kópke de productos YA que lo invitaban a viajar a Alemania a estudiar las nuevas tendencias chacineras y modernizar la antigua fábrica que había pertenecido al Carbayalu; las antiguas propietarias de La Luz, las hermanas Bustelo que no querían perder el empuje de la modernidad; La Carmina, El Hórreo, La Pilarica, EL Chilu o productos Álvarez todas llevan o desgraciadamente alguna llevaba, el marchamo de TAFFO, marca registrada por él fundada, sin olvidarnos de las empresas Arrojo o El Castromocho que lo tenían como mecánico de cabecera.
Hace muchos años, cuando las féminas pusieron de moda los tacones de aguja, al parecer fallaban al poco tiempo, encontraron en el taller de La Campanica el remedio para su reparación y además exigían que se reparase en el acto, no iban a darse un viaje desde Noreña hasta el taller en el apeadero y tener que volver al pueblo. Lo dicho: torneru para todo.