POR: ANTONIO MARIA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS-CANARIAS)
Ahondando en la Historia menuda o intrahistoria de nuestra muy antigua y noble ciudad de Telde, encontramos muchas cosas y situaciones curiosas, hoy olvidadas o en desuso, y antaño parte inherente de nuestra cultura y vida cotidiana.
Tal es el caso del acto devocional que conocíamos por la visita de la Santísima Virgen. Vamos a explicar con toda suerte de detalles de qué se trataba, aunque los vecinos de algunos barrios bien pueden decir que ellos siguen con la tradición y la tienen, hoy tan presente como ayer. Desde el siglo II después de Jesucristo la intercesión de la Virgen María era un hecho irrefutable en el Mundo Cristiano.
Tal es así que, en las catacumbas de Roma y otras ciudades del Imperio, junto a peces y panes y, posibles Cristos Resucitados, aparecían con frecuencia figuras femeninas alzando los brazos hacia el cielo en posición suplicante, por lo que no es de extrañar que éstas fueran las primeras representaciones de la Siempre Virgen. En la Edad Media no faltaron ermitas, iglesias, santuarios, abadías, conventos, catedrales y hasta basílicas que se dedicaron a la veneración de Santa María con apelativos a su grandeza, a su antigüedad…
Durante el Renacimiento los principales pintores y escultores, fueran éstos de la península italiana, de Flandes, de los países germanos, de Portugal o de España, todos ofrecieron sus buenos oficios para representar a Nuestra Señora. Tal es el caso de Rafael o Rafaello Sancio da Urbino, conocido por el pintor de las Madonnas. Durante el Barroco y siguiendo estrictamente lo dictado por el Concilio de Trento, la Virgen María fue ocupando, cada vez más el centro de nuestras particulares devociones. Los católicos levantaron la bandera del marianismo como baluarte defensivo ante el protestantismo, fuera éste luterano o calvinista.
Pero avanzando en el tiempo y dejando atrás otros momentos históricos, nos situaremos en el año 1854, cuando Su Santidad el Papa Pío IX, el 8 de diciembre, publicó su Bula Ineffabillis Deus, con la que se reconoció la Inmaculada Concepción de María. En ese preciso instante todas las órdenes religiosas del Orbe cristiano, y especialmente aquellas que no habían sido muy proclives a la defensa del Dogma, nos referimos claro está a los Dominicos, predicaron lo importante que era buscar el consuelo materno en la Llena eres de Gracia. Entonces comenzó la Historia de las Capillitas, Urnas u Ornacinas,que con tales denominaciones se conocen, tanto en Telde como en el resto del Archipiélago, a un recipiente de madera y cristal en cuyo interior se guarda una imagen de la Virgen María.
Aunque también circularon otras dedicadas al Sagrado Corazón de Jesús, San Antonio, Santa Lucía y Santa Rita de Casia. Todo se reduce a una especie de caja rectangular con una altura de 40-50 cm de alta por 20 de ancha, y un fondo de unos 15 cm. El fondo, laterales, techo y suelo eran de madera y en la parte anterior o frontal un cristal y sobre él dos puertecillas también de madera que se cerraban con una pequeña aldaba. En el interior de dicho artefacto, bien centrada, una imagen de tiza o madera, la cual a veces venía adornada con dos pequeñas jarritas con sus respectivas flores.
En la parte posterior y pegado con cola o pegamento y medio un listado a mano o a máquina con 30 personas con nombres y apellidos correspondían a los 30 días del mes. También dos pequeñas oraciones igualmente adherida a la madera, una se le llamaba de Bienvenida o recibimiento y la otra de Adiós o despedida. Contaba la capillita con un pequeño orificio, a manera de ranura, situada en la parte baja, casi a los pies de la Imagen, por donde los devotos introducían monedas a manera de óbolo u ofrenda. Portada siempre por un vecino o vecina, llegaba muy de mañana a casa la urna.
En ese preciso instante la frase más escuchada era así de rotunda ¡la Virgen está en casa! O ¡la Virgen ya llegó! La capillita de lustrosa madera cambiaba rápidamente de manos y la tomaba para sí un representante de la nueva casa, quien rápidamente la colocaría en un lugar muy visible y de total importancia, como podía ser: en la cómoda del dormitorio principal o en la consola de la sala, cuando no en lo alto del aparador o trinchante del comedor. Se le abrían las dos delgadas hojas que formaban las puertas y tras un lustroso cristal ahí estaba la Dulce Madre.
En la parte superior se desplegaba un ático laboriosamente trabajado a manera de madera calada y coronado todo él por una Cruz. Después en un recipiente de cristal transparente, pequeño y con cierta gracia, se depositaban dos o tres dedos de aceite crudo y flotando a manera de barquichuela un corcho con un trocito de latón y un cabito de vela a la que se le daba lumbre, ésta debía estar encendida las 24 horas que la santa Imagen estuviera en cada hogar.
A lo largo del día se rezaba el Ángelus y el Santo Rosario, así como la Salve y el Bendito Sea tu Pureza. Ésta última oración, muy popular entre los niños decía así: Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues solo un Dios se recrea en tan graciosa belleza, a ti celestial princesa, Virgen Sagrada María yo te ofrezco en este día alma vida y corazón, míranos con compasión, no nos dejes Madre Mía. Pudiéndosele añadir: y danos tu santa bendición que la recibimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, Amén.
Al día siguiente y a la misma hora que la habíamos recibido teníamos que pasarla a otra familia, casi siempre vecina nuestra. El orden de visitas estaba regulado de manera absoluta por el listado al que antes hacíamos alusión. Aunque había una persona llamada la limosnera, o custodia/o que era la persona encargada de vaciar la cajita de las limosnas y entregársela al señor Cura párroco o si en el trajinar de idas y venidas se estropeaba o rompía algo de la propia capillita, procurar su arreglo inmediato.
En Telde centro, dos parroquias se disputaban a la feligresía: San Juan Bautista y san Gregorio Taumaturgo. Sus límites eran bien precisos, a la izquierda de la Acequia Real o “Rial” como algunos decían era la jurisdicción de la sanjuanera y a la derecha de ese mismo cauce de la gregoriana. En San Juan, que los teldenses que hace 40-50 años inequívocamente Telde, existían, al menos dos capillitas. Una guardaba en su interior la bellísima imagen de Nuestra Señora la Milagrosa, auspiciada por las hermanas de los pobres o de San Vicente Paul, que desde el antiguo hospital de Santa Rosalía controlaban la circulación de la misma. Desde la parroquia la otra llevaba al Sagrado Corazón de Jesús.
Las familias elegían entre una y otra advocación, pero las más pudientes se hacían acercar a la una y a la otra en fechas diferentes. En el barrio de Los Llanos también existían dos o tres capillitas. La principal, a partir de 1948, fue la de María Auxiliadora, devoción tardía entre los teldenses, que fue habitual a partir del asentamiento de las Salesianas en su colegio de la calle Ruíz. Otra no menos querida, era la del sagrado Corazón de Jesús y la tercera, muy popular y deseada era la que portaba en su interior a la imagen de San Antonio de Padua, al que los niños le cantábamos aquello de: San Antonio bendito tiene un niñito, que ni come ni bebe y siempre está gordito. Así vimos pasar los días, los meses y los años hasta que la tradición fue quedando atrás sin que nadie nos pueda explicar el por qué.
En una reciente visita a Madrid, muy cerca de la calle Mayor, entré en una tienda especializada en objetos de culto o de los llamados objetos sagrados.
Entre imágenes de todo el santoral, cálices, patenas, campanas de todos los tamaños, casullas y rosarios, sobre el mostrador me sorprendió ver una capillita, que, por supuesto no tenía imagen alguna, pues como bien explicaba el dependiente a otro comprador, venían así para que cada uno colocase la imagen que creyera conveniente. En ese momento, créanme, que algo se movió en mis adentros, recordando esa antigua tradición de mi ciudad y de mi isla.
*Publicada en la prensa digital Teldeactualidad el 1 de abril de 2020.