«EL PASADO MINERO DE MAZARRÓN ESTÁ LLENO DE LUCES Y SOMBRAS»
Ago 09 2014

MARIANO GUILLÉN RIQUELME CRONISTA OFICIAL DE MAZARRÓN (MURCIA)  Y DOCTOR EN ANTROPOLOGÍA

Mariano Guillén Riquelme, Cronista Oficial de Mazarrón (Murcia). Alfonso Durán/ AGM
Mariano Guillén Riquelme, Cronista Oficial de Mazarrón (Murcia). / Alfonso Durán/ AGM

Es el mejor guía para descubrir el paisaje minero de Mazarrón. El ingeniero, académico y cronista oficial de la localidad, Mariano Carlos Guillén Riquelme (Cartagena, 1958), acaba de volcar parte de sus conocimientos sobre estas explotaciones en una tesis, dirigida por el profesor Klaus Schriewer, que le ha valido el doctorado en Antropología por la Universidad de Murcia. Lleva por título ‘Industrialización y cambio social en Mazarrón. Estudio antropológico de una comunidad minera del siglo XIX (1840-1890)’. De su investigación, que ha obtenido la calificación de sobresaliente ‘cum laude’, parece desprenderse que el llamado esplendor minero se quedó en un espejismo.

-Algunos párrafos de su estudio causan escalofríos, al comprobar las duras condiciones de trabajo en la mina. ¿Cómo marcó esta situación al pueblo?

-La explotación de la clase trabajadora fue, junto a diversos deterioros medioambientales, una de las peores consecuencias del intenso proceso de industrialización que vivió Mazarrón en el último tercio del siglo XIX. Durante los primeros años de ‘boom’ industrial, los más de cuatro mil jornaleros que trabajaban las minas soportaban atmósferas irrespirables, altas temperaturas y deflagraciones;, ni tan siquiera tuvieron derecho al descanso dominical. Tal vez el aceptar la dureza de aquellas condiciones sociolaborales pudo conformar una mentalidad indolente que haya trascendido en el tiempo.

-Su trabajo habla del ‘esplendor minero’ que vivió Mazarrón. Pero ¿benefició a todos por igual?

-El concepto de esplendor minero va mucho más allá de los beneficios económicos; tiene que ver con un drástico cambio cultural que conmovió los cimientos de nuestra villa, hasta entonces estancada en una espiral de sequías, epidemias y despoblación. Rompió una endogamia social de tres siglos; las migraciones aportaron dinamismo a una mentalidad inmovilista que rechazaba los cambios.

-Usted apunta que hubo una parte positiva, porque, por fin, gracias a la industrialización, la localidad alcanzó un cierto estatus. ¿Al final, no fue esa mejoría un espejismo?

-Se vivió un periodo de progreso donde Mazarrón mejoró notablemente su estatus, convirtiéndose en uno de los enclaves industriales más importantes de España. Todo ello conllevó una especie de eclosión social con la inauguración de dos coliseos teatrales, una plaza de toros… Al final, como siempre ocurre, cuando languideció la industria minera, la misma migración que había triplicado la población autóctona buscó nuevos horizontes en otras tierras que brindaran nuevas oportunidades. En ese sentido todo fue un espejismo, pero quizá la minería nos haya dejado un legado material e inmaterial que deberíamos conservar.

-¿Ha constatado en su investigación un cierto sentimiento de desapego entre los mazarroneros a su pasado minero? ¿Hay conciencia de este legado?

-El pasado minero está lleno de luces y sombras. La dureza de las condiciones laborales y los continuos accidentes proyectaron sentimientos de animadversión en gran parte del vecindario. La villa pagó un excesivo tributo a la industria minera, responsable última de la muerte indiscriminada de sus propios hijos y del sacrificio de los más jóvenes, en su mayoría pobres inmigrantes que pertenecían a clases sociales muy desfavorecidas. Quizá la memoria colectiva de la población aún mantenga un cierto sabor amargo que la tradición de padres a hijos ha hecho perdurar.

-¿En pleno siglo XXI, qué puede esperar Mazarrón de su rico patrimonio minero? ¿Es posible compatibilizar la vuelta de las explotaciones con la conservación de este paisaje histórico?

-Las minas son un paisaje cultural de contrastada belleza y acusado simbolismo al que Mazarrón no debe sustraerse. No obstante, la historia nos demuestra que los ciclos de trabajo en las minas nunca se han detenido; el paisaje minero de Mazarrón atestigua esa incesante transformación donde un sustrato se solapa con otro en una interminable sucesión que activa el engranaje industrial. No parece que sea compatible una hipotética vuelta a las explotaciones con la conservación de tan rico patrimonio cultural, pero ¿quién detiene el ‘progreso’ humano?.

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