CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA OFICIALES DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
¿Cómo es posible que durante siglos los habitantes de la Villa nos hayamos podido olvidar del Abuelo Patriarca del lugar: el Río? Pues así es. Él, que es el factor más importante de nuestra existencia, y que en su esencia lleva fecundidad de vida, creando fuerza y energía a las plantas, a los peces y al reino animal, para que multipliquen su género, es el gran olvidado.
Desde muy antiguo el deslizamiento de sus aguas han sido aprovechadas como soporte de medios para el transporte, y en sus riberas surgió el comercio y la prosperidad de las civilizaciones. El río Guadalquivir es un río cargado de historia. Los fenicios, célebres navegantes, codiciosos de las grandes riquezas que abundaban en nuestro suelo, arribaron a la Península por los años 1500 a 1450 antes de Jesucristo, y en su búsqueda penetraron en el interior por Sevilla y Córdoba llegando hasta Cástulo (hoy cortijo de Cazlona, cerca de Linares) y Obulco (Porcuna), donde cambiaban y almacenaban sus mercancías.
Manuel Criado Hoyo en su libro APUNTES PARA LA HISTORIA DE LA CIUDAD DE MONTORO, cuenta que: “Los fenicios explotaron su comercio río arriba del Guadalquivir, hasta los límites que dividen hoy las provincias de Córdoba y Jaén” . Esta divisoria está en Villa del Río, por tanto es obvio que nuestras aguas mecieron y transportaron su civilización.
Más tarde otros pueblos, cartagineses, romanos y árabes cruzaron nuestro solar sin apartarse nunca del río, pues suponía para todos, personas y animales, una fuente de alimentos.
Villa del Río floreció precisamente a la ribera del río Guadalquivir, un manantial productor de riqueza y bienestar continuo y al que aún no se le ha reconocido la importancia que tiene. Primero se construyó el Castillo al margen y próximo a su ribera, como torre vigía para defensa del término y control del transporte de maderas que se hacía río abajo. Más tarde, las Aceñas, en el río, para aprovechar la fuerza de su corriente, y utilizando medios adecuados, triturar los cereales, trigo, cebada, etc. para obtener sus harinas y, modernamente sus aguas se transportan en canales para aprovecharlas en los riegos. ¿Quién da más?
Durante el curso de su dilatada vida, nuestro río Guadalquivir, ha experimentado muchas crecidas, resultado de abundantes lluvias caídas en su cuenca, pero la más conocida y significativa fue la del año 1821, que nos la recuerda precisamente un azulejo que, en una acertada actuación Municipal se puso a la altura que alcanzaron las aguas en el que era Ayuntamiento en esa fecha, y que ha perdurado a través de los siglos, encontrándose actualmente colocado en el bar La Estrella.
Hacia 1940, en mi niñez, se repetían con frecuencia en los inviernos y primaveras grandes crecidas y corrientes torrenciales de agua en el cauce del río, las que en ocasiones llegaron a cubrir los llanos de La Anguijuela y los edificios de las Aceñas, y en otras más frecuentes, y de menos consideración, los puentes del camino de entrada a los molinos árabes, como apreciamos en la foto. Cuando estos fenómenos se producían la corriente del agua en su desesperada carrera arrasaba las orillas y en ocasiones se llevaba parte de la arboleda que cubre la ribera y su riqueza piscícola, la que transportaba con turbulencia en su rosadas, turbias y borbollantes aguas. Hoy día ya no se producen estas crecidas por estar almacenado su caudal de agua en el pantano Las Yeguas.
Hay un refrán, que dice, que después de la tempestad viene la calma, y es verdad, pues cuando estas inundaciones se producían, todos los terrenos que antes habían sido anegados, después de retirarse las aguas, ofrecían el aspecto de un manto de lodo que se resquebrajaba y su lecho había recibido una cubierta de fértil limo muy rico para futuras siembras.
En 1960 se funda la Cooperativa de Regantes san Rafael, presidida por Rafael Castro Borrego, que gestiona la magistral obra de elevar las aguas del Guadalquivir hasta el nivel de la ermita de nuestra Patrona y desde allí distribuirlas a las tierras cerealistas en una extensión de 873 hectáreas que beneficia enormemente al término de Villa del Río y también a los pueblos vecinos de Bujalance y Lopera, lo que produce un fuerte aumento en la producción agrícola y en la mano de obra.
La citada Cooperativa san Rafael, en su afán de ayuda y modernización de nuestros campos, pone en marcha una iniciativa mucho más ambiciosa, y en 2003 bajo la presidencia de José Manuel Soriano Pérez-Villamil, inicia un proyecto de transformación en el suelo del olivar que culmina con la instalación de una gigantesca alberca para almacenamiento de agua en el pago de La Heredad, y lleva el riego con este líquido elemento a los pies de 180.000 plantas de olivar. Esta magna obra abarca una gran extensión de terreno en los mentados términos y es otra gran inyección de riqueza que proporciona el silencioso y desatendido río Guadalquivir que, no obstante, continua generosamente entregándonos el más preciado bien de los elementos terrenales, el agua.
Otro refrán dice que, “el burro que más trabaja peor aparejo lleva” y yo me pregunto ¿ha sido alguien más desatendido que el río Guadalquivir a su paso por Villa del Río? Amigos todos, pueblo en general y a los que han tenido y tienen responsabilidad municipal, no podemos olvidar la gallina de los huevos de oro, muy al contrario, estimo que debiéramos hacer un gran esfuerzo de imaginación e inversión para salvar el río y su entorno.
Desescombrarlo, limpiarlo y hacerle una planificación de jardinería en su ribera dotándolo de mobiliario urbano, es nuestra tarea. El pueblo no puede estar de espaldas al río, aunque así haya estado muchos años y así lo hayamos recibido. Por ética, estamos obligados a modernizarlo, es decir: hay que maquillarlo, exponerlo a la población para que lo conozca y contemple. Moderando la altura de la arboleda en el margen izquierdo de su corriente y abriendo un gran balcón a la altura del castillo para que desde ahí se pueda ver la entrada del río y recibirlo con regocijo y honores. Construirle un paseo ribereño y dotarlo de bancos, desde donde poder contemplar el paisaje y la llegada de sus beneficiosas aguas.
El río, el gran olvidado, no podemos dejarlo en la indiferencia, él nos da continuamente más que recibe, seamos generosos con él y mirémosle de frente, reconozcamos nuestra miopía ante los beneficios que recibimos y pongamos en marcha un plan ecológico y de ocio que deslumbre en nuestro entorno, reconociéndole su justa contribución como faro del progreso y bienestar de nuestro pueblo.
FUENTE: CRONISTAS