POR ANTONIO HORCAJO, CRONISTA OFICIAL DE RIAZA (SEGOVIA)
Aquella suave brisa me sorprendió a mí mismo envolviéndome en un estado grato, íntimo, en el que se mezclaban emociones y recuerdos. Era una caricia del viento que subía desde el valle de las sabinas y que habría surgido desde la cercanía oh, acaso, había nacido allí mismo, como obsequio de bienvenida a las emociones y recuerdos que venía buscando a Pedraza para volver a vivirlos.
Y se volcó en luz cegadora, como de oro de siglos que emanaba de la piedra que me rodeaba por todas partes. Pedraza es piedra. Piedra noble y piedra humilde como de transformación de siglos. Porque este milagro de tonos y colores solo lo puede fabricar el tiempo. Resuenan los balidos de los rebaños. Se oye un esquílón y un rumor de diminutas pezuñas, que más que pisar la tierra la acarician.
Levanto el vuelo y afloro a la plaza milagrosa, donde compiten esbeltas columnas en un soportal prodigioso, en el que sostienen balcones corridos, desde los que se contempla el bullicio y la vida. Parece como si las largas piedras retaran a la torre mientras, en el rincón humilde, como si fuera la defensa de la sombra, un sonoro reloj rompe el silencio perpetuo con el tan tan de las horas. como de reto a la torre de la iglesia al tiempo que el reloj mide el tiempo en el rincón.
Es un espectáculo de luz. Esa luz irrepetible de Pedraza envuelta, sí, la luz envuelta, por el reflejo de la piedra que aquí domina, y me siento fatigado más por los embates del momento que por el cansancio de los años, avergonzado de que la vieja olma que conocí desde niño, albergadora del Concejo a lo largo de los siglos y a cuya sombra se consumieron vidas de entrega a un pueblo noble, laborioso, sencillo, austero en el que la grandeza iba en palabras, gestos y lealtades, haya desaparecido.
¿Poema de ensoñación? ¿Cita afortunada? Me saca de mi ensimismamiento una ráfaga luminosa, estallante, pues la sigue un retumbe que hace mover hasta los cimientos del lugar, cuando el trueno sigue a la ráfaga. Parece como si esa ruptura de la soledad y la tranquilidad fueran un homenaje del cielo a tanta paz como ofrecía el silencio de la contemplación.
Veo acelerar el paso a unos jóvenes que, entre risas y chanzas, vienen del Castillo y buscan refugio en los dinteles de las puertas, porque en Pedraza apenas hay portales. Ahora el chaparrón lo ha cambiado todo y la villa se retrae en una posición nueva, es como si hubiera surgido una escenografía distinta, en la que los actores reclaman la atención pero sin poder evitar que sea el escenario el que mande y atraiga, adornado con olores que se mezclan, de tierra mojada y de hierbas olorosas que impregnan el ambiente abriendo los poros de los pulmones. Es Pedraza en sazón. Es un grato regalo de esta naturaleza serrana sorprendente.
Me entretengo ante la piedra vieja que albergó a los Condestables de Castilla y sonrío ante las recias puerta de la fortaleza, donde la picardía ha ido desnudando de clavos, más decorativos que útiles y acaso como señal de poco efecto persuasivo. Pero sí me convence la luz que iluminó el genio de un vasco para llenar de los reflejos pictóricos de esta luz irrepetible, expandiéndola por los museos del mundo.
Así que, después de tanto trajín, Pedraza me parece la anarquía ordenada; que qué es eso, te preguntas lector amigo, pues la respuesta la encontrarás si te acercas a Pedraza y dialogas con la villa. Aquí cada uno se crea su propio mundo, cada mente y cada vista lo ve de manera diferente y todos juntos, tan dispares, tan iguales, confluyen en una armonía que impone la realidad de una villa noble, encerrada solo por una puerta. Aquí no se pueden abrir puertas al campo. Se abre la que hay y a vivir.
Pedraza es una villa de siglos hecha para vivir un momento, solo unos instantes de encanto. Para qué más si es una suave pasada en un mundo ausente y desabrido. Pedraza es como un imán divergente: no te atrae, te busca para ofrecerte sus encantos. Y tú te dejas coger agradecido. El Adelantado de Segovia. Enero de 2021.