POR FRANCISCO SALA ANIORTE, CRONISTA OFICIAL DE LA CIUDAD DE TORREVIEJA (ALICANTE)
Aquel 11 de mayo de 1884, además de las personalidades llegadas a la estación de Orihuela procedentes de Alicante, otra comisión, encabezada por el presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo salió de Murcia a las nueve de la mañana en dirección a Orihuela entre una nutrida concurrencia que acudió a despedirle. En las estaciones de Zeneta y Beniel se saludó al tren con los acordes de la Marcha Real y con disparo de fuegos artificiales. Le acompañaban su hermano Emilio, director de Obras Públicas; Luis Silvela, hermano del que fuera fundador de la empresa de Ferrocarriles Andaluces y a la sazón ministro de Gracia y Justicia, Francisco Silvela; el Marqués de Loring, y otras personalidades de la vida pública y del Consejo de Administración de la empresa de ferrocarriles, ingenieros y periodistas.
A la llegada de las dos comisiones a la estación orcelitana, en el andén tuvieron lugar diversas ofrendas labradores y huertanos; oficiándose una misa por el obispo Guisasola en un altar erigido para la ocasión, teniendo lugar a continuación la bendición de la estación y las locomotoras, todo ello engalanado con vistosos motivos florales y con las banderas francesa -por estar formada la compañía de ferrocarriles con capital francés- y española.
La Marcha Real, ejecutada por una banda militar, anunció la presencia en la estación de Orihuela del tren que conducía al presidente del Consejo de Ministros, el cual fue saludando por todos los concurrentes y con los vítores de la multitud, que aclamó también al rey con entusiastas vivas.
Cánovas del Castillo ostentaban en su pecho la banda de la Legión de Honor, y así bajo del choche, besó el anillo del obispo, y después, con el resto de autoridades y corporaciones allí reunidas, se dirigieron a un altar, levantado en las inmediaciones de la estación, bajo un templete, procediendo el prelado diocesano a bendecir los carruajes que habían de recorrer el ferrocarril.
Después de una breve recepción en e palacio del obispo, los invitados se trasladaron al claustro del colegio de Santo Domingo, en donde estaba previsto realizar el almuerzo, confeccionado a tal efecto por el hostelero alicantino Pedro Bossio. A las 12,30 tomaban posesión de la mesa, dispuesta para más de 300 invitados, todos los comensales, de rigurosa etiqueta. Bajo las columnas la banda de música de Orihuela, a la que se sumaban otras dos de bandurrias y guitarras, amenizaron el ágape.
A la hora del brindis, abiertos por el Conde de Camondo, continuados por los demás invitados y cerrados por el señor Cánovas, se hicieron votos por la conclusión de la línea hasta el país galo, y por la salud del rey -que por esos días se había hecho público su estado tuberculoso- y por toda la familia real.
Al darse por concluido el festín, la comitiva se dirigió en carruaje nuevamente a la estación. A las 14,30 se dio la salida al tren de regreso, al que se había sumado el obispo y el alcalde de Orihuela. El clamor popular les acompañó en la estación de Callosa de Segura que apareció adornada con gallardetes y banderas, agrupándose a sus alrededores un inmenso gentío, ávido de manifestar su amor y veneración a Alfonso XII. Los vivas al rey, al jefe del gobierno y al obispo de Orihuela fueron repetidos por la muchedumbre, cuyo entusiasmo se enfervorizaba con la interpretación de la Marcha Real con la que fue saludado Antonio Cánovas del Castillo.
En Albatera -hoy San Isidro- y bajo un fuerte calor, una inmensa multitud se apiñaba en la estación, que lucía un arco revestido de follaje. Sus habitantes vitorearon también al monarca. Allí mudo el tren la vía para recorrer el trayecto hasta Torrevieja. Al comenzar este había un arco adornado con las producciones de la comarca, artísticamente entrelazadas con ramas de olivo y pámpanos de higuera. El tren se detuvo varios minutos, aprovechando el vecindario para tributar homenaje al marqués de la casa Loring y a la compañía de ferroviaria. La comitiva fue despedida al son de la Marcha Real, siendo objeto de una ovación tributada por la muchedumbre que se extendía en el camino de Catral.
La locomotora se dirigió a la estación de Almoradí, donde arcos de follaje facilitaban el paso, leyéndose en el centro de la parte superior tres inscripciones: “Haga el Progreso la Felicidad del País”, “A la Compañía Constructora” y “A los Ministros de SS. MM.”. Músicas vivas y aclamaciones hubo en la estación engalanada con banderas y gallardetes.
En la estación de Benijófar, Rojales y Formentera apareció adornada con vistosas banderolas y grimpolas. Una banda de música, formada en un templete levantado al efecto, saludó a los expedicionarios con alegres marchas rematadas por las aclamaciones jubilosas de los benijofenses, recibiendo los ilustres viajeros las manifestaciones de aprecio y simpatía que les prodigaron casi todos los vecinos allí reunidos, partiendo a continuación hacia Torrevieja.
En el último trayecto, en la curva de Los Montesinos, cerca del apeadero, cuando los confiados viajeros estaban preparando ya sus cosas para el desembarco, de pronto se sintió una gran trepidación y movimiento extraño y brusco que indicaba claramente que el tren había descarrilado. Seis segundos se movió el convoy sobre la tierra fuera de los railes y en ese lapso de tiempo los más sombríos pensamientos invadieron la mente de los viajeros. Al fin la locomotora paró, quedando ladeada con una inclinación alarmante, pero, felizmente, no hubo que lamentar desgracias personales. El pasaje echó pie a tierra, en medio de una perspectiva deliciosa.
El accidente ocurrió por el pésimo asentamiento de la vía; los carriles se abrieron por el peso del convoy, hundiéndose las ruedas de la máquina y las de algunos vagones en la grava, rompiéndose las traviesas e imposibilitando la marcha.
Continuare dentro de quince días con la publicación de la tercera y última parte de tan azarosa inauguración de la línea de ferrocarril Alicante-Murcia y del ramal Albatera-Torrevieja. F.S.A.