POR JOSÉ MARÍA GOLDEROS VICARIO, CRONISTA OFICIAL DE GRIÑÓN (MADRID).
Cuando se declara finalmente el cólera en Ciudad Real, inmediatamente el Ayuntamiento ordena se construyan «seis cajas que se destinarán exclusivamente: tres para conducir los cadáveres a la iglesia que se ha destinado para depósito de los mismos y otras tres para los enfermos que hayan necesidad de trasportar al hospital señalado para este fin»
Dos episodios de cólera soporto nuestra capital en los años 1855 y 1885. En efecto, en julio de 1855, ante la certeza de la llegada del cólera a Ciudad Real, tal que la Peste negra llegó en la Edad Media, el Ayuntamiento de Ciudad Real acordó lo siguiente: «… que se baje la imagen de Ntra. Sra. Santa María del Prado y se le dediquen rogativas por el cólera». El acuerdo surgía firmado por el alcalde don José Sotero.
Y hoy, el terrible y trágico dolor humano por tantas víctimas fallecidas, sin olvidar el perjuicio económico que estamos sufriendo en España, nos recuerda el sufrido por Ciudad Real en aquellos años. «…A la municipalidad le parecía muy oportuno se bajase del camarín para su iglesia a Nuestra Señora Santa María del Prado, patrona de esta ciudad, y se le pidiese en rogativa, con el fin de interceder para que nos librara del azote amenazador del cólera que tan de cerca estaba expiando…». Y tomando en consideración tan acertado pensamiento acordó: que con tal motivo “se dirija de oficio al Sr. Vicario rogándole se sirva ordenar lo concerniente, y se baje del camarín al templo a Ntra. Sra. y de principio se celebren rogativas por espacio de tres días…».
Hasta aquí el primer acuerdo municipal ante el temor de que Ciudad Real se viera invadido por el terrible azote, como soportaba todo nuestro país. También se estudiaba el suspender la feria de agosto hasta el mes de octubre, si el estado sanitario de la ciudad lo aconsejara. Ya en este año de 1855, el Ayuntamiento se encontrara alerta ante la invasión y dicta una serie de medidas por la inminente llegada del mal, que por desgracia se adivinaba cercano. Una de ellas es para evitar la consternación que suponía a los enfermos el oír las campanas de las parroquias al toque de tránsitos, por los se les ordenaba a los responsables parroquiales suspenderlo.
También se hace saber a la capital, “que todas las personas que fallezcan sea cual fuere la causa que lo motive» se depositen en el término de una hora en la iglesia del ex convento de Carmelitas descalzos, sito frente a la Puerta del Carmen.
Cuando se declara finalmente el cólera en Ciudad Real, inmediatamente el Ayuntamiento ordena se construyan «seis cajas que se destinarán exclusivamente: tres para conducir los cadáveres a la iglesia que se ha destinado para depósito de los mismos y otras tres para los enfermos que hayan necesidad de trasportar al hospital señalado para este fin».
Las instrucciones para la construcción de estas cajas se especificaron con todo detalle: «Las destinadas a los cadáveres tendrán suelo de tablas a distancia de tres centímetros de una a otra y cubiertas con tela negra. Las de los enfermos tendrán -dice la nota- suelo de tablas pero unidas unas con otras y cubiertas con la misma tela. En el interior se colocará un colchoncito y un cabezal para mayor comodidad de los enfermos. Para la conducción de enfermos y cadáveres fueron dispuestos unos puntos fijos en la ciudad con el fin de agilizar lo más prontamente este servicio».
En previsión de desabastecimiento en materia de alimentación, y para asegurar las necesidades de la población, se ordenó por el Ayuntamiento «se tenga un depósito de arroz, azúcar, y té, etcétera», a cuyo efecto se pasó nota a los señores comerciantes del ramo, una orden para que retuvieran en su poder y a disposición del Ayuntamiento abundantes productos alimenticios.
Dignas de admiración fueron las medidas adoptadas por el Consistorio para un mejor estado sanitario de la población. Se exigiría también, un escrupuloso reconocimiento de los molinos aceiteros de don José Medrano, y de la fábrica de curtidos y de las vaquerías.
Cuando ya estaba plenamente instalada la invasión del cólera en Ciudad Real, fallecían como consecuencia de ella los “profesores” (médicos) dedicados a la asistencia de enfermos don Roque Arroyo y don Francisco Serrano Gurruchaga.
El 24 de octubre de 1855, el Ayuntamiento en previsión de males mayores, ordena un presupuesto de los gastos que deban hacerse en las «minas», porque los vecinos las tienen obstruidas en toda la línea hasta «La Celada” (cerca de la aldea de Las Casas), donde van a parar las aguas de la capital.
Se llega al término del año 1855, después de los penosos meses pasados. Y sin más dilación, la corporación municipal autoriza los gastos necesarios para garantizar el buen funcionamiento de los desagües con dirección a las minas, ante el temor que las aguas invernales inunden la ciudad, suceso arto frecuente.
Se autoriza se expongan las listas de las personas que ayudaron y entregaron cantidades para los afectados, «para que en la ciudad sea conocido» y se notifican al Sr. Gobernador los 10.000 reales para los gastos del cólera, y D. José Lamano, médico titular de la ciudad, pide «le abonen los 871 reales que le deben abonar por ser titular médico de la ciudad, desde la aparición del cólera.
No existe suficiente documentación referente a aquel primer episodio de grave invasión colérica de nuestra capital. En este aspecto, las noticias que poseemos y comunicamos aquí, se deben en gran parte a lo extraído de los libros capitulares procedentes del Archivo del Excmo. Ayuntamiento de Ciudad Real, por cierto, publicadas en un opúsculo con los gastos verificados por el Ayuntamiento durante las dos invasiones importantes coléricas de la capital.
Ciudad Real fue invadida por el terrible azote, en 1855. Era alcalde don José Sotero Martínez, un comerciante de tejidos poseedor de un enorme corazón; de su bolsillo particular costeó doscientas raciones de comidas diaria para los necesitados de la capital. Se cuenta de él que visitaba a los enfermos, consolaba a las familias y hasta enterraba a los fallecidos.
En 1885, el terrible mal invade nuevamente toda Europa. Causada por un microorganismo denominado vibrión colérico. La sintomatología era al principio del contagio tan leve, que al enfermo no le impedía acudir a sus quehaceres, lo que era una causa poderosa de transmisión del mal. En la primera “memoria” de 1855, no se conoció el número exacto de víctimas de ciudarrealeños y ciudarrealeñas.
En efecto: la segunda invasión colérica de 1885, Ciudad Real sufre de nuevo el azote del cólera-morbo asiático. El 10 de agosto, reunidos en sesión extraordinaria los miembros de este Ayuntamiento de Ciudad Real, presidido por su alcalde don Juan Acedo Rico Cuando tomaron posesión los individuos de la Comisión Especial de Salubridad, nombrada para hacer frente a los efectos del cólera, ya se venía fumigando en la estación de la línea férrea de M.Z.A. bajo la supervisión de los farmacéuticos de la capital, a los viajeros, equipajes y mercancías, procedentes de puntos invadidos por el mal. Este servicio, remunerado por el Ayuntamiento originaría una agria disputa entre el Ayuntamiento y los farmacéuticos, que fue ampliamente aireado por el periódico local «El Labriego». El servicio de fumigaciones fue prestado durante casi toda la campaña por dos sastres voluntarios de la ciudad debidamente remunerados.
En la puerta o portillo de Ciruela hubo un servicio de voluntarios para no permitir la entrada a todo sospechoso que no fuera previamente inspeccionado. En las restantes puertas: de Calatrava, Mata, Granada, Alarcos, Santa María, Carmen y Toledo, se llevó a cabo esta vigilancia por un voluntario, sólo de día.
La epidemia comenzó a extenderse por la parte N.O. de la capital, siendo necesario construir un depósito de cadáveres en la zona norte del cementerio municipal, con el determinado fin de evitar la permanencia de los difuntos en sus domicilios y al mismo tiempo cubrir otro objetivo: que los cadáveres no fueran inhumados antes de las 24 horas, para evitar los trágicos enterramientos de personas aún con vida que hubo que lamentar.
Los primeros casos aparecieron el día 19 de julio, cuando aún era alcalde el Sr. Acedo Rico, que dejó el cargo el 15 de agosto de 1885, siendo sustituido por D. Ángel del Monte y Puente. El subdelegado de farmacia, en compañía de D. Ceferino Sauco y la comisión del Ayuntamiento, fijaron en 50 pesetas diarias el precio de las fumigaciones, sin embargo de parecerles algo excesivo dado el estado precario de los fondos municipales, que se llevaría gran parte de lo que se podía disponer para otros capítulos, no menos atendibles ocasionados por el cólera.
Pero el 19 de julio, ante el primer caso sospechoso en la capital, la primera medida que la autoridad tomó, fue la de fumigar y desinfectar la casa donde se inició, ordenando a los señores farmacéuticos practicar dichas operaciones y aunque ningún deber tenían de obedecer las órdenes del señor alcalde, lo hicieron, no solo en esa casa sino en las que se fueron presentando sucesivamente fallecimientos. La comisión, comprendiendo que esas desinfecciones no estaban incluidas en las cincuenta pesetas diarias que los farmacéuticos percibían por las fumigaciones de la estación del FF.CC.
Algunos periódicos de la capital se ocuparon en repetidas ocasiones del asunto de las fumigaciones durante la epidemia, no siempre con la veracidad que las circunstancias exigían, no bien conocidos ni apreciados por la mayoría del pueblo de Ciudad Real, para que este – como dijo «El Labriego»- juzgue a unos y a otros… Lo que esta Comisión hizo -dice la «Memoria»- es de todo conocido: no dejar de desinfectar ninguna casa donde ocurrieron fallecimientos a causa del cólera, aunque se practicaron por personas no competentes, pero que eran las únicas que se podía disponer, pues las que tenían competencia se negaron en absoluto a ello, alegando estar resentidas con la Corporación municipal. Esta situación hizo que el Gobierno Provincial citara la atención repetidas veces al Sr. alcalde, para que los servicios de desinfección constaran llevados a cabo por personal cualificado.
El Ayuntamiento, con objeto de cumplirlo, designó al concejal Sr. Rubisco para disipar los resentimientos que decían tener los «boticarios». Los efectos del cólera en nuestra capital finalizaron el año de 1885. En la primera invasión, murieron 303 personas. En la segunda, no fue especificado el número exacto de víctimas.