POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRON, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS).
(Dedicado a los amantes defensores de nuestro Patrimonio Cultural)
El presente artículo no pretende ser otra cosa que una guía eficaz para realizar en una o varias jornadas un Recorrido Histórico-Artístico por la ciudad de Telde.
Soy consciente de sus limitaciones, marcadas por el espacio que aconseja una publicación de este tipo, pero si he logrado interesar al lector en el tema y enseñarle a amar nuestra urbe, me sentiré plenamente satisfecho. Sentimiento que me embarga al comprobar el creciente interés que suscita este tipo de actos en la ciudad de los Faycanes. Hecho que no fuimos capaces de prever cuando en 1980 comenzamos a realizarlo. Hoy más de 40.000 personas han vivido y sentido la Historia de Telde, recorriendo sus ancestrales y laberínticas calles, desde donde cada piedra y cada balcón hablan por sí del ayer, del hoy y del mañana.
Telde está situada en el nordeste de la isla de Gran Canaria y a sólo 13 kilómetros de su capital. Se encuentra enclavada en una gran campiña llamada por su fertilidad y extensión, La Vega Mayor, conocida por sus numerosos productos tales como plátanos, naranjas, pepinos, flores, plantas ornamentales, tomates, pimientos, caña de azúcar, etc.
Todos los estudios que sobre el nombre de la ciudad se ha llevado a cabo coinciden en afirmar su derivación del vocablo aborigen Telle, cuyo significado sería zona rica o fértil a los que algunos le suman lo de en higueras. Se sostiene esta teoría a través de los años y se afianza aún más, ya que este árbol ha sido representativo de los campos que circundan la ciudad. Así, La Higuera Canaria es el nombre con el que se denomina a un barrio, en donde este frutal está presente.
Introducción histórica
Según el profesor Antonio Rumeu de Armas esta ciudad fue fundada por Orden Pontificia, allá por la mitad del S. XIV, cuando se establecieron en esta zona unos frailes menores mallorquines que le dieron, según voluntad papal, el título de Ciudad y Sede Episcopal. Por ello reza en su escudo Fortunatarum Prima Civitas et Sedes (La Primera Ciudad y Sede de las Islas Afortunadas). El tiempo pasó y Telde quedó olvidada para la Historia en los polvorientos Archivos Vaticanos. Ya en 1483, después de la conquista de toda la isla por los castellanos, se funda definitivamente Telde, asentándose en ella los caballeros de la Real Hermandad de Andalucía, entre otros muchos Ordoño Bermúdez, Pedro de Santi-Esteban, Hernán y Cristóbal García del Castillo, además de los castellanos Palenzuela y el extremeño Jaraquemada; no tardando en florecer, debido al tesón de sus hijos y a la fertilidad de sus campos.
Lugares que recomendar visitar
Este capítulo se abre con el temor de quien escribe, pues es consciente de omitir mil y un detalles, pero es tributo que debemos pagar por lo abreviado que debe ser este artículo. Toda la ciudad, que lleva desde hace siglos el título de Muy Ilustre y Hospitalaria, es digna por igual, de ser visitada a lo largo y a lo ancho, pero sin duda alguna, tres barrios llamarán nuestra atención: el histórico y colonial San Juan; el relicario del pasado que es San Francisco y el populoso, trepidante y mercantil de Los Llanos de San Gregorio.
Barrio de San Juan
Núcleo fundacional de la ciudad que surge en torno a la iglesia del mismo nombre. Es un lugar privilegiado, en su Plaza y Alameda, enclave urbanístico de notable importancia, en ella podemos ver las casas más nobles de la urbe, en donde la cantería gris de Arucas, la parda de Tara, la cal del Sur de la Isla y las labores de carpintería pintadas siempre de verde, ofrecen una hermosa estampa, sintiéndose la Historia cada vez más viva.
Recorriendo con nuestra vista todas las construcciones que arropan este bello rincón, llegamos a la llamada Plaza de Arriba y en ella dos edificios nos llamaran la atención: La casa de los Ponce de León, hoy Archivo Parroquial, posee una portada que da fe de una forma de hacer propia de Gran Canaria. La cantería envuelve la entrada principal, prolongándose hacia el piano nobile, formando también el vano de la ventana estableciendo un sólo cuerpo de piedra y, entre los dos planos, el ingenio del labrante ha colocado dos cabezas de cisnes a ambos lados, dándole así mayor gracia. En el interior del edificio anteriormente citado, podemos deleitarnos con El Simancas de Canarias en donde, debido a los desvelos del historiador Dr. D. Pedro Hernández Benítez, se guarda en ordenados volúmenes toda la historia de la ciudad. Pero, sin duda alguna, lo que atrae a todos los visitantes es la Iglesia Matriz, hoy convertida en Basílica Menor de la Cristiandad.
Este templo fue construido por la familia García del Castillo tan pronto como se fundó la ciudad. Hoy, después del paso de los años, luce todavía su portada soberbio ejemplar de la arquitectura gótica sevillano-portuguesa. En ella podemos detenernos un instante y ver como el artesano dejó plasmada en la piedra toda suerte de elementos tardomedievales (pequeñas esferas a imitación de cascabeles que han dado en llamar: Bolas de los Reyes Católicos, alfiz árabe, bestiario, etc.) No debiendo olvidar los detalles de la puerta hecha hace tres siglos con pinos de Tirajana, en donde los herrajes son muestra de la labor de la fragua del Reino de Valencia. En su aldabón queda constancia del año de fábrica de esta última, 1706. Pasando al interior, mil y una obras de arte son muestra de su rico ajuar, pero aquí sólo recalaremos en las más importantes.
1) El Santo Cristo de Telde, también llamado Santo Cristo del Altar Mayor.
Se encuentra en la ciudad antes de 1555. Está realizado según técnica indígena por los indios tarascos del Michoacán (México), los cuales hacen una pasta de mazorca de maíz con la que modelan las figuras, por ello solo pesa 6,5 kilogramos, aunque su estatura es de 1,80 metros. Su carácter acartonado no le resta belleza. Los teldenses le han tenido gran devoción, la cual aún hoy se conserva.
El madero o cruz fue recubierto de plata en el siglo XIX, gracias a la donación que, a favor de la Santa Imagen hizo doña María Encarnación Navarro (para un mayor conocimiento del tema, ver obra del Dr. Martínez de la Peña y González: Los Cristos Mexicanos en Canarias – II Coloquio de Historia Canario-Americana).
2) Retablo Gótico-Flamenco.
Según el Marqués de Lozoya se trata de la obra más preciada de cuantas existen en el Archipiélago Canario. Se encuentra formando parte del retablo del Altar Mayor, que lo envuelve en el más puro estilo Barroco. Fue traído de Flandes seguramente de la región del Bruselas por encargo de Cristóbal García del Castillo. Ya consta como adquirido en 1516. Es un políptico tallado todo él en madera sobre dorada y nos muestra escenas de la vida de la Siempre Virgen María, en número de seis.
(Mayor explicación, ver obra del Dr. D. Pedro Hernández Benítez: Telde. Sus valores arqueológicos, históricos, artísticos y religiosos).
Recientemente la Basílica de San Juan ha recuperado una pieza clave de su ajuar El Tríptico flamenco de la Virgen. Dicha obra pictórica, de indudable valor artístico, consta de cinco escenas realizadas sobre tabla, representando los siguientes motivos:
a) La Adoración del mesías por los pastores.
b) La Epifanía o adoración de los Reyes Magos.
c) La Anunciación del Ángel a María.
d) La figura del Evangelista relator de los hechos.
e) San Cristóbal.
Debemos apreciar la armónica composición de volúmenes arquitectónicos y personajes, el valor del paisaje, el gusto por la arqueología presente en columnas toscanas y obeliscos egipcios, la gracia para lo anecdótico representada en el pequeño can que nos introduce en la tabla principal, la sutileza de la faz de Nuestra Señora, su cabello dispuesto en simuladas ondas y la búsqueda de lo mágico en los cielos abiertos cuajados de ángeles. Todo ello unido a sus nobles proporciones nos permiten afirmar que se trata de uno de los más bellos ejemplos de factura flamenca que poseemos en Canarias.
Dicho Tríptico fue traído de Flandes por Cristóbal García del Castillo (antes de 1538), quien lo guarda en su casa hasta que por deseo testamentario pasa a este templo. De aquí partirá de nuevo a mitad del siglo XIX hacia la casa de los Castillo Olivares hasta que, por interés de la IV Marquesa del Muni doña María del Pino de León y Castillo y Manrique de Lara, fue nuevamente donado a la iglesia matriz teldense, después de ser restaurado en el Instituto de Restauración del Cabildo Insular de Gran Canaria por el equipo Moisés-Leal. Gracias a las investigaciones llevadas a cabo por el Dr. D. Matías Díaz Padrón, hoy sabemos que fue realizado en la región de Liéja por Lambert Lombard.
3) Retablo Mayor.
Ya hemos comentado algunos aspectos del mismo. Obra del Barroco llamado de retorno, fue estudiado con esmero por el Dr. Alfonso Trujillo en su obra El Retablo Barroco en Canarias. Con posterioridad nosotros hemos descubierto que se trata de un bello ejemplar de retablo con estípites realizado por el maestro Nicolás Jacinto, autor entre otros retablos del también Mayor de la iglesia capitalina de San Telmo.
4) Obras de Luján Pérez.
Este escultor o tallista guiense trabaja en Las Palmas de Gran Canaria entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX. Y, aunque por cronología coincide con la fiebre neoclásica, en sus obras escultóricas sigue palpitando su corazón barroco; así lo muestra en el dolor de sus vírgenes, los cuerpos lacerados y crucificados del Salvador o los paños y túnicas al viento de santos de la más variada advocación. De su factura existen en este templo varias tallas, siendo tal vez la más representativas un San Pedro Mártir de Verona y la de San Juan Evangelista; la primera, en una hornacina del Retablo Mayor. Pero no debemos olvidar la imagen del Cristo de la Sacristía Mayor o la del Patriarca San José en la capilla de la misma advocación, San Juan Bautista copatrono de la ciudad ha pasado por ser obra suya pero hoy sabemos que fue realizado por su discípulo, el orotavense Fernando de Estévez. Por último, admiraremos una de sus obras magnas, Nuestra Señora de La Soledad, imagen de vestir de conmovedores rostro y manos.
5) Capillas.
Deben formar capítulo aparte, pero sólo vamos a hacer hincapié en las tumbas de gentiles hombres, beneficiados y terratenientes que, junto con su oscuridad, dan a estas dependencias un aire de recogimiento que a más de uno le lleva a la meditación. Están todas ellas cubiertas con ricos artesonados, muestra palpable del quehacer de la población morisca, tan abundante como laboriosa en esta ciudad, donde se les recuerda en alguna estrecha calle como la de Berbería. Pero no bastando con sus orientales artesonados, se nos presentan sus retablos; unos, en madera sobredorada como el del Rosario; otro, en cantería policromada y grandes lienzos como el que luce la inigualable capilla de San Ignacio de Loyola.
El tiempo se nos echa encima, aunque no debemos abandonar el templo sin antes detenernos y así deleitarnos con el camarín de la Virgen del Rosario, en donde la plata y el oro, pasando por los sutiles bordados, se entremezclan hablándonos de años de vocación mariana y muestra del rico comercio de materiales preciosos que venían de las Indias de su Majestad, como son las múltiples piezas de orfebrería de Colombia, México, Venezuela, etc. Todas ellas guardadas en las vitrinas de este sancta-sanctorum creado gracias a la iniciativa de su antiguo párroco don Teodoro Rodríguez y Rodríguez.
Dejando atrás cientos de detalles, vemos la Capilla Baptismal decorada toda ella con frescos de Jesús Arencibia, realizados en 1948. En el centro de este recoleto lugar, la pila de cristianar, realizada en la ciudad de Génova en el blanco mármol de Carrara sobre la centuria XVII. Y ya a los pies del templo, tres lienzos de grandes dimensiones y temas bien diferentes: Visión mística de San Bernardo, Descanso en la vuelta de Egipto y Cuadros de Animas Purgantes, siendo los dos primeros de escuela madrileña y del siglo XVII.
Otra vez en la plaza de San Juan y sólo a unos pasos, el busto del Dr. Gregorio Chil y Naranjo, fundador del Museo Canario y uno de los hijos más preclaros de la ciudad. Nuestra vista nos hace recalar en la Alameda, lugar de delicias y sosiegos, en donde el tiempo ha quedado estancado en las bellas construcciones que la bordean, pero entre todas ellas, es la Casa de León y Joven, junto al busto de don Fernando de León y Castillo, la que nos atrae con mayor fuerza. Balcones con celosías, reminiscencias moras que en construcciones posteriores han sido imitadas, pero sin conseguir su gracia y prestancia. Este edificio muestra la nobleza por sus proporciones y hoy recuerda un pasado glorioso que carga de historia sus muros, los cuales, cobijaron, según falsa leyenda local, la augusta figura del emperador Maximiliano de México cuando, como pretendiente al trono de Mochtezuma, pasó por las Islas.
Siguiendo nuestro recorrido caminamos por la calle de la Cruz, que en otros tiempos llegaba a los ingenios de azúcar; doblamos por el callejón del Duende y de pronto la Casa-Palacio Condal de la Vega Grande, prototipo de casa-hacienda o casa de terratenientes.
Dos portadas muestran su fachada principal, que no dan a calle alguna; la más noble es un bello ejemplar de la arquitectura civil de los primeros años de la post-conquista, cuando era muy importante dejar constancia de la hidalguía de los moradores de la mansión.
Por ello, muestra un arco sogueado de medio punto, todo él de cantería gris, rematándolo un escudo con las armas de los Ruiz de Vergara, sus primeros señores. La segunda, mayor en proporción, pero no en belleza, queda más baja y la sillería que la compone, a forma de dintel, es irregular y de tosco acabado. Este edificio es, de entre todos los particulares de la vieja ciudad, el de mayores proporciones.
Ahora seguiremos por la calle del Conde hasta su confluencia con la de Juan Carlos I, antigua calle Real, y se nos sobrecoge el corazón. Ante nosotros, la reconstruida y rehabilitada Iglesia Hospitalaria de San Pedro Mártir nos saluda. Desde 1850 hasta el 2000, sólo paredes y arcos ojivales quedan en pie. Era el esqueleto del templo que tal vez guarda los restos de Inés de Chemida, la más noble de cuantas hijas ha tenido la ciudad y creadora del primer hospital, que en el mundo se levantara para curar las enfermedades venéreas que, junto con la gloria, Castilla se trajo de América.
Muy cerca del otrora viejo y ruinoso templo hoy rebosado en extremo, la fértil y frondosa Vega Mayor. Ahora, el blanco de las casonas se transforma en el verde del platanal y como espíritus de canarios gigantes apuntan hacia lo alto delgadas palmeras. Esas plantas tan características de estos contornos, las cuales a los ojos del visitante se les presenta como estampa de Tierra Santa y así el poeta ha dejado escrito en sus versos: Telde… Jerusalén de Canarias.
San Francisco
Siguiendo nuestro caminar junto a un rudimentario acueducto, que al paso de sus arcos acelera nuestro corazón, subimos y subimos, entre el tapiz siempre verde de las huertas bien cultivadas, al Altozano de Santa María, hoy más conocido por San Francisco. Barrio de casas pequeñas, encaladas, con cubiertas de tejas a dos aguas, puertas y ventanas verdes, calles empedradas llenas de encanto, de paz, de sencillez, de armonía…
Paz y sosiego al llegar a las puertas de su Iglesia Conventual de portada neoclásica. Aquí, no sólo se siente la Historia, sino que se palpa toda esa Historia –el pasado, el presente, el futuro– y así recordamos como en el siglo XVI, sólo a pocos años de la Conquista, se levanta en este lugar una pequeña ermita bajo la advocación de Santa María de La Antigua y, más tarde, llegado el siglo XVII, se establecen aquí los hijos del Pobrecillo de Asís, fundando el convento que lleva el nombre del santo italiano.
Este cenobio no sólo sirvió para la vida puramente monástica, sino que se utilizaron sus dependencias como talleres para realizar libros miniados y también escuela (de moral, ética, filosofía, latín, etc.), en donde muchos se formaron, como fue el caso del historiador y preclaro hijo de nuestra ciudad Tomás Arias de Marín y Cubas. En 1836 fue desamortizado por la célebre ley de Mendizábal, aunque no consiguió el barrio olvidar a sus frailes y, hoy como ayer, siguen unidos a esta orden, a través de la llamada Orden Tercera Franciscana.
1) La Iglesia Conventual.
Muy sencilla. Se compone sólo de dos naves, siguiendo el esquema típico de las capillas-iglesia de convento. Junto a sus muros laterales algunos retablos y entre ellos, tres de cantería sobrepintados, con gran policromía e ingenua composición y temática. Todo ello nos hace recordar gustos americanizantes, patentes mil veces en las misiones de Guatemala, Honduras o México. De este mismo estilo es la puerta que, junto al Altar Mayor, da paso a una dependencia contigua. Está realizada a base de casetones, todos ellos decorados con girasoles, en donde el espíritu de la Orden se pone de manifiesto.
2) Cuatro tallas o imágenes deben de ser admiradas.
a) San Francisco: obra, seguramente del siglo XVII. Realizada en madera policromada y bien conservada. En ella el oro que la envuelve deja constancia de unas manos prodigiosas.
b) Cristo de la Agonía: talla de tamaño natural con gran expresividad y patetismo extremo en su rostro.
c) Virgen de Santa María de La Antigua: hecha de humilde terracota y muy pequeñas proporciones, es anónima. Su factura no es muy depurada. Tal vez su valor artístico sea muy poco, pero éste se ve, sin duda alguna, sobrepasado por el valor histórico, ya que se trata de la imagen primitiva de la ahora desaparecida ermita.
d) San Antonio de Padua: de gran belleza por su profusa decoración de rico estofado dorado. Es también obra del siglo XVII.
Salimos al exterior y doblando la primera de las cien esquinas que conforman el tortuoso entramado de sus calles, seguimos nuestro andar. Todas estas empedradas rúas fueron recogidas en el plano que en el del siglo XVI, realizara el ingeniero italiano por orden del Rey Felipe II. Hoy estas calles se conservan fieles a su primer trazado. Caminando despacio llegamos al mirador, antiguamente conocido por Plaza de los Romeros. Bajo nosotros, otra vez, el rico platanal y de bellos cítricos, el milenario barranco y allá, sobre los riscos, los poblados aborígenes de Tara y Cendro, que nos traen a la memoria nombres, hechos y datos del pueblo aborigen, recordando la canción… Raza que murió en la Historia para vivir en la Leyenda.
Seguimos ahora a lo largo de la calle Portería, casas y tapias con almenas. Hace solo treinta años que nos acompañarían las acequias, con el musical paso de sus aguas. Hoy ya no están y el empedrado ocupa sus antiguos cauces hasta llegar a la calle de las Carreñas. Volvemos a bajar y luego a subir hasta la entrada del barrio, hoy salida, y en frente, sólo cruzando la calle, la casa de los León y Castillo, hoy dedicada a museo leonino, guarda todas las condecoraciones, objetos diversos (cartas, fotografías, grabados, planos, etc.) que en vida pertenecieron al ilustre teldense, nacido allí en 1842, llegando a ser Diputado en Cortes, Abogado, Ministro de Ultramar, Embajador de España en París y por méritos propios, primer Marqués del Muni. El edificio se conserva muy bien y entre todas las dependencias una, la cocina, tiene un cierto sabor nostálgico que llena de ternura a cuantos la ven. Con esta visita a la casa del patricio teldense damos por finalizado nuestro recorrido a la parte monumental de la ciudad, pero sin olvidar que otros lugares nos aguardan.
Los Llanos de San Gregorio
Para llegar a Los Llanos de San Gregorio, actualmente zona comercial, con vida trepidante y bulliciosa, hay que ascender desde las Cuatro Esquinas por las calles Julián Torón, Pérez Galdós y Avenida de la Constitución. Pero mucho antes de llegar, se presenta majestuosa ante nuestra vista la iglesia de San Gregorio Taumaturgo, que con su traza neoclásica es el centro neurálgico de este populoso barrio de comerciantes.
Para recordar sus orígenes nos tendremos que remontar a los primeros lustros de la postconquista, cuando un rico terrateniente, apellidado Palenzuela, manda construir una pequeña ermita para que sus jornaleros que cultivaban en la zona la caña de azúcar no tuviesen que bajar hasta San Juan para oír misa los domingos y demás días de precepto. Pero los siglos pasan y la población aumenta.
A los primeros campesinos de origen andaluz y portugués se unirán más tarde, negros y berberiscos. Así lo recuerda el pueblo al denominar a una de sus calles Berbería. Siglo tras siglo, la vocación mercantilista se va denotando en el ya populoso barrio que surgió en torno a aquella primitiva ermita. Y así, a finales del siglo XVIII, se decide levantar otro templo en el mismo lugar. Para ello, el arquitecto don Diego Nicolás Eduardo, que a la sazón dirigía las obras de la Catedral de Santa Ana de Las Palmas de Gran Canaria, diseña los planos del nuevo templo y para estar acorde con los tiempos, nada mejor que un edificio neoclásico. Muchas veces se le ha denominado frío y austero, pero en su falta de decoración y en su frialdad aparente es donde se muestra el nuevo gusto por lo clásico.
Detengámonos en el templo, pues vale la pena. Su fachada-pantalla es bien sencilla. Todo es equilibrio y sobriedad. Los vanos o huecos de puertas y ventanas se distribuyen muy simétricamente y coronando su parte central, un frontón semicurvo. Es esta iglesia de tres naves, siendo la central el doble de ancha que las laterales y éstas algo más bajas que la principal. El transepto está marcado por pilares cruciformes y una noble cúpula.
En el interior podemos admirar tallas de indudable valor artístico, unas por su antigüedad y otras por su factura. Al grupo de las primeras pertenece un San Blas que se encuentra en el retablo de la Purísima Concepción, situado cerca de los pies de la nave colateral izquierda; esta escultura del santo salva gargantas es la talla primitiva que en el siglo XVI estaba bajo la advocación de San Gregorio, pero a principios del siglo XIX fue sustituida por otra realizada por don José Luján Pérez, convirtiéndose San Gregorio en San Blas por la conveniencia de no tener dos tallas del mismo patrono, aunque, para ello, fue retocada la mitra episcopal. Pero sin duda alguna, las tallas lujanescas de San Gregorio y posiblemente la de San José son las más interesantes de cuantas conserva esta iglesia.
San Gregorio Taumaturgo es, como otras tallas salidas de las manos de Luján Pérez, muestra de la depurada técnica que poseía el imaginero guiense. En ella podemos apreciar el derroche de pliegues, la grandilocuencia y altanería lograda en la cabeza y la casi sublime postura con que el santo se llena de gloria. Esta talla hoy se encuentra en el retablo mayor en su extremo izquierdo, aunque antes estuvo durante varias décadas en su nicho central, este lugar era mucho más idóneo por su efectismo casi teatral.
La otra talla atribuida a Luján es el Patriarca San José, aunque de técnica más pobre, ya que los pliegues de sus ropajes son de tela engomada, la figura no deja de ser digna de la presumible paternidad de dicho escultor. Ha variado mucho a través de los años su posición en el templo, ahora está colocada en el extremo derecho del Altar Mayor.
En la cabecera de la nave derecha hay otro retablo esta vez sin policromar en donde un bellísimo sagrario sobredorado guarda al Santísimo y en la también cabecera, pero esta vez de la nave izquierda encontramos otro retablo también sin policromar que entre otras imágenes muestra a Nuestra Señora de los Dolores, la gran devoción mariana de este templo, realizada por el ilustre hijo de este barrio e insigne imaginero Silvestre Bello, que la donó a la parroquia en la segunda mitad del siglo XIX.
Debemos fijarnos en los numerosos retablos de traza neoclásica todos ellos, remodelados no hace más de sesenta años, por el pintor y escultor teldense José Arencibia Gil. Al salir del templo nos encontramos en medio del ruido de los coches y el trajinar de las gentes. Recorriendo el barrio, vemos edificaciones de todo tipo. Salpicado por todas partes, el historicismo de finales de siglo del XIX y principio del XX se hace notar. Son casas de dos plantas con labor de cantería en puertas y ventanas realizadas bajo arcos de medio punto y desarrolladas en altura. Edificaciones de la burguesía mercantil que, al amparo de los mercados populares nacidos a la sombra de los laureles de la plaza cercana, establecían sus comercios, ejemplo imborrable de hombres emprendedores, llenos de habilidad mercantil. Si queremos ver unos ejemplos muy significativos, sólo una vuelta por las tortuosas calles del barrio será suficiente.
Y, después de saborear el arte burgués del XIX, tenemos que perdernos por los mil y un callejones la mayor parte de ellos con entrada, pero sin salida. Ahora nos espera el Telde ancestral y aborigen. Para ello es menester decidir a qué lugar se quiere ir. Escojamos según nuestros gustos, tengamos presente los factores tiempo y distancia; pero si el primero nos sobra y la segunda no nos alarma, yo les aconsejo visitarlos todos.
Tara, Cendro, Bailadero, Cuatro Puertas y Tufia
En cada uno de estos yacimientos arqueológicos podemos descubrir un mundo en donde la leyenda, el cuento y la historia se aúnan para llenar de misterio sobrecogedor a cuantos se acercan a ellos. En la antigua carretera de Telde a Ingenio encontraremos la montaña de Humiaga con su santuario de Cuatro Puertas en la cumbre. Podemos llegar a ella por carretera de fácil acceso. Pero debemos caminar algo para conseguir entrar en el Santuario. Describirlo aquí es labor ingente, por ello recomendamos el libro de Berthelot, Antigüedades Canarias, en sus doctas páginas encontrarán el hondo significado religioso que ante nosotros está petrificado.
Cueva de Cuatro Puertas o lugar de reunión de los sacerdotes. Abierta al norte, desafiando alisios perennes. Al sur, las cuevas de los Pilares, seguramente cenobio o habitáculo para sacerdotes. Y en la cumbre, entre Cuatro Puertas y la Cueva de los Pilares, el altar en forma de disco solar. Desde aquí podemos divisar, allá a lo lejos, junto al mar, el poblado aborigen de Tufia con sus construcciones de piedra seca que han superado los años con gracia casi inmortal. Y también vemos Tara y Cendro junto al barranco de Telde y el Bailadero o Baladero de las Cabras, a los pies del Convento de San Francisco. Y cuando ya nuestra vista ha recorrido todos estos lugares, comprendemos la grandeza de esta ciudad y pensamos que muchas cosas se nos quedan sin ver: ermitas, norias, molinos, las casas de los poetas…
Y ahora sí, ahora comprendemos la primera de las palabras que reza el lema de su escudo: Prima, que quiere decir la primera, la más importante. Y es que, si conoces Telde, has conocido un bello y apasionante resumen de la Historia de Canarias.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/05/19/316.html