POR ANTONIO LUIS GALIANO PÉREZ, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA (ALICANTE)
No sé, qué pensarían aquellos paisanos nuestros de antaño sobre la situación actual, en referencia a las donaciones en vida o tras la muerte. Todo ello debido a los impuestos repetitivos que las condenan y que dan lugar, muchas veces, a que los beneficiarios no puedan ver culminado el acto de alcanzar la posesión del bien donado, por falta de liquidez económica o teniendo que renunciar a aquello que le pertenece como herencia de sus progenitores. Ahora bien, si buenamente se dispone de peculio, al final quien se ve favorecida es el fisco a través del pago de impuesto, que se acompaña con la bandera demagógica de que “hacienda somos todos”. A pesar de que, el bien donado fue conseguido con el sudor del que lo dona. A todo ello habría que añadir la circunstancia desigual entre unos lugares y otros, que ha ocasionado la emigración de los donantes hacia aquellas regiones que se benefician con un impuesto menos agresivo.
Sigo dando vueltas al asunto. Y me mantengo en aquella duda, sobre qué pensarían nuestros antepasados por todo lo que hoy conlleva una donación.
Es curioso que también tendrían dificultades para comprender algunas donaciones que hoy se producen o se pueden llevar a cabo. Así, encontramos las de ropa, libros, cuadros, e incluso unos cuantos euros. Recuerdo dos películas referentes a este asunto: una en plan jocoso, “El donante” en la que Tato Montini, presentador de un programa de radio interpretado por Andrés Pajares, decide donar su pene tras la muerte. Y lo materializa con tan mala fortuna que, cuando llega su óbito va al cielo y allí se encuentra en un paraíso lleno de mujeres hermosas. Sin embargo, no puede disfrutarlo en plenitud por haber dejado en la tierra su miembro viril como donación. Al margen del humor, en un tono más serio es la otra película, “La donante”, en la que la protagonista consigue un trasplante de hígado de manera ilegal e intenta detener a la banda criminal que se lo facilitó.
Sigo pensando que, aquellos oriolanos de mitad del siglo XVIII no entenderían que se pudiera donar sangre, cédulas madre, óvulos y semen, que en principio suele ser voluntaria. Pero, en muchas otras ocasiones es pagada como un servicio.
Aquellas personas de hace casi 54 lustros, seguro que sí sabían o eran informadas en su momento sobre lo que significaba una donación a tenor del “Diccionario de Autoridades” de 1732. En él se definía como un contrato público por el que una persona traspasa algo a otra graciosamente, o sea sin interés o contraprestación, bien en vida o una vez fallecida mediante sus últimas voluntades.
En el primer caso, es el de Josepha Santos, esposa de Ricardo Zafra del cual no se conocía su paradero desde hacía tiempo, que el 20 de febrero de 1753 donaba a Mónica, su única hija, una almazara de aceite construida en la hacienda de su abuelo Monserrate Zafra. El cual al fallecer se la otorgaba a su nuera por el crédito que tenía contra la herencia de éste. Así mismo, le donaba también una yegua y todos materiales de dicha almazara, que tenía como carga un censo con el Convento de San Agustín de nuestra ciudad.
FUENTE: INFORMACIÓN
Con el acto notarial que se efectuó en aquella fecha ante Bautista Alemán, Mónica, previa licencia de su marido Antonio Pérez, se constituía como heredera y ambos aceptaban y tomaban posesión de los bienes indicados, con la obligación de atender el censo a favor de los agustinos, comprometiéndose a no revocar posteriormente lo estipulado en la escritura. Sin embargo, a pesar de que se hablaba que la donación era graciosamente, se establecía una contraprestación que consideramos lógica: durante la vida que restase de la otorgadora, una vez que dejaba el derecho
de posesión a su hija, ésta se comprometía a alimentarla y vestirla, y que una vez fallecida debía de cubrir los gastos de su funeral y obra pía.
Así, de esta forma tan sencilla se resolvía la donación, con la presencia de los testigos que, en esta ocasión fueron Francisco Belmonte y Joseph Santa Cruz de León y Bautista Alejandro Alemán, que firmó por los interesados al no saber escribir estos.
Si ahora fuese así, tal vez nos ahorraríamos de pagar tanto, e incluso no tener que emigrar a otras poblaciones para abonar menos.