POR BIZÉN D`O RÍO MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE LA COMARCA HOYA DE HUESCA.
Todos los que sobre este santo escribieron coinciden en situar la fecha de su nacimiento en los finales del siglo XI, incluso existe una mayoría de ellos que la fijan en 1080 y parece ser que tuvo lugar su bautismo en la iglesia de San Andrés en la capital madrileña, recibiendo con las aguas el nombre de Isidoro y que por derivación sería llamado Isidro, según nos cuenta Juan Diácono que en el siglo XIII escribió la “Vita Sancti Isidori”, relatándonos en ella la de un hombre ejemplar y bondadoso con los necesitados.
De su primera ocupación laboral sabemos que fue la de pocero, dedicando sus esfuerzos en excavar la tierra para que afloraran las aguas subterráneas, hasta que Alí, rey de Marruecos atacó Madrid en 1110 y tuvo que abandonar la ciudad como otros muchos refugiándose en Torrelaguna, donde entre sus trabajos y oración conoció a la que sería su esposa, María natural de Uceda.
Retornado a Madrid en 1119 estando como jornalero agricultor al servicio de la familia Vargas, estableciendo su morada junto a la iglesia de San Andrés donde asistía a misa todas las mañanas antes de ir a su trabajo, que consistió especialmente en la roturación de la tierra con el arado.
En una vida de trabajo, oración y entrega a los menesterosos, pasó sus días hasta que fallecía después de una existencia terrenal de 90 años, y como pobre de solemnidad era enterrado con sencillo sudario, sin ataúd alguno que protegiera su cadáver en el cementerio de la parroquia de San Andrés. Transcurridos cuarenta años de su muerte, los prodigios obrados por su intercesión corrían de boca en boca, y ante la insistencia del pueblo fue exhumado su cuerpo para darle sepultura dentro del templo, causando general asombro comprobar que a pesar de haber estado en tierra y expuesto a las aguas e inclemencias, su cuerpo seguía entero y de color natural como vivo, un prodigio que se podría comprobar siglos después en cuantas traslaciones se han hecho de su cuerpo.
El rey Alfonso VIII visitó Madrid y los restos de Isidro en 1212 interpretando igual que el pueblo como milagro su conservación, por lo que mandó construir una capilla donando un arca policromada con escenas de su vida para la conservación del cuerpo del santo. Desde ese momento Madrid le consideró definitivamente como su Santo Patrón, a pesar de que no sería canonizado hasta cuatrocientos años después.
Como una reliquia capaz de sanar cualquier mal, fue considerado el cuerpo incorrupto de Isidro y todo el mundo trataba de conseguir algo de este, o bien estar cerca de él en los malos momentos, se sucedían las oraciones, las visitas, como las procesiones sacando sus restos incorruptos cuando en pertinaz sequía los campos se agostaban. Los enfermos pedían trozos de lienzos pasados por sus restos, y los más poderosos, se llevaban trozos de aquél cuerpo santo para tratar de sanar por su intercesión y contacto, tal es el caso de Felipe III que hizo desplazar el cuerpo del santo en litera desde Madrid a Casarrubios del Monte, venerándolo en su dormitorio, sanando milagrosamente. Con Carlos II se puso bajo su almohada un diente arrancado para ver si sanaba, además de numerosos intentos de robos de dedos, brazos, y otros intentos de mutilaciones, en un deseo desenfrenado de contar con una reliquia que aportara una gran protección.
A instancias de Felipe III pronunciaba el Romano pontífice Paulo V la beatificación de Isidro en 1619, un acontecimiento largamente esperado por el pueblo de Madrid, que con grandes festejos lo celebró, en el transcurso de los cuales se inauguraba su Plaza Mayor. Pero en la memoria colectiva del pueblo Isidro era Santo desde el mismo instante de su muerte, si bien, la Iglesia hasta el 19 de junio de 1622 en el que Gregorio XV, junto a Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Francisco Javier, y Felipe de Neri, no efectuaría su canonización.
En Aragón fue respetado el día de su festividad desde tiempos antiguos y curiosa es la tradición que hacía que todo aquél labrador que no guardara este día como fiesta de precepto, si salía a labrar “enrejaba” alguna de sus bestias, es decir, la hería en su pezuña, quedando coja durante largo tiempo. De la devoción de nuestras gentes, baste decir, que en 1915, una noticia era recogida por toda la prensa española, porque, en una población altoaragonesa, bajo un fuerte temporal de lluvia había salido la procesión de San Isidro, protegida la imagen con un paraguas, mientras los labradores que lo acompañaban se ·calaban hasta los huesos.
Santo que protegió campos y cosechas, que trajo el agua necesaria de mayo a los cereales sedientos; patrono de los poceros altoaragoneses que con su invocación perforaron nuestras tierras en busca del agua, un Santo que felizmente, el recordado Papa Juan XXIII lo declaraba patrono de los agricultores de todo el mundo.
FUENTE: EL CRONISTA