EL CEMENTERIO CIVIL DE ARRIONDAS, UNA VERGÜENZA SIN DISCULPAS
Nov 03 2021

POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).

Estado actual del cementerio civil.

El cementerio civil de Arriondas conservaba hasta hace cuatro décadas la dignidad que le corresponde, con sus tumbas cuidadas y a la vista de todos, pero ha dejado de existir como tal, puesto que ha quedado sepultado bajo toneladas de escombros e inmundicia.

Nada queda de él, sólo vegetación de todo tipo, incluidos árboles de notable porte. No busque usted ni el más mínimo rastro de las tumbas de los vecinos del concejo y otros que allí siguen reposando bajo cerca de un metro de escombros.

Cuando a este cronista le consultaban desde Londres hace tres años sobre la tumba del ingeniero británico Mr. Burbury, fallecido en Arriondas el 20 de agosto de 1919, afirmando con seguridad que estaba enterrado en nuestro cementerio civil, tuve que responderles que dicho cementerio existe, pero sin la dignidad y decoro que se merecen los allí sepultados.

Una situación vergonzosa, impropia de una sociedad que se supone avanzada y con respeto a sus antepasados. De modo que este ingeniero -que en 1912 había registrado una concesión minera en Parres llamada «Eleonor», para la que en 1914 se creó en Londres la compañía “Aventure Syndicate Limited”- estará bajo la basura y la maleza acumuladas en los últimos cuarenta años.

Cualquier tiempo pasado fue mejor, frase que pocas veces se aplica con razón, pero que sí es apropiada para el asunto que nos ocupa.

Los parragueses que nos precedieron entre 1907 y 1915 lucharon mucho por conseguir un cementerio civil que no tenían, acudieron al ayuntamiento, enviaron cartas y ruegos al obispado -que les dio largas durante seis años- para poder sepultar a quienes la Iglesia consideraba indignos de ser enterrados en el cementerio católico, léase suicidas, apóstatas, no católicos, ateos, muertos en duelo…y otros.

El 6 de julio de 1907 una comisión presidida por don José Ramón Blanco demandó que el ayuntamiento construyese un cementerio civil y, así, la primera solicitud se le remitió -once días después- al cura ecónomo Marcelino Lagranda Martínez.

Dos años más tarde se volvía a solicitar el cementerio, y hubo que esperar a noviembre de 1913, cuando el obispado acabó cediendo veinte metros cuadrados, con la condición de que “fuese adosado a la parte norte del cementerio católico, entrando por la calleja que -viniendo de Cuadroveña- tiene acceso por el sitio llamado ´Campiella´, con la puerta hacia dicha calleja”.

Un mes después, el ayuntamiento de Parres se vio obligado a protestar ante el obispado por su racanería, al ceder tan pocos metros cuadrados, cuando deberían ser el doble.

El 7 de febrero de 1914 una comisión municipal y el cura deslindaron el terreno para dicho cementerio y sacaron a subasta su construcción.

El 24 de julio de 1915 se recibieron las obras, cuando se cumplían ocho años de la primera solicitud.

El escrito presentado por nuestros antepasados en aquella solicitud primera de 1907, es un documento valiente, cargado de razones y duro en algunos de sus pasajes. No me resisto a publicarlo, aunque sea para que hoy nos avergüence en qué ha acabado el cementerio civil de Arriondas.

En su segunda parte dice así aquella solicitud:

“Los pueblos no pisan la verdadera senda del progreso si no poseen el civismo necesario para acatar las leyes y cumplirlas si son buenas, y si son malas, emplean aquella misma virtud para cambiarlas por los medios legales que los ciudadanos tienen a su alcance. En los centenares de millones de criaturas que la próvida voluntad de Creador diseminó por nuestro mundo, sólo una sexta parte, aproximadamente, comulga en la religión de los que así, propios, se denominan los buenos, los únicos, por ser católicos.

Todas las religiones los tienen, pero en la nuestra oficial, existe una crecida parte de acérrimos intransigentes, si es que no se les debe llamar fanáticos. Pues bien, si por azares de la vida alguno de estos fervientes catolicísimos pagara el ineludible tributo a la muerte en cualquier humilde aldehuela de las cultísimas naciones protestantes, se puede asegurar (porque así lo determinan sus leyes y lo practican las costumbres) que no le faltaría un bendecido lugar para descanso eterno de sus restos.

Por raro contraste, los verdaderos enemigos de Cristo, hacen que Lutero parezca, indebidamente, más grande que el Redentor de los hombres. No creemos justo que una parte relativamente pequeña de la humanidad exija a los demás, lo que ella, en la mayor parte de los casos, les niega”.

Y similar referencia de acogida hace para los cristianos que fallecen y son sepultados en países musulmanes.

Firman este crítico documento don Jacinto Blanco y don Manuel Miyares.

La comisión -concluye escribiendo el secretario Enrique de la Grana Valdés- terminó su informe rogando a la Corporación Municipal que no desoyese la petición suplicada, confiando las gestiones, bien a la Comisión de Hacienda o a otra que el Alcalde-Presidente se dignase nombrar. La corporación aprobó el dictamen.

Ocho años debieron esperar nuestros antepasados para ver cumplidos sus deseos.

Nosotros llevamos ocho lustros con la infame situación que he explicado, sin que nadie se sonroje ni haga autocrítica.

La exclusiva de la autoridad municipal en los cementerios fue norma desde el 9 de julio de 1931, eliminando las tapias separadoras y -un año y medio más tarde- la nueva constitución republicana planteó la existencia de un Estado laico, señalando que “los cementerios estarán sometidos exclusivamente a la jurisdicción civil. No podrá haber en ellos separación por motivos religiosos”.

Hasta que en 1944 -ya con el franquismo- se dictaminó que “todo municipio tiene la obligación de disponer de uno o varios cementerios católicos de capacidad adecuada a su población. Asimismo, tendrá cementerios civiles, independientes de los católicos”.

Estas últimas disposiciones han sido muy revisadas a finales de los pasados años 70.

El antiguo cementerio civil de la parroquia de Arriondas está separado del general por una portilla metálica.

Entretanto, el cementerio general se amplió dos veces, la primera en 1909 y, después, en 1955, cuando tenía 1.300 metros cuadrados y se le añadieron otros 3.859 metros más del mejor terreno de los mansos parroquiales.

Y así van pasando los años, entre el desinterés y la indiferencia…como dije más arriba: una situación vergonzosa, impropia de una sociedad que se supone avanzada y con respeto a sus antepasados.

De cualquier forma este tema ya lo publiqué a toda página en «La Nueva España» el día 13 de abril de 2018, sin que nadie se diese por aludido.

FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez

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