POR ALBERTO GONZALEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ
En la década de 1960 llegaron a Badajoz las motos, y pronto las Guzzi, Vespa, Lambretta, Montesa, Lube, Bultaco, Derbi, Ossa, Rieju, Iso, Setter y otras marcas llenaron las calles, requiriendo la presencia de guardias municipales en los cruces más críticos. El tipo industrial fue el motocarro con caja detrás, muy útil para el reparto por calles estrechas, cuyo modelo más conocido era el Isocarro de la cerveza y las gaseosas. Raras, por no decir ninguna, fueron por aquí las motocicletas con sidecar. Los entendidos, en lugar de llamarlas moto, las llamaban máquina.
La estrella de la época era la espectacular Sanglas, que los pocos que poseían una callejeaban ostentosamente para lucimiento propio y envidia ajena. El expansivo pintor Manuel Fernández Mejías, el sastre Felipe Torvisco, o el deportista Juan Rubio eran algunos. Señoritas de espíritu moderno se sumaron pronto a su uso, aunque al principio solo como paquete.
Las potentes DKW de la Policía Armada y de Tráfico, en servicio desde 1941, causaban admiración. Como las Ducati 200 con las que en 1966 se creó la primera Sección Motorizada de la Guardia Municipal. Los Carmona, Sanguino, Magro o Torres, agentes de gran presencia con sus imponentes cascos, botas altas y chaquetones de cuero, eran sus figuras más destacadas.
Como en el caso de la bicicleta, la proliferación de motos propició la aparición de numerosos establecimientos y talleres dedicados a su venta y reparación. Como Plá, Empresa Fernández, Motos Luis y Badajoz, Salazar, Talleres C. Martín, Parra, Antonio y otros.
Sus usuarios crearon una pujante asociación deportiva y social: El Moto Club, con sede en un chalet situado en la carretera de Portugal, donde hoy se halla Decathlon, cuyos actos rivalizaban en brillantez con los del Tiro de Pichón y complejo Dardy’s, situados enfrente, Hípica Lebrera, y Casino. Sus excursiones motorizadas a Portugal eran legendarias.
En nuestros días los usuarios de moto se dividen en dos especies: el motorista propiamente dicho, educado y cívico, caballero sobre su vehículo; y el motero. El primero utiliza la moto como instrumento de trabajo, deporte o afición; y como tiene vida aparte de la moto, no necesita ir haciéndose notar por la calle a base de ruidos y cabriolas, incordiando a los demás. Frente a él, el motero basa su existencia en el tamaño, ringorrangos, vestimenta y estruendo de su moto. Porque sin eso no es nada. El repartidor escandaloso es capítulo aparte.
Conocidos motoristas de nuestro tiempo, a los que la moto deparó diferentes peripecias, fueron el vitalista gobernador civil Federico Gerona de la Figuera; el concejal Alberto Astorga, o el versátil político Germán López Iglesias, al que la moto permitía gran movilidad.
Inglaterra tiene como lema: «Dios y mi derecho». Entendiendo el derecho de otra manera, el motero actual tiene como incívica norma: «Mi ruido y yo». Y, molestando a todo el mundo, la ejerce a tope.
FUENTE: https://www.hoy.es/opinion/motos-motoristas-20210425003345-ntvo.html