No me salgo de ningún camino marcado si dedico hoy esta página al castillo de Santorcaz (actualmente Comunidad de Madrid), porque la historia de su construcción, la de sus hechos de armas, y la de los personajes que en él sufrieron prisión, tienen mucho que ver con la tierra alcarreña en su conjunto.
Primero le damos un vistazo al edificio, en lo más alto del pueblo. Y vemos que en una eminencia del borde de la meseta alcarreña, asienta desde remotos siglos Santorcaz, cuyo nombre se debe a la devoción que sus habitantes tenían, en el momento de su creación, por San Torcuato. Una serie de hallazgos arqueológicos en el término han venido a consolidar la idea de que la presencia humana en esta área es muy antigua, de varios miles de años, por lo que ha habido quien, sin duda exagerando, opina que es Santorcaz el asentamiento humano más antiguo de la Comunidad de Madrid. Seguramente un asentamiento carpetano, del que se han encontrado utensilios de hierro, vasijas de barro, puntas de flecha y restos de muros. Durante siglos perteneció en señorío, como todo el alfoz de Alcalá, a la mitra toledana, pero no está probado documentalmente que esto ocurriera a partir de la reconquista del reino de Toledo, en 1086, sino que quizás fue propiedad de la Orden del Temple hasta su disolución en 1312. En todo caso, fue el arzobispo toledano don Pedro Tenorio quien se encargó de alentar y pagar la reconstrucción y mejora de su fortaleza y murallas anejas, a partir de 1390, sobre lo que ya existiría de antes, desde finales del siglo anterior, que en todo caso sería poco importante. Se podría atribuir a Tenorio la torre albarrana, parecida a la que construyó en Alcalá la Vieja, y la torre cuadrada del ángulo meridional, hecha en la mampostería encintada de estilo «alcalaíno» y que aparece en todas las obras de la época de este arzobispo.
El edificio fue poco cuidado, y de sus salas se sacaron, cuando pasó a poder del Estado en el siglo XIX, elementos valiosos del patrimonio como un artesonado de madera y unas bóvedas de crucería que fueron colocadas en el palacio Laredo de Alcalá de Henares. Concretamente en ese artesonado, hoy visible en dicho edificio complutense, puede leerse la siguiente inscripción: «El muy honorable y respetuoso padre y señor don Pedro Tenorio, por la gracia de Dios, arzobispo de Toledo, primado de las Españas, canciller mayor de Castilla, mando «hacer de nuevo» en su villa de Santorcaz este insigne castillo y fortaleza valentisima y fuerte importantisimo, como lo fue en tiempos pasados y lo podra ser en cualquier a falta de la paz que gozamos, quiera Dios que persevere. Año del nacimiento de Nuestro Señor Salvador Jesucristo MCCCLXXVII».
Es muy interesante y descriptivo el texto que se contiene en las “Relaciones Topográficas” enviadas a Felipe II por la villa, a finales del siglo XVI (1576) y que dice textualmente: « … en la dicha villa hay un castillo y fortaleza con casas y aposentos y piezas muy grandes (el palacio), cercado con cerca de piedra labrada de cal y canto con su almenaxe, está torreado donde hay cinco torres (no cuentan los pequeños cubos gemelos del ángulo norte), y hay una torre muy fuerte, grande y alta (albarrana) que tendra diez pies de grueso el lienzo de cada parte de ella labrada de sillería con ventanaje al oriente y al setentrion y al puniente y al mediodia, es una de las principales y fuertes torres que hay en Castilla, la municion que en ella hay son algunos tiros gruesos todo viejo maltratado, y ha servido este castillo ordinariamente de carcel eclesiástica, donde hay prisiones ásperas, y donde se meten los hombres en ciertos pozos por género de prisión y castigo».
En su condición mixta de prisión y palacio residencial, Santorcaz conoció la presencia dentro de sus muros de ilustres personajes de todos los tiempos, entre los que destacan Cisneros, futuro Cardenal y Regente de España, que antes de serlo fue encerrado durante 6 años en esta alcazaba por orden del arzobispo Carrillo. La princesa de Éboli, allí llevada, con sus hijos y servidumbre, por orden del rey Felipe II, pasando un par de inviernos en sus heladoras salas. Don Juan de Luna (amigo de Antonio Pérez), Rodrigo Calderón (el marqués de Siete Iglesias), Magdalena de Guzmán, marquesa consorte del Valle de Oaxaca, el duque de Híjar y numerosos canónigos que fueron castigados por faltas al Derecho Canónico.
Constaba este fuerte castillo de un recinto principal, núcleo de defensa con torres esquineras, siendo una de ellas la torre del homenaje, en la que se encontraban las estancias principales de este castillo, que durante siglos sirvió de residencia para los obispos toledanos, y de prisión para presos de alta alcurnia. En torno a él se alzaba un perímetro exterior con paseo de ronda entre ambas estructuras. Y a ese recinto exterior se entraba, a través de una puerta solemne y en recodo, desde la parte más alta de la villa.
El perímetro exterior del castillo es de planta irregular, pues se adapta a las subidas y bajadas del terreno. La muralla es de sillarejo y sillar en las esquinas. Sus lienzos, incompletos, están desmochados. Y en las esquinas, recodos y a trechos en los paramentos lisos, se ven torres o restos de ellas, que además ofrecían variedad de plantas, en unos casos siendo cuadradas, en otros circulares, y una que mira al Sur y que tiene planta pentagonal, de la cual parte un lienzo que tras seguir en dirección nordeste gira en ángulo recto y alberga la puerta en recodo que servía de principal acceso a la fortaleza, y que se protegía por fuerte torreón circular que hoy sirve de ábside de la iglesia parroquial de Santorcaz.
Toda esta construcción, de diversas épocas, ha recibido arreglos y restauraciones, y hoy la vemos como la dejaron los siglos en su ir y venir. Los fuertes muros y su trayecto dan idea de su inicial consistencia. Los materiales eran, como se ve, de sillarejo, algunos sillares en esquinas, mucho ladrillo y cantos rodados. Un fragmento de muralla que se ve en lo alto, separada del resto, es ejemplo elocuente de lo dicho.
Una de las cosas que más llama la atención a quien visita el castillo de Santorcaz, es el hecho de que la iglesia parroquial, de noble estilo renacentista, se encuentre en el centro de lo que fue la fortaleza, concretamente donde estuviera el núcleo fortificado. Esta fue construida sobre el antiguo castillo, y de hecho su ábside, el muro norte y la base de la torre de las campanas son elementos de la fortaleza medieval, utilizados en la iglesia. Se puede valorar como lo más antiguo del conjunto los fragmentos realizados en mampostería concertada, mientras que la puerta y el muro que la une a la torre pentagonal, más un sector del lienzo noroeste, sería producto de un añadido posterior, seguramente de finales del XIV (arzobispado de Pedro Tenorio) o del XV.
Existen claras referencias a la muralla que, sin duda, rodeó durante siglos a la villa entera. La más clara de esas citas es la de las mencionadas “Relaciones” de Felipe Il: « … en cuanto a las murallas y cerca que por algunas partes está cercado, y que es de tierra la cerca, y a las entradas de algunas puertas se estan hechas de piedra labrada por donde se muestra ser pueblo muy antiguo y cercado …». Y ya en el siglo XVIII, en otro documento se dice que «en la antigüedad estuvo rodeado de murallas» de las que «se han conocido cinco puertas, de las que ya no quedan vestigios». De esta muralla exterior no queda ningún resto, posiblemente por ser de simple tapial. En todo caso, el estudio que realizó Rosa Cardero Losada, sobre “Los castillos de Santorcaz”, en 2005, es definitivo. A este castillo de Santorcaz se le conoce también como “castillo de la Torremocha”. Y hasta su altura os invito esta semana a subir (está a cinco minutos desde El Pozo de Guadalajara), y contemplar el sonoro temblor de tanto amurallamiento, de tanta solemne algarabía de siglos y personajes.