Juan José Domínguez podría contar una historia tras otra eternamente y no sería aburrido. Es como si hubiera vivido mil vidas, todas a la vez. “Aprendí a no dormir”, confiesa, porque “tiempo dormido es tiempo perdido”. Quizá sea por eso que le nombraron cronista oficial de Siero, porque nunca ha sabido parar quieto. A día de hoy, ya jubilado, se levanta a las siete de la mañana para hacer deporte, revisa sus cuentas y lee los diarios.

Nació en la primavera del año 1949 en la Pola y desde bien pequeño cogió la afición de montar en kayak. Cuenta que, una vez, junto a su amigo Pepe Meana, que luego serían “como socios”, casi se ahoga en el río. “Era invierno, hacía frío y lo pasamos fatal, pero aquí estamos”, afirma, sentado en una terraza de la capital sierense. Su discurso a veces se ve interrumpido por saludos de los vecinos. “Cuando llegué aquí no me conocía nadie”, dice.

Es que tuvo una “vida nómada”, y nunca le tuvo miedo a nada. Era un crío, de siete u ocho años, cuando sus padres le mandaron a vivir un año con sus abuelos a Badajoz. En ese momento, su padre, Leandro Domínguez, ya era alcalde de Siero, cargo que ostentaría 16 años y del que se retiró por enfermedad. Luego, un poco más tarde, entró en un seminternado en Luarca, donde estuvo varios años, y planeó con dos de sus grandes amigos, Rufino Riestra, que luego tuvo el “Lóriga” y Agustín Rodríguez, un viaje a Las Américas. Pero, por vicisitudes de la vida, acabó marchando él solo.

El viaje lo hizo en avión, con múltiples transbordos y le tocó hacer en Puerto Rico su primera reclamación a una compañía aérea. “Me dejaron en San Juan y yo quería ir a Santo Domingo. Tuve que pedir habitación y transporte. Solo tenía 17 años”, cuenta. Por eso dice que 7 años en el trópico son, al cambio, como 21 de universidad.

Allí estuvo siete años, en Santo Domingo, trabajando como encargado de ventas en unos almacenes. “El sistema que allí tenían era distinto al de aquí. Cuando pasabas cierto tiempo trabajando en la misma empresa, te daban una participación de la que dependía tu sueldo. Y claro, procuras que se venda el máximo posible”, explica.

Aunque trabajó mucho, no fue lo único que hizo en Santo Domingo: “Todos los viernes teníamos una fiesta. Me llamaban, cariñosamente, el ‘cura de la Pola’. Porque si inauguraban una piscina, íbamos a ‘bendecirla’”. Tenían una guitarra que Juanjo nunca supo tocar e iban a cantar a los sitios. Allí fue donde aprendió a no dormir; tiempo dormido es tiempo no vivido”, repite.

Un día cualquiera, cuando ya llevaba allí siete años, decidió regresar a su casa. Rondaría el año 1972. Coincidía que se casaba uno de sus hermanos, así que liquidó sus acciones, pidió su finiquito y se cogió un mes y medio de vacaciones para recorrerse el Caribe. Luego, volvió a la Pola y nunca más regresó: “Hay cosas que solo pasan una vez en la vida, como el bautizo o la comunión”, dice, con contundencia.

Al llegar a su casa, a la Pola, se encontró con que le habían declarado “prófugo”. Aunque él había hecho la jura de bandera en República Dominicana, algo se traspapeló y esa noticia nunca llegó a España. Entonces, le mandaron como “castigo” –que para él fue un premio, dice– a hacer el servicio militar a Pontevedra. Como era un batallón de un solo soldado, retrasó un par de días su salida y pasó por León, Astorga y Redondela. Después le destinaron a A Coruña, donde tuvo un buen puesto de oficina.

Fue ahí cuando su amigo, José Luis García, conocido como Pepe Meana, le propuso irse a trabajar con él en una tienda. También le surgió una oferta de un gran establecimiento que acababa de instalarse en Asturias –que no pudo aceptar porque le necesitaban de manera “ipsofacta” y él aún estaba haciendo el servicio militar– y terminó trabajando para los Almacenes Botas.

Su amigo no tardó en reclamarle. Cuando tan solo llevaba seis meses trabajando en los Almacenes Botas, le repitió que se fuera con él y Domínguez aceptó. Empezaron con un establecimiento que se llamaba “Compra directa”, un autoservicio con cartilla. Luego, tuvieron “El Árbol”, cuyo eslogan –entre otros muchos que hubo– era el que rezaba el refrán: “A quien buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”. Se recorrieron España.

Juanjo Domínguez llegó a tener una maleta en la que ponía su cargo: “Director de Política de Expansión”. Fue por esa época cuando se casó, en el 1975. En El Berrón, donde luego vivió quince años. Herminia Álvarez, su mujer, y él se conocieron en el “Lóriga”, al regreso del cronista de República Dominicana. Después, se vieron en las fiestas de la Virgen de la Cabeza, y así comenzó a fraguarse una familia, con dos hijos y dos nietos a día de hoy.

Y un día, Pepe Meana decidió vender su empresa, quedarse solo con lo de Siero, y llevarse con él a Juanjo Domínguez. Entonces, empezó a trabajar y vivir en la zona y participar, más y más, en la vida local. Una de esas colaboraciones era con el grupo “Los Cascaos” –aunque Juanjo es miembro fundador de “Los Pepitas”–, que organizaba el concurso “Así es Asturias”. Primero le tocó hacer de jurado en la parte de Fauna y Flora (porque él en la escuela era más de pirar y “escaparse a recorrer el río”) y luego la de Siero. “Me gustó mucho la experiencia, porque fue conocer más el lugar en el que vivo”, explica.

De ahí nació la proposición al nombramiento de cronista oficial de Siero. Lo plantearon en mayo del 1998 y en junio ya estaba aceptado. “Ya no hacemos la crónica del día a día. Nuestro papel es tener una visión más general de lo que está pasando”, afirma. Y ver el lado constructivo de las cosas, que es la filosofía que adoptó Juan José Domínguez en sus mil vidas.

Además, es presidente del grupo Filatélico de Siero, del grupo musical los “Ñerbatos”, miembro de la Federación Asturiana de Piragüismo y el segundo de la Pola en bajar el Sella en canoa (el primero fue Pepe Meana, que iba delante en el K2). Se mantiene activo, y sigue siendo un “nómada,” como cuando era joven, pero ahora afincado y trabajando por Siero.