POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA),
Ahora es buen momento para admirar nuestra castilla de los rastrojos, de los amatillos y ocres después de una primavera especialmente lluviosa que ha traído unos exultantes verdes primaverales, efímeros por estas tierras. Si nos damos una vuelta por algunos de los pueblos de nuestra comarca podremos entender frases como “ancha es Castilla”, por los horizontes despejados de esta geografía de meseta, y de un modo parecido la frase “tierras de pan llevar”, que se le podría asimilar con esa “reserva de granos panificables” con la que tradicionalmente se la ha relacionado, aunque pueden ser algunos de los muchos tópicos que rodean y mitifican las cosas.
Claro que hoy en día, con los nuevos sistemas de producción, todo ha cambiado, o está cambiando por momentos. Y si no, veamos algunos detalles de esta Castilla cerealista, porque no toda es de llanuras inmensas y llanas… esta meseta está rodeada, como por un gigantesco cráter de elevadas cordilleras que rompen ese tópico paisajístico y de monocultivos, los cereales. Desde las alturas de los montes de León y la cordillera Cantábrica al norte, la cordillera Ibérica al este, o el sistema Central, con las elevaciones espectaculares de Gredos y la “Mujer Muerta” al sur… y al oeste, un suave declive nos lleva al mar, como al mismo padre Duero. Por eso nuestros atardeceres son casi marítimos, porque las elevaciones menores portuguesas de la sierra de La Estrella, con el grado de inclinación mínimo por larga distancia, hacer que el oeste sea despejado y fruto de ello son esos crepúsculos de mil colores hasta que desaparece ese pandero del sol poniente, rojo incandescente, para iluminar de colores irreales y cambiantes con sus últimos rayos nuestras torres mudéjares encendidas y luminosas, esas veletas de nuestros pueblos y de Arévalo, que son como brújulas, poco antes de caer la noche…
Tierras de pan llevar, cuando el cereal y las leguminosas eran la producción casi única, salvando esos pequeños huertos entre el caserío de los pueblos, o al lado de la ribera de ríos y arroyos, esos canteros de hortalizas, huertos familiares, muchas veces para el gasto propio, que en otras ocasiones servían para abastecer el mercado semanal, o esas verduras voceadas por las calles a una clientela que era servida a domicilio… eran otros tiempos. Recuerdo bien aquellos huertos familiares de la dehesa arevalense, cuando las aguas aún florecían casi a flor de suelo, a poco que escarbaras, que siendo terrenos municipales, eran cada año sorteados a las familias que en esas huertas encontraban el abastecimiento propio y quizás algún extra con la venta de excedentes, con la única obligación de abrir el pozo, clavar la Horquilla para el cigüeñal y a sacar cubos o herradas de agua, varal con contrapeso, la le de la balanza… se sembraban algunas verduras de temporada, pero sobre todo patatas para el año.
Luego llegaron los regadíos extensivos con las nuevas perforaciones y se implantó la remolacha, cultivo industrial que tuvo su época de saneada economía. Y luego el girasol, la colza, el maíz… que fueron pintando de verdes algunas tierras aquí y allá, junto con los pinares, que poco a poco fueron disminuyendo, y las viñas, que por estos pagos ya eran raras… La distribución histórica de los cultivos estaba estudiada desde el tiempo de los romanos. Labrantío, forestal, prados, viñedos y huertos, componían la economía básica rural desde antaño, y cómo sería su eficacia, que aún estaba por aquí el arado romano mediado el siglo XX, con todo lo que eso supone de estancamiento, y a pesar del intento en algunas épocas en modernizar las explotaciones agrarias, como ocurrió con nuestro Machín, una finca producto de los nuevos planteamientos de la ilustración que era un modelo en su género y que tenía esa misma distribución a la romana.
Pero esto no para y la nueva introducción, que está en sus primeros momentos, es la flor de Lavanda, que, como ya ha informado este Diario, está estos días dando su primera cosecha. Y como dice mi amigo Hermógenes, ha llegado a poesía al campo…
FUENTE: CRONISTA