ARTÍCULO EN EL QUE SE CITA A JERÓNIMO LÓPEZ MOHEDANO, CRONISTA OFICIAL DE PEÑARROYA-PUEBLONUEVO (CÓRDOBA).
La tumba de la falsa baronesa Costanza Bich, fallecida a los 26 años, es el único vestigio que queda de la estancia de los Bich en Peñarroya-Pueblonuevo.
Las apariencias, como ahora los filtros o los posados de Instagram, eran importantes en la época esplendorosa de la colonia francea de Peñarroya y Pueblo Nuevo. En el casino del Terrible, lo que ahora es la biblioteca pública, en el parque Carbonífera, se reunía la élite social del pueblo. «Asombraría ver a los hombres con fraque y a las mujeres de tiros largos», describe el cronista oficial peñarriblense, Jerónimo López, sobre todo porque en el municipio trabajaban 7.000 obreros. Las chimeneas escupían humo negro y las minas no paraban de vomitar carbón, un negocio floreciente en plena segunda revolución industrial.
Por allí debió pasearse labaronesa Costanza Bich Perrod, cuyos restos descansan, solitarios, en la sección francesa del cementerio de San Jorge. Su enterramiento, carcomido por el tiempo, ahogado por una cadena de metal oxidado, es uno de los más enigmáticos de la treintena que se conservan de la época. Sobre todo porque la baronesa Costanza «ni era baronesa ni nada», como resume el cronista oficial. Su vida es un ejemplo paradigmático de cómo debió ser el municipio a principios del siglo XX, mezcla de acentos y de procedencias.
Como muchas otras mujeres de la época, Costanza siempre fue «mujer de», lamenta López. Italiana del Piamonte, nieta del potentado industrial Luiggi Perrod, conoció en Turín a quien sería su marido, Mario Bich, un ingeniero de minas del staff de la Sociedad Minera y Metalúrgica de Peñarroya. La joven pareja se instaló en Pueblonuevo del Terrible y fijó su residencia en la calle Echegaray, 7, aunque la historia de amor se acabó pronto. El 5 de diciembre de 1910, Costanza fallece víctima de meningitis simple o fiebres, como se decía en aquel momento, y fue enterrada en el cementerio local con el título de baronesa porque su marido gustaba autotiluarse así, aunque no lo era.
Pertenecía a la dinastía Bich, eso sí, pero «el título no le correspondía ni de hecho ni de derecho en cuanto que tenía un hermano mayor y, como mucho, solo debía recibir el tratamiento honorífico de dei baroni, es decir, de la cosa o la familia del barón», como explica Francisco José Aute Navarrete en un artículo publicado por la Escuela Universitaria Politécnica de Belmez. El pseudo barón, en todo caso, regresa a Turín para reponerse y pronto contrae segundas nupcias con la joven María Victoria Muffat de Saint Amour de Chanaz, hija del marqués de Muffat. Corría 1912.
Finalizada la I Guerra Mundial, el matrimonio y sus hijos vuelven a reunirse en Pueblonuevo del Terrible, pero ya en una vivienda de mayor calidad en las inmediaciones de la plaza de España. Cuenta Aute Navarrete que el matrimonio destacaba entre la colonia extranjera por su «porte aristocrático». María Bich era una mujer menuda, de cabellos castaños, que hablaba con soltura seis idiomas. Y Mario un hombre «campechano y jovial, un tanto excéntrico, que dedicaba semanas y semanas a construir máquinas e inventos imposibles»; trabajaba como ingeniero en la mina Antolín y suyo fue uno de los primeros vehículos a motor que circuló por la localidad, lo que debió llamar bastante la atención.
El matrimonio tuvo varios hijos, entre ellos Marcel Bich, nacido el 19 de julio de 1914 y a la postre el creador del bolígrafo Bic Cristal, un invento del que este año se han cumplido 70 años y que causó una verdadera revolución al democratizar la escritura. Aunque existe poca información sobre la estancia de este visionario en la provincia de Córdoba, se sabe que llegó con 5 años y que debió corretear y jugar por los entornos de la plaza de España, como explica en un artículo la historiadora Silvia Carrasco.
Asistió al colegio francés de Presentación de María y aprendió a hablar francés y español, además de su lengua natal, la italiana. La familia abandonó la cuenca minera en 1923 y se trasladó a Madrid, hasta que dos años después el joven Marcel fue enviado a un internado de la costa atlántica para curarse del paludismo que lo aquejaba desde la infancia.
Se recuperó por completo, y en los suburbios de París desarrolló el famoso bolígrafo BIC con la idea de proporcionar una escritura «suave y sin esfuerzo», para lo que utilizó herramientas de relojería suiza de alta precisión. Cómo pudo haber influido su paso por Pueblonuevo del Terrible se desconoce, como tampoco desveló nunca los componentes exactos de la tinta utilizada.
Sí se conoce que la punta esférica se pule con polvo de diamante durante cinco días para que sea perfectamente redonda y que cada boli tiene una capacidad de escritura de tres kilómetros, más o menos desde la tumba de Costanza hasta el Museo Geológico Minero, por la carretera de la Estación. Curioso que Bich se despojara de la hache final para hacer más comercial su marca, de la misma manera que Costanza se fue a la tumba con el título de baronesa. Cuestión de imagen. Ángel Robles