POR MIGUEL A. FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS).
Estuvimos en Las Palmas con los amigos de la Cofradía del Puchero Canario de las siete carnes en el mes de marzo, dos días antes del dichoso confinamiento a causa de la covid-19. Celebraban su capítulo anual, en esta ocasión dedicado al escritor Don Benito Pérez Galdós con motivo del centenario de su fallecimiento, personaje a quienes los de la Generación del 98 denominaban “El Garbancero” porque se declaraba defensor de lo que la mayoría de españoles comía a diario, la gente corriente como le agradaba citar que no olvidaban el cicer arietinum que en romance llamamos garbanzo, decía uno de sus personajes. Así lo bautizó, dicen que Valle-Inclán, no se sabe si por despreciar el éxito de sus numerosas novelas o por despecho, ya que el dramaturgo canario siendo director del Teatro Español, y propuesto para el Premio Nobel en 1912, se negó en ese mismo año a estrenar una obra del gallego en el citado Teatro Español. Ahí quedó la duda, aunque Valle-Inclán, años después, reconoció alabando a Galdós que tal parecía haber inventado el idioma, y muchos contemporáneos suyos, lo citaban como uno de los mejores representantes de la novela realista del s.XIX y estudiosos hubo que lo situaban como mejor novelista después de Miguel de Cervantes.
“El garbanzo resiste todas las modas del comer” comentan en “Fortunata y Jacinta” y otro de sus personajes aseguraba que la sopa y el Jerez se consideraban idóneos para preparar el estómago, darle fortaleza para lo que viene detrás, para comer y seguir comiendo.
Así lo dejó constar en varias de sus novelas como “El amigo Manso” y los gastrónomos canarios nos recordaban como ya viviendo en Madrid, hacía que le llegasen todas las semanas los alimentos e ingredientes necesarios para elaborar un cocido canario con todos los sacramentos que son muchos, tal y como lo degustaba en las islas. A la capital le llegaba en una caja de hojalata debidamente soldada con estaño para garantizar el envío.
Curiosamente en la novela arriba citada “El amigo Manso” nos sorprende con que el protagonista Máximo Manso era natural de Cangas de Onís, “a la puerta de Covadonga y del Monte Auseva” y ya adentrándonos en la misma, se van sucediendo personajes tales como “Valdesol” comerciantes de carne y muy adinerados que abastecían la capital de España a gran escala, y que “siendo niño de bajísimo origen, había corrido con los pies descalzos en los arroyos sangrientos de las calles de Candelario” y ya que hablamos de tan hermoso pueblo serrano de mis amores, de allí procedía doña Javiera, con carnicería en Madrid, de la dinastía de los Rico, vda. de Peña, cuyos apellidos forma parte de la historia chacinera más importante de Candelario, así que la lectura de esta novela tras regresar del encuentro con los hospitalarios canarios, fue recrearme con escenarios y personajes que forman parte de mi admiración personal.
FUENTE: EL CRONISTA
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